Opinión

‘Tumbes’ y timos

Por: Andrés Ospina. Escritor y realizador de radio/ @elblogotazo

Entre las genialidades patrias, sean estas pésima o noblemente encauzadas, merecen sitial ciertos timos o ‘tumbes’ a los que solemos ser sometidos. Colombia ha incubado prodigios del hampa pensante estilo Roberto Soto Prieto, Buenaventura Nepomuceno Matallana o Juan Carlos Guzmán Betancur, firmas que engalanan nuestra iconografía delincuencial.

Modestos émulos suyos ejercen desde el anonimato con iniciativas menos ambiciosas. Como tributo, las líneas subsiguientes procurarán homenajearles, pormenorizando sus actividades, rotuladas y ambientadas con slogans clásicos. Aquí vamos…

1. Le tengo el champú pa’ la gamuza: la víctima calza zapatos de ante. Contra ella arremete un supuesto lustrabotas ofreciéndole ‘degustaciones’ de líquido ‘especial’ para cueros grasos. De entrada esta se rehúsa, desconfiada ante sus dedos tiznados de negruras y el marrón de la sustancia. Luego cede. Tras minutos, el arrepentido cliente contempla sus exmocasines ya estropeados por dicha preparación cuyo ingrediente base parecieran las aguas achocolatadas de un caño próximo, mientras el estafador, respaldado por su sindicato, arrecia con un intimidante: “¡Son dieciocho mil!”. Al inquirirle por tan desproporcionada cifra, explica: “La prueba gratis. Dos mil el baño. Estoy cobrándole los otros nueve”.

2. Las milhojas regadas: un presunto repartidor de panificadora yace postrado, plañendo a gritos sobre la vía, con su bicicleta tirada y restos de una bandeja de amasijos acompañados por kumis o masato, todos desechos en derredor, como lamentable mazacote. Entretanto, para sus adentros implora que un gentilhombre llegue a indemnizarlo con generosa suma como consuelo por el siniestro. Fácil suponer que las ganancias superan el precio del alimento desperdiciado. Ley de costo y utilidad.

3. El cachorro de supermercado: en la calle se aposta un pretendido criador, quien vocea acerca de la camada canina “tan fina” que anda feriando a precios inverosímiles. Luego, tras la adopción inducida, el cánido comienza a desteñirse y su tamaño de adulto obliga al grupo familiar a procurarse una más holgada solución de vivienda con cabida para el nuevo miembro, si es que resulta ser perro y no chigüiro o lobo.

4. La prueba de ostras: en inmediaciones del archipiélago un raizal va por la vida con su exotismo rastafariano ofertando aromáticos frutos marinos algo añejos. Como gancho ofrenda a uno de sus clientes, casi siempre oriundo de la altiplanicie, Europa o Norteamérica, un par de oysters for free “a ver si se anima, ‘míster’”. Y así continúa repartiéndole más para luego acometer al comensal con una cuenta de cien dólares. El saldo: disentería y desfalco.

5. El mecánico solidario: acecha en corredores extremos estilo La Línea o Troncal Caracas. Intercepta al elegido en paradas obligatorias para asegurarle que su vehículo viene “echando humo” o “botando aceite”. Se dice mecánico, se sitúa bajo el motor y diagnostica una avería digna de atención inmediata. Se ofrece para repararla y adquirir “el repuesto”. Solicita una suma como anticipo, promete ir en pos de este hacia algún almacén vecino y retornar en instantes. Nunca lo hace.

Por ahora el espacio se nos extingue. Pero en un futuro espero seguir explorando las honduras del ‘tumbe’ o timo y hablar con largueza, entre otros especímenes, del exconvicto, del lotero de la suerte, del neonato deshidratado, de la antena ‘robaseñal’, del falso epiléptico y de cuantos cultores de esta ancestral disciplina, tan nuestra, ustedes sugieran. ¡Nos leemos!

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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