Inferioridad

Por: Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

Las apuestas eran todo un reflejo de la realidad. Si usted apostaba pensando en que Barcelona vencería en la final de clubes, recibía 1 euro con 38 centavos por cada euro apostado. Si su decisión se decantaba por un empate entre españoles y argentinos, se pagaban 9 euros por cada euro apostado.

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Y si usted decidía que River era el gran vencedor de ese torneo –un monigote incapaz de movilizar como lo hacía en su momento la Copa Intercontinental de Clubes– por cada euro apostado, recibía 23 de vuelta. Y en el partido, River Plate jamás estuvo ni medianamente cerca de hacerle siquiera un rasguño en las vestiduras a un Barcelona que, más allá de sus problemas defensivos que han aparecido en la buena campaña de

Luis Enrique, se tomó la final como un trámite simple de cumplir. Fue casi como hacer una fila y esperar un turno durante 90 minutos para recibir el trofeo que lo coronaba como ganador del Mundial de Clubes. El 3-0 terminó siendo apenas la justicia entre dos fuerzas que terminaron ubicándose en una disparidad evidente.

Es muy raro eso del Mundial de Clubes: ya alguna vez escribí acá que lo peor de ese campeonato era lo aburrido que resultaba, pero lo que ya parece extrañamente llamativo es que las fuerzas sudamericanas parecen incapaces de hacerles partido a los tanques europeos.

Para aterrizar las cosas con números, antes las cosas resultaban algo más luchadas. Desde que se comenzó a disputar la Intercontinental de Clubes en 1960, hasta su última edición en 2004 –recordada porque allí estuvo un equipo colombiano, Once Caldas, y porque a pesar de no hacer un solo tiro al arco de Vítor Baía, forzó la definición de penaltis contra el Porto, que finalmente favoreció a los portugueses– el balance era muy parejo: 13 triunfos de clubes del viejo continente frente a 12 de Sudamérica.

La oficialización del Mundial de Clubes –y excluyendo al que se disputó en el año 2000– ha marcado que Europa es más que esta parte del mundo. En 11 ediciones, solamente tres veces los conjuntos de este lado del planeta salieron airosos y con un añadido: todos fueron brasileños. Sao Paulo, Internacional de Porto Alegre y Corinthians han sido los únicos capaces de acabar con la hegemonía. Y ni hablar de las presencias en las finales: en dos ocasiones un sudamericano ni siquiera alcanzó a pisar la final –fueron en su momento Inter de Porto Alegre y Atlético Mineiro los que sucumbieron ante los modestos Mazembe y Raja Casablanca–; los europeos, en cambio, tienen asistencia perfecta.

Y mejor ni reparar en los marcadores. Salvo Liga de Quito y Estudiantes de La Plata (creo que el único que casi es capaz de doblegar con juego al gran Barcelona de Guardiola) todos los sudamericanos han perdido por dos goles de diferencia o más.

Insistiré hasta el día de mi muerte, cuando esté boqueando en medio de la agonía, que siempre será mejor ver una Intercontinental que un Mundial de Clubes.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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