Opinión

A metros

Me lo anunció Jorge Patiño –único periodista colombiano que no aspira a publicar novela– con copia a Actualidad Panamericana, vía Twitter. “Bogotá pedirá a la Unesco que reconozca su falta de metro como patrimonio inmaterial de la humanidad”. Lo anduve pensando y la propuesta, digna de ser ponderada por tan prestigiosa fuente de noticias como es la ‘AP’, rebosa de lógica.

En una ciudad tan desarticulada por cuenta de frustraciones, administraciones incendiarias, inseguridades, inequidades, segregaciones, polarizaciones, afrentas a la estética, atropellos medioambientales y miserias ancestrales, mal haríamos al no celebrar el excepcional hecho de vernos unidos en torno –aun cuando sea– a algo como eso… el peso de una verdad que no por estar repartida entre más de ocho millones de almas deja de agobiarnos y minarnos la autoestima: “Aquí no hay ni habrá tren metropolitano”, y ojalá la historia me desmintiera.

Un eventual reconocimiento de la Unesco en tal sentido reivindicaría nuestro más bien magro lugar en el planeta. ¡Cuánto bien nos haría saber que al lado de la marimba de chonta pacífica, las murallas cartageneras, el paisaje cultural cafetero grecoquimbaya y del San Agustín huilense, Bogotá hubiese encontrado por fin algo propio para pavonearse ante el planeta con cierto donaire!

Se trata de un clamor multiestrato, multigeneracional y multibarrial. ¿Qué otra fibra emotiva compartimos con tan resignado ahínco los bogotanos en pleno, sean estos ricos, LGBT, homofóbicos, animalistas, protaurinos, ejecutivos, hipsters, pobres, neonazis, octogenarios, falócratas, feministas, linajudos, gosques, laureanistas, anarquistas, adolescentes, proletarios, yuppies, posadolescentes o de mediana, tercera y cuarta edad? ¿Cuál de todas las carencias colectivas conocidas o por conocer nos hermana en forma tan inobjetable?

Desde cuando en los cuarenta a Carlos Sanz de Santamaría se le ocurrió el imposible de hacerle metro a nuestra ciudad, hasta hoy, cuando prevalecemos trenzando discusiones inocuas acerca de si optar por uno aéreo o subterráneo, o nos repetimos en el debate exculpatorio de quién financia qué, este ha sido, es y seguirá siendo “una necesidad urgente e inaplazable” y motivo de infinitas promesas por incumplir, cual si fuera ritual. ¿Se les ocurre algo más patrimonial que eso?

Aparte de sus repercusiones urbanísticas, la cultura del ‘no metro’ trasciende linderos artísticos, económicos, políticos, musicales, pictográficos y filmográficos representados –por ejemplo– en el extensísimo universo de renders, planos, maquetas, vallas, piezas publicitarias, propuestas, estudios de prefactibilidad, canciones, recortes, chistes, chascarrillos, refranes y demás testimonios ornamentales-documentales que bien darían para una biblioteca-museo en honor a semejante vacío infraestructural. Los solos estudios insuficientes ocuparían una nueva Alejandría. Algo así como un abominable camposanto de la desvergüenza en materia de gestión, parecido al del holocausto… para que nuestros descendientes no nos imiten.

A estas alturas, si aún leen, les recomiendo acompañarse de Cuando Bogotá tenía metro, de Troller y Arias, como coda. Debe estar en YouTube. O evocar en sus mentes multimedia la desaparecida Franja Metro del Canal Capital, o el extinto Metro de la Súper Estación, junto al diario que ahora leemos… PUBLI-METRO… tres ironías en una villa donde el término ni cabría. Así las cosas, mientras seguimos enfrascados en coloquios esotéricos y especulativos acerca de cómo será ese transporte que nunca tendremos, con lágrimas de alborozo propongo abrazar la causa de Patiño como bastión: ¡hagamos del ‘no-metro’ el mayor de nuestros orgullos!

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.

 

 

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