Resido en este conjunto hace años y nunca antes había experimentado conflictividad con los vecinos por mi convivencia con animales. Mientras unos somos sensibles a su protección y a las responsabilidades de cuidado que todos tenemos respecto a ellos, otros insisten en verlos como vectores de enfermedades, criaturas irrelevantes o estorbosos decorados del mundo.
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¿Cómo es posible que quieran obligarme a quitar la malla que instalé para evitar que mis gatas se caigan desde un quinto piso, cuando otros vecinos han hecho lo mismo para proteger a sus hijos? Peor aún, ¿que me amenacen con el cobro de una multa? ¡La malla ni siquiera afecta la fachada! Su insistente desconsideración con el amor que siento por mis animales me hace sentir discriminada e insegura.
Algunos vecinos incluso parecieran liderar una suerte de cruzada contra quienes conformamos familias multiespecie. Se quejan hasta del maullido del gato y el jadeo del perro como si su sola presencia perturbara su existencia.
Por supuesto, reconozco que hay quienes incumplen sus deberes. No recoger el popó de sus perros o sacar a pasear a sus amigos de razas fuertes sin bozal deberían ser comportamientos rechazados por insolentes, descuidados y hasta faltos de amor por los animales. Aún así, más amable y eficiente sería la pedagogía que el amedrentamiento.
También acepto la amargura de quienes pelean porque alimento a los gatos sin hogar. ¿Qué tal si en vez de intimidarme y amenazar con envenenarlos –por cierto, un delito– sumamos recursos para esterilizarlos? ¡Varios estaríamos dispuestos a aportar! Además, ¿por qué negarles su derecho a habitar y subsistir? Todos nos rebuscamos el modo de vivir.
Por cierto ¡cuánto bien haría su amable gestión para frenar la agonía de perros confinados en balcones y gatos hacinados en apartamentos minúsculos! El sufrimiento innecesario de no pocos animales podría mitigarse con su ayuda. Antes que multas, metámosle a esto inteligencia y corazón.
Créame, comprendo lo difícil que ha de ser dirimir embrollos entre quejosos dedicados a joderle la vida al vecino o a atormentar la apacible existencia de los animales. Pero no por ello debería usted permitirse, jamás, bajar al nivel moral de quienes preferirían borrar a los animales de la faz de la Tierra o apelan al matoneo para imponer su estrecha y egoísta mirada del mundo. Menos aún, pasar por encima del derecho a la intimidad familiar y al libre desarrollo de la personalidad de quienes convivimos con animales.
Aprovecho para recordarle que, en varias sentencias, la Corte Constitucional ha protegido estos derechos expresados en la tenencia de animales domésticos de compañía. Imponer reformas al reglamento de convivencia, en este sentido, sería a todas luces ilegal.
La complejidad que describo es la que usted debería observar, comprender y atender. No con arbitrariedades o intimidaciones, que solo agravan el conflicto y siembran resentimiento, sino con inteligencia y sensibilidad para apaciguar y conciliar sin violentar derechos. No se enrede en mi malla, señor administrador, que hay asuntos importantes por atender. Más bien, sea un facilitador de la convivencia y ayúdenos a cambiar el chip de la camorra y la tiranía por el del respeto y la tolerancia que tanta falta nos hace en este país.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.