Opinión

El malo de la película

Por Nicolás Samper C.

Las posibilidades de sobrevivir eran mínimas. Decían que iba a morir a menos de que un milagro lo cubriera con un manto de piedad por culpa de una enfermedad extraña. La leyenda dice que era una hepatitis que estuvo a punto de acabar con una vida que despuntaba: apenas tenía cuatro años,
 pero pudo ganar esa batalla. Y es que a él había que matarlo 10 veces para vencerlo.

Esa coraza fue la que exhibió a lo largo de su carrera: donde podía hacer una declaración que destemplara los dientes de sus adversarios, la hacía sin mayores aspavientos. Todos compraban sus disputas como niños pendencieros de colegio y él, a pesar de su rostro mustio, de esa cara de malgeniado permanente, se reía en soledad en su cuarto de concentración porque el partido psicológico lo había ganado 6-0 antes de saltar a la cancha. Esa condición, la de ser más inteligente que el resto, lo llevó a sitios de gloria.

Por eso, cuando se paró por primera vez frente al punto penal poco le importó que al frente suyo estuviera justo uno de los hombres que se inventó eso de que los arqueros también eran capaces de hacer goles. Relojeó al siempre imbatible Higuita y, de zurda, mandó un tiro rastrero, a la mano
 izquierda del gran arquero colombiano, que caía desairado hacia su derecha. Fue el primero de sus goles y lo celebró a rabiar porque era el tanto que le daba el triunfo a su país frente a Colombia 2-1 en medio de un ambiente enrarecido por cuenta de las imbecilidades que siempre sabía pitar el desastroso Hernán Silva contra nosotros y por las peleas de la Policía paraguaya con ese plantel nacional que finalmente clasificó al Mundial de 1990.

En El Campín estuvo un par de veces: una, con San Lorenzo de Almagro en un amistoso frente a Santa Fe y otra, cuando armó un duelo mental contra Óscar Córdoba en las eliminatorias hacia el Mundial que por acá nadie vio: el de Japón y Corea. Se paró frente a la pelota ante un tiro libre y se dio cuenta de que a la barrera le hacía falta un hombre. Disparó con curva y por fuera de la pared humana y le clavó un golazo a Óscar Córdoba.

Con él todos se pelearon: Aristizábal y Asprilla en el Defensores del Chaco; Roberto Carlos, que recibió un escupitajo del portero; Diego Maradona en varios rounds; Carlos Fernando Navarro Montoya supo de su dureza dialéctica y goleadora –le marcó dos anotaciones en un inolvidable Vélez Sarsfield 5-1 Boca Juniors–; Luis Islas y, últimamente, ya en posición de analista, apuntó su arsenal para dispararle bocados
 de rabia a Ramón Díaz y a Joseph Blatter.

Ese hombre es José Luis Félix Chilavert González. Un monstruo del arco y un genio del juego previo porque con su mente doblaba voluntades de la misma forma que Uri Geller doblaba cucharas. Hoy cumple 50 años.

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