Opinión

“Lo esencial es invisible a los ojos”

Por: Mauricio Barrantes/ @Mauriciobch

Cada vez que inauguran un nuevo centro comercial, es la hora pico o la gente pita desesperada en un trancón recuerdo lo que me importaba cuando era un niño. En ese entonces, y por fortuna, estaba lejos del ruido de la ciudad, me gustaba el olor a eucalipto y ni por la cabeza se me ocurría que algún día un celular podría interrumpir una cena con mi familia, una cita o el importante momento en que mi mente y yo nos quedamos solos. Hoy, las exigencias económicas que nos impone la sociedad me han hecho debatir entre la necesidad de monetizar las horas del día o dedicarlas de forma desinteresada a mi gran pasión: el cine.

En las pasiones encontramos las respuestas y son la guía ‘irresponsable’ a la supuesta ‘responsabilidad’ de un sistema que esclaviza. El principito, por ejemplo, además de ser un clásico de la literatura, se ubica la cartelera de cine colombiano como la oportunidad para volver a asimilar frases que se dejaron olvidar y fueron reemplazadas por el coro de la canción más pegajosa, el jingle de la marca dominante y hasta por los emoticones de los chats en el celular. El presente nos vende la indignación como una bandera en la foto de perfil, el desamor como un doble chulito azul y la protesta como un tuit redactado en la cama, en el trancón o en el baño. ¡Cuanta inspiración!

El principito nos recuerda que “lo esencial es invisible a los ojos”, pero estamos tan embebidos por las lógicas aceleradas de la rutina que al salir nos quedamos con el reinado de belleza, la revista que muestra cuerpos perfectos y el cronograma para trabajar 24/7. Consejo: si ya se vio la película, véasela de nuevo, con menos palomitas y más corazón y consciencia receptiva. Claro, si aún no la ha visto, sacrifique los momentos de ‘libertad’ como las vacaciones sobrevendidas ‘TransMilenio style’ o el respirar aire acondicionado de centro comercial por un tiempo de reflexión, que aunque se inserta dentro del consumo de la tríada múltiplex-palomitas-‘salidadominguera’, le puede servir para recordar.

Él me nombró Malala es otra de las opciones en cartelera que despiertan mi pasión y me hacen de nuevo pensar como niño. En este caso, un ejemplo de una joven valiente permite entender la importancia de la igualdad, de la educación y de actuar para generar cambios. No es tan simple como cambiar el estado en Facebook para rechazar los atentados en París, cualquier tipo de violencia requiere respuestas firmes pero reales, llenas de convicción, fuerza y sin necesidad de una sola arma. Para Malala, la salida a la guerra es tan simple como esencial, algo que aunque para los ojos del mundo se premia con un Nobel de Paz, la retribución más fuerte es dada por otros niños, jóvenes y adultos que no se rinden ante el miedo, sino que se concentran en trabajar por transformaciones sociales profundas.

Por último, Alias María, como acercamiento al conflicto armado en Colombia, permite ver la situación de cientos de niños que sufren los horrores de la guerra. La cruda realidad que allí se muestra debe despertar la solidaridad de quienes ven como ficción el dolor que acompaña a los más pequeños, para que la idea de paz deje de ser política, envuelta en egos y disputas, y en vez de eso sea una búsqueda constante que nos permita llegar a una sociedad con justicia social para todos.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.

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