1973

Por: Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

Era otra Colombia, sin duda. El talento era el mismo de estos tiempos, pero la cabeza era distinta, mucho menos fuerte, mucho más dócil frente a la adversidad y por supuesto mucho más conforme con un destino negro. Ir a jugar en Montevideo siempre ha sido un lío para nosotros y ya alguna vez de eso escribí en esta misma tribuna (la columna se llamaba ‘Cambiar para empeorar’, de septiembre del 2013).

Basta recordar nuestro último arribo al siempre temido Centenario con los saltos de Cavani, las imprecisiones de Medina, la aparición de Stuani como impredecible figura y los 180 segundos más amargos de la administración Pékerman, que tuvo que ver cómo un par de errores individuales echaron a perder 75 minutos de buen juego y de control de un resultado que parecía ser un empate clavado.

En aquel 1973 también había un extranjero en el banquillo: era Toza Veselinovic, que con terquedad tenía entre sus planes tratar de clasificar a nuestro país hacia el Mundial de 1974 en Alemania. Los adversarios de zona eran Ecuador y Uruguay, que no era cualquier pintado en la pared: había sido capaz de poner durante un rato en jaque al fantástico Brasil campeón del Mundial de México 70 en las semifinales.

Ese 4 de julio de 1973 hubo que aguantar infinidad de chaparrones charrúas sobre el arco colombiano. Y aunque caía un diluvio de balones imposibles sobre la guarida de 7,32 metros x 2,44, Pedro Antonio Zape se disfrazaba de impermeable y con sus manos ayudaba a que la esperanza de sacar de allí un buen resultado no fuera algo tan ilógico. Fue a falta de 20 minutos para el final cuando los uruguayos seguían embistiendo a Zape con esa marejada celeste que incordiaba y hería. Ernesto Díaz aprovechó un contragolpe y con el último aliento envió un centro al área. Willington Ortiz acaso tuvo tiempo para parar la bola y mandarla con destino de arco. No estaba el imbatible Mazurkiewicz frente a él, sino Santos, buen portero pero nunca como el mítico Ladislao: ante el envión del ‘viejo Willy’ no se estiró para buscar la atajada salvadora; solo se quedó ahí, inmóvil, viendo cómo el balón cruzaba la línea.

Los 20 minutos restantes fueron aguantar y aguantar. Un sacrificio que al final valió de muy poco: al finalizar la eliminatoria Uruguay y Colombia terminaron con los mismos puntos (5) y Colombia, como para completar, concluyó invicta su campaña: disputó 4 juegos, ganó 1 y empató 3. Pero la diferencia de gol –el gol, ese bendito problema de toda la vida– favoreció a Uruguay, que en la última jornada y con altísimos tufos de “tongo” goleó 4-0 a Ecuador.

Sin Cavani, Suárez, Arévalo Ríos y ‘Cebollita’ Rodríguez al frente y con la tranquilidad de no visitar Montevideo con necesidades supremas de buenos resultados como en anteriores clasificatorias, Colombia cuenta con una de esas oportunidades que en teoría parecen tan tentadoras como irrepetibles: someter a los uruguayos y quitarse de encima 42 años de amarguras. A las ocho de la noche sabremos si aún tendremos que aferrarnos a los recuerdos del 73.

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