Era en blanco y negro. Era un desierto de noche donde sonaba un ruido estruendoso, como un gruñido de un animal salvaje y del cielo caía una bola de acero, como las que usan en las demoliciones y que llevaba inscrito el número 100.
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Creo que fue mi primera pesadilla, o al menos es la primera que tengo en mente y no entiendo por qué me llenó de pánico semejante escenario surreal. Luego vinieron otras: la muerte persiguiéndome en las instalaciones del Ley de Unicentro diciéndome que me iba a quitar la vida si no encontraba la placa de un carro que estaba celosamente escondida dentro de una de miles de loncheras apiladas que debía inspeccionar antes de que la guadaña me cortara la cabeza. La noche se me pasó entre la angustia de abrir loncheras sin encontrar nada.
También se me viene a la mente las que me ubican mirando cómo desde el cielo cae un avión comercial a mis pies, donde abundan los cadáveres calcinados y los sonidos de la agonía de cientos que no conozco y que no puedo ayudar. He soñado que me matan a disparos y que mi mamá llega entre lágrimas a reconocer mi cadáver en una bandeja de Medicina Legal. Y yo me veo ahí, acostado desnudo en cámara subjetiva. Me toca patearme todo ese cuadro de dolor.
También que en Ciudad de México una mujer sube las escaleras de un sótano. Se ve atractiva la mujer, envuelta en su vestido azul y en un escote profundo que se asoma a lo lejos. Pero cuando ella se acerca su cara es una calavera sangrienta que me ataca en medio del terror de quien no tiene cómo darle stop a la película, porque tal vez el drama más grande que encierra un mal sueño es no poder despertar de él.
Y así estamos en este regreso: las pesadillas siguen rondando la mente, aunque estas son peores porque siguen ahí presentes aunque tengamos los ojos abiertos: en Cúcuta seguirá José Augusto Cadena presidiendo los destinos de un club que él solamente quiere como negocio. Si alguien quiere comprarlo vale 10 millones de dólares. Parece más fácil encontrar la placa dentro de las loncheras antes que alguien pague esa cifra.
Otra pesadilla de este año podría ser el estado del campo del estadio Guillermo Plazas Alcid: está peor que antes de acuerdo a unas fotos y se le invirtieron 18 mil millones de pesos al escenario que, de acuerdo a lo que me contara Ze María Yepes en un café de Santiago de Chile, solamente se le arregló la tribuna occidental.
Y ni hablar de las palpitaciones nocturnas y la sudoración de horror que le produce a cualquiera observar cómo el equipo Deportivo Rionegro es el mismo Itagüí, o Águilas Doradas, o Águilas Pereira o Águilas… ya no importa. Sugiero como apodo a esta extraña institución vergonzante el título de “equipo camaleónico” para aquellos narradores que transmitan sus partidos.
Pero la que más me preocupa, porque ha sido muy larga, inmerecida y con panorama de poder seguir igual, es la que ha vivido Falcao García, que reza para que suene el despertador y él, al levantarse, se dé cuenta de que todo lo que le ha pasado no ha sido más que un mal sueño.