Opinión

¿No tiene más ‘sencillito’?

Por Andrés Ospina – @ElBlogotazo

Y al fin el Banco de la República emitió, cual placa conmemorativa del venturoso presente por el que nuestra economía atraviesa desde hace ya bastante, los nuevos billetes de “cien mil pesos oro”, como antaño decían.

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Aparte de prepararnos para los predecibles obstáculos tipo “¿no tiene más ‘sencillito’?”, “¡hágame el favor y me da ‘sueltico’!” y “no tengo ‘menuda’” venidos de taxistas, tenderos y demás comerciantes, y de blindarnos contra las predecibles miradas de desconfianza ante la sola insinuación de semejante cantidad al pagar, resulta oportuno un examen a las implicaciones del acontecimiento monetario en cuestión.

Curioso que esta mitad de década nos reciba con la ‘barrera psicológica’ de los tres mil por cambio superada, como dicen los analistas económicos cuando pretenden comunicarnos lo trágico con sofisticación. Ello, sumado a la noticia de que ahora el grande no será “el de cincuenta” sino “el de cien” es símbolo inequívoco, no sé si de inflación, depreciación, devaluación o de cualesquier otro vocablo asociado a carencia y fácil de rimar con pauperización.

El diseño incluye entre sus ornamentos la efigie del expresidente Carlos Lleras Restrepo, a quien otras generaciones apodaron ‘Teletigre’, en virtud de sus muy frecuentes y poco entretenidas apariciones en la televisión nacional de entonces. Un muy oportuno recordatorio en este entorno de vueltas eternas y paradojas electorales, ahora que sus genes se asoman de nuevo por las toldas del solio bolivariano. También una flor de sietecueros y una panorámica del quindianísimo valle del Cocora, más reciente tributo a esta maravillosa zona de nuestra tierra, borrada de la iconografía numismática nacional desde los tiempos de las monedas de 10 centavos de Calarcá.

Figurar en billetes colombianos es lo más cercano a un certificado vitalicio de membresía avalado por la realeza local. Para ser prócer hay que tener vocación de estatua. Para ser modelo de billete en Colombia es prerrequisito haber fenecido. Lo agradezco, pues sin el ánimo de plantar cizaña no creo estar dispuesto a ver a Juanes o a Shakira en los futuros papeles moneda de 200.000 y 500.000.

Hay personajes de quienes no sabríamos, de no ser por su escogencia para tales fines. Julio Garavito, por ejemplo. Policarpa ha desaparecido y reaparecido según generaciones, pero ahí conserva su vigencia, aun cuando el rostro que le vemos cada vez que desenfundamos “uno de diez” no sea más que el producto de la generosa imaginación del ilustrador a cargo de darle expresión a aquella de cuyo aspecto real no hay registros. En ese sentido estamos llenos de historias: si observamos el conjunto de ‘ensombrerados’ al respaldo del “de mil”, con Gaitán en la ‘cara A’, por ahí nos encontraremos a un joven cubano de apellido Castro y nombre Fidel. O al menos eso anduvieron afirmando un par de décadas atrás.

Ahora diez de cien mil harán un millón. Siete rectángulos superarán la totalidad del salario mínimo actual, sin demasiadas ceremonias. Entretanto, nuestras gentes buscarán la forma de apilar cuantos sean necesarios para la renta, mientras vamos entre todos interiorizando una realidad que no por cruel pierde su condición de verídica: cada billete con denominación mayor que va circulando señala un nuevo hito en el largo e indigno historial devaluatorio de la moneda nacional. Y el más reciente es uno grande.

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