No hace 72 horas Spencer Tunick congregó a cuatro millares de conciudadanos entrelazados por el –a mi parecer y pese a mi confesa misantropía– loable propósito de exaltar la corporalidad mediante retratos en formato desnudo colectivo. Meritorio. Porque al margen del esnobismo que pudiera haber inspirado a quienes lo hicieron para lucir trendies, también hubo una mayoría de comprometidos con la causa.
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Además, en estos tiempos de godarrias, ordoñismos, resistencias civiles, belicismos y puritanismos, resulta reconfortante contemplar una celebración tan cosmopolita, libre y fraterna. Cualquier transgresión al pensamiento retrógrado amerita reconocimiento. Antes de la performance, me preguntaron si concurriría. Mi respuesta, aunque frívola, fue sincera: asistiría gustoso, de tener mejor cuerpo. Pero la idea de exponer mis tejidos adiposos ante los demás me aterra.
La inminente amenaza de hipotermia por las ventiscas gélidas que a las 3:00 a.m. se descuelgan desde Cruz Verde hasta nuestra plaza mayor también constituyó un elemento disuasor. Aparte, para qué negarlo, me costaría tolerar las pieles de tantos desconocidos rozando la mía. Como buen humano, tiendo a creer que las inmundicias ajenas lo son menos que las propias, cual si de fondo hubiera diferencias.
Pero, sobre todo, pensé en la higiene. Y no lo digo por las heces de las aves, inofensivas si se les compara con el aporte de nuestra especie al espectro aromático de la zona. Lo digo por los incontables bouquets escatológicos de origen antropomorfo que se fermentan en la mencionada plazoleta, así como en las de Las Nieves, San Vituco, Las Cruces y Los Mártires, entre muchísimas otras.
La culpa es de nosotros, muchedumbre de cochinos desconsiderados, capaces de convertir la superficie de este y otros espacios monumentales y sagrados en vertederos de esputos, ureas ‘amoniacadas’ y demás secreciones inmencionables en unas líneas asépticas, como pretendo que estas sean. Por eso mismo me abstendré de entrar en consideraciones superficiales acerca del cuidado capilar de las hoy llamadas ‘zonas íntimas’ entre los fotografiados.
Debido a la ausencia de baños públicos, hacer diuresis en nuestras calles es ‘micción imposible’. Pero basta imaginar a lo que, de existir, estos terminarían reducidos: a esporádicos cambuches para ayuntamientos carnales entre habitantes de calle y universitarios cachondos, cuando no a escenarios para crímenes atroces. Lo proclamo con una mano en el corazón (a lo Uribe) y la otra protegiendo mis fosas respiratorias: el mérito de los nudistas de Tunick no fue unirse a tamaña manifestación libertaria. Su proeza es la valentía de haberse parado descalzos sobre semejante foco infeccioso. Organizar un evento sin zapatos en dicho lugar equivale a promover una regata por el río Bogotá.
Muchos propusieron emplear chancletas durante la sesión, pero dicha medida reñiría irreconciliablemente con los más elementales preceptos estéticos. Nada mejor que dichas prendas cuando de afear se trata. Algunos amigos se sumaron. Lo hizo el gran Pablo Tedeschi, leyenda de nuestra música, así como también el origamista y cofrade de Twitter @80papeles. Según ambos, hubo rigurosa jornada de aseo a tales predios con antelación. Aun así insisto: tantos siglos de inmundicia no se conjuran ni con ocho horas de cepillo y detergente. Gracias a este último supe de un participante a quien sus prendas se le desaparecieron en medio de la jornada. Predecible: esto es Bogotá. No Melbourne. Así el alcalde rabie. Por eso mismo… ¡propongo ovacionarlos!