Cuenta la historia que una “Ninfa” un día cometió el “delito” de confiar.
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Una mujer pisando los cuarenta años de aquellas que siempre han tratado de vivir su vida sexual con absoluta conciencia y libre de todo tabú. Amante de la adrenalina y de las experiencias extremas un día cualquiera habla con un “amigo” a quien conocía hace años e incluso era cercano a su familia.
Entre diálogos virtuales acordaron verse después de mucho tiempo él la invito a su casa y ella acepto:
Sabía que era posible un encuentro sexual ya que para una Ninfa siempre es posible y jamás es obligatorio.
Animada por los nervios, el gusto por el sexo y la curiosidad de saber que pasaría en ese encuentro después de tantos años, decide aceptar la invitación, lo encuentra pasado de copas. Inocentemente no lo vio tan ebrio como realmente estaba. Siguió, compartieron y socializaron. De repente decidieron ver películas para adultos e incluso historias BDSM para erotizarse y divertirse en confianza. Después de un rato ella aceptó su propuesta de jugar un poco a roles BDSM:
Una vez amarrada y dominada. Sometida justo como se suponía sería divertido para los dos él no quiso escuchar cuando ella pidió que pararan el juego. Acto seguido puso un cuchillo en su cuello y mientras describía “deseos “y la tocaba amenazaba con “sacarle los ojos”
Por suerte la protagonista de esta historia tenía nociones remotas de defensa propia y “su amigo” estaba muy ebrio; así fue como ella pudo soltarse de manos y pies y le corto en el cuello con el mismo cuchillo que le estaba atormentando.
Muerta del miedo salió de ese lugar. Impotente ante las circunstancias dadas porque sabía que denunciar no era opción ya que dado los hechos nadie creería lo sucedido y a cambio sería sometida a escarnio público. Conocía todos sus derechos. Sabía perfectamente cómo funcionan las denuncias de violencia sexual en la Colombia que odia a las Ninfas aptas para no negar su naturaleza; como si se tratara de algún genocida y considera que merecen todo tipo de sanción.
Ella cree firmemente que somos mujeres putamente libres. Que nadie debe sentirse con derecho a juzgar las vidas de nosotras desde su moralidad.
Ella al colisionar su piel con la cruel e injusta realidad de un mundo que quiere a las Ninfas reprimidas, escondidas en las habitaciones de lo innombrable y ojala teniendo sexo sucio y desmesurado con “grandes señores de la patria”, “empresarios poderosos” o similares asumiendo el rol de “mujeres secretas”, de ”clandestinas” de “pecadoras” , o asesinadas antes que denunciando a plena luz del día . Decidió callarse
Ella tenía claro que al denunciar seria re victimizada por la sociedad que considera que es inmoral querer follar libremente. Demás está decir que es inmoral sí y solo sí se trata de una mujer. Tenía claro que sería re victimizada por ser una “perdida” y que “el mundo entero” se sentiría con la autoridad de exigirle explicaciones sobre su proceder.
Que sin importar cuanto se repitiera así misma una y otra vez l letanías de toda mujer libertaria:
“Tengo derecho al ejercicio de mi sexualidad libre sin que esto suponga abusos, violaciones o muerte”-“Tengo derecho a vivir sin miedo”
Sus letanías no la salvarían de la infernal realidad social para una Ninfa fuera del closet. Fue absolutamente consiente que no vería justicia y que al denunciar cargaría la letra escarlata p en la frente la cual la distinguiría entre todas las mujeres como “Perdida” o “Puta” solo por decidir follar libremente.
Como si eso de ser una puta fuera un permiso legal para violadores.
Y aunque toda su vida la pregunta que le carcomerá los sesos es:
¿A cuántas mujeres o niñas este fulano ha agredido?
Y el remordimiento la atormentara mientras viva por haber callado. Ella sabe que denunciar su caso en esta Colombia hubiera sido inútil. Su caso no sería tomado como violencia sexual sino como el caso de: “La mujer que dio papaya para que la violentaran”.
Ojala esto fuera un “cuento más”. Tristemente les informo que se trata de una de cientos de historias reales…
Años de resistencia defendiendo “El derecho a ser yo” me han permitido conocer cientos de historias similares y a llegar a la conclusión que estemos solas en nuestra defensa y que las mujeres tenemos el deber y compromiso de aprender autocuidado y no me refiero a las divertidas y relajantes rutinas de belleza. sino al legítimo derecho a la defensa personal.
Por eso invito a toda mujer a buscar academias certificadas de defensa personal y velar por su seguridad.