Hay una historia que me gusta mucho, que habla de cómo un periodista británico, en busca de una buena historia para el diario en el que trabajaba, visitó a un monje budista con el fin de poder entender el secreto de su longevidad, superaba los 100 años y estaba en perfecto estado físico y mental. Cuando estuvo con el anciano, casi de inmediato le pregunto por su secreto para llegar bien a tan avanzada edad, ante lo cual el monje le respondió: “Es sencillo, simplemente aprendí a no llevar la contraria”.
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– ¡Eso es imposible! –contestó asombrado el periodista.
– Sí, sí, es imposible –le dijo el viejo monje budista.
Tal vez una de las decisiones más difíciles que tenemos que afrontar en la vida es aquella en la que debemos decidir hasta cuándo insistir en algo, qué tanto más debemos esforzarnos por sacar algo adelante o cuál es el mejor momento para decir basta. Y es el tipo de decisión que atañe a todos los aspectos de nuestra vida: en las relaciones personales o afectivas, en el trabajo, o en ciertos objetivos que nos planteamos para con nosotros mismos. ¿Cuándo es suficiente?
Las cosas no tienen que ser fáciles para ser buenas; de hecho, pocas cosas son realmente fáciles y cuando lo son nos aburren con gran rapidez; pero tampoco tienen que ser una constante tortura, no creo que bajo ningún aspecto seamos presa de un destino cruel que solo quiere vernos sufrir para tomar la pose de mártires ante la vida, eso es absurdo desde casi cualquier punto de vista. Y puede que no exista vida sin dolor, o conquista sin lucha, pero, asimismo, no hay noche que no traiga un nuevo amanecer.
Una de las fuerzas más grandes que pueden mover a una persona es aquella que surge desde lo más profundo de su ser para decir: ¡basta! Sin embargo muchas veces llegamos allí solo hasta que algo muy duro, impactante o hasta doloroso pasa en nuestra vida. Si lográsemos tener un poco más abierta nuestra mente y le diésemos un poco menos de fuerza a nuestro orgullo y prejuicios podríamos ver las señales que nos dicen que es el momento de detenernos en nuestro esfuerzo sin tener que salir lastimados.
Normalmente tenemos que cambiar y replantear nuestro rumbo y esfuerzos cuando lo que vivimos esta atentando contra nuestra felicidad, contra nuestra tranquilidad e integridad, en resumen: contra nosotros mismos. Si no nos encargamos de poner un alto en el camino frente a aquellas cosas que no se ajustan a quienes somos y como sentimos y/o pensamos, estaremos entregándonos a circunstancias que claramente nos lastimarán y dañarán como personas, y esto pasa muchas veces porque nuestro orgullo es más fuerte que nuestra razón, porque preferimos autoflagelarnos que admitir que necesitamos un cambio.
No está nada mal dar un cambio al rumbo de las cosas y entender que hay otras formas de ver y vivir la vida, pero sí es de tontos llevarle la contraria a la vida misma e ir en contravía de nuestro verdadero destino: la felicidad.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.