Opinión

Impolíticamente correctas

Por: Andrés Ospina. Escritor y realizador de radio/ @elblogotazo

Espero no ofender la hipersensibilidad de feministas, defensores de minorías y demás paladines de respetos y equidades entre criaturas y ‘criaturos’ de Dios, pero discrepo de casi toda normatividad correspondiente al llamado “lenguaje políticamente correcto e incluyente”.

Digo “casi toda”, porque deploro, eso sí, aludir a los acudientes de una mascota como sus ‘dueños’. ¡Y ante eso muy pocos protestan! Tampoco me gusta hablar de ‘invalideces’ o ‘minusvalías’, ni me complace referirme a ‘discapacidades’. No disfruto ser llamado o llamar a alguien ‘retrasado mental’. O que entre humanos nos denominemos, según el esclavista caso, ‘sirvientes’ o ‘patrones’; ‘jefes’ o ‘subordinados’. Si alguien luce inmenso o diminuto es porque lo miramos arrodillados… o subidos donde no deberíamos.

También encuentro más justo invocar a ‘madres’ que a “padres de familia”, pues fue la mía quien cubrió –desde siempre y en su exorbitante totalidad– mis erogaciones recreativas, educativas, médicas, vacacionales y alimentarias. ¿Y qué tal quienes mencionan patronalmente a ‘nuestros indígenas’, cual si fueran su mercancía?

Pero una cosa es eso y otra la maña posmoderna de obsesionarnos, por ejemplo, con el género en una palabra, para conferirle propiedades pluralistas o discriminatorias, inclusivas o excluyentes. Lo digo por la corriente –y perdóneseme el tema, tan cliché– de obsesivos con quejársele a madame Florence Thomas cada vez que algún desprevenido obvia el requisito de dirigirse a “colombianos y colombianas”, a “ciudadanos y ciudadanas” o a “electores y electoras”. Y que alienta el empleo de expresiones unisex, harto ridículas, típicas de flyer de quinceañera, estilo ‘tod@s invitad@s’.

Así las cosas… digámosle a la olla ‘el ollo’ y ‘utensilia’ al utensilio, porque lo contrario cosifica y oprime la feminidad. Separemos a testigos y ‘testigas’. O mejor… encomendémonos, como recomendó Vallejo, a la “‘padra’ nuestra que estás en la ‘ciela’. Santificada sea tu ‘nombra’”.

En otros ámbitos, bueno sería recordar lo que ocurre con ciertos términos a los que nuestra pretendida decencia ha proscrito o declarado impronunciables. Por mi parte, prefiero ser rotulado de ‘viejo’, que suena poético y digno… a que alguien que no es mi nieto me diga ‘abuelito’. O peor todavía… ‘adulto mayor’, eufemismo de corte condescendiente y degradante. Si por el comité de censuras fuera, Hemingway habría publicado El adulto mayor y el mar, y don Ismael Santofimio Trujillo, fallecido realizador de radio ‘nuestro’, sería ‘el Invidente de Oro’.

Lo afirmo con el más convencido respeto: colorido y menos institucional decir ‘gamincito’ y no “menor habitante de calle”. Mejor ‘meretriz’ que ‘trabajadora sexual’. Preferible ‘onanismo’ a ‘autoerotismo’. Quienes sigan sin entender, favor remitirse al diccionario, pues mi departamento de autocorrección política me impide pronunciarlo en forma coloquial. ¿Y qué del embeleco aquel de forzarnos a utilizar, a título obligatorio, ‘afroamericano’ en lugar de ‘negro’, o, peor, –como lo hacían en los ochenta con candidatas y actores ‘de color’–: ‘morenito’ o ‘morochito’? Una salvedad evolutiva… según los darwinianos, nuestra especie en pleno proviene de África. Luego…. todos somos afrodescendientes. ¡Como si la ‘negritud’ ofendiera! Yo –que me supongo mestizo– prefiero ser llamado ‘trigueño’ a ‘afro-mulato-mestizo-caucásico’. ¿No?

Las líneas se nos extinguen, pero termino con reflexión: ¿para qué ver discriminaciones en donde no existen? Además… nada más impolíticamente correcto que la censura o la imposición dictatorial de códigos. Hasta el siguiente martes.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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