Opinión

Mejor a pie

Por: Adolfo Zableh Durán/ @azableh

Estaba por fuera de Colombia cuando inauguraron TransMilenio. El hecho fue registrado en el país donde vivía como una gran innovación en materia de transporte público para un país en desarrollo. Recuerdo haber visto la noticia reseñada en el periódico local; venía acompañada por una foto panorámica de la Avenida Caracas, a la altura de la calle 37. Todo se veía bello: la calle recién pavimentada, unos cuantos articulados andando en orden y con espacio de sobra, y la gente cruzando por la cebra, como debe ser. Tan buena era la foto que me dieron ganas de volver.

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La cosa se me dio pronto, y tres meses después estaba de regreso en Bogotá, viviendo en la 17 con 33, a pocas cuadras de donde tomaron aquella postal tan prometedora. Todos los días, pues, usaba el sistema para ir y volver de la oficina. Tanto me gustaba la rutina que, más que en un bus, me sentía en un vagón de metro, por lo que llevaba un libro para leer en el camino.  

Pero luego todo cambió: me mudé, las losas se empezaron a romper, comenzaron también a robar y los accidentes. Se armaron los trancones, se desquiciaron los usuarios y empezaron a colarse, a bloquear la vía, a atacar las estaciones. Luego aparecieron los vendedores ambulantes, los linchamientos, las alzas, los paros, las malas administraciones. En fin, una cadena de incidentes que convirtieron al sistema en lo que es hoy. Llevo cinco años sin montar en TransMilenio y espero quedarme así por un buen rato. No por elitista, sino porque no está en mí usar un sistema que me trata mal.

De todo lo malo que pasa allí, hace un mes me ocurrió algo que no veía venir: venía de Tabio en flota y la idea era llegar al portal de la 170 y allí coger un taxi a casa. A eso de la calle 200 el conductor dijo: “Última parada antes del portal”. Yo no le vi el punto a bajarme con tanta anticipación y esperé hasta la 170. Una vez allí, me bajé, pero no me dejaron salir del portal si no compraba pasaje. Traté de explicarle a una funcionaria que yo no quería usar TransMilenio, solo pretendía salir a la calle. Su respuesta fue corta: salga a la calle o se monte en un articulado, toca comprar pasaje. Y no solo eso, toca también comprar la tarjeta. Allí estaba yo, un domingo en la tarde, preso del sistema como quien no puede zafarse de su operador de celular, pagando una fianza de 3300 pesos para recuperar mi libertad. No tuve de otra, y al salir tiré la tarjeta a la calle y pateé una caneca de basura que me luxó el dedo gordo del pie derecho.

Es muy turbio todo lo que tiene que ver con TransMilenio, muy corrupto, muy sin sentido. Algo anda mal si  se tiene que pagar igual si uno se va en bus hasta el Portal de Las Américas o caminando hasta el Éxito que queda al frente del de la 170. Hice lo segundo y luego tomé un taxi a urgencias para que me miraran el pie. Culpa mía, supongo, no de Petro. 

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.

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