Opinión

Ni ratas ni burros

Por: Andrea Padilla Villarraga. Estudiante de doctorado en Derecho de la Universidad de los Andes, vocera en Colombia de AnimaNaturalis Internacional. andreap@animanaturalis.org #PorLosAnimales

Hace poco Juan Carlos Pinzón, saliente ministro de Defensa, se refirió a la guerrilla como “ratas humanas”. Pocos días después, dijo que tenían “mentalidad de burro”. La primera metáfora la usó cuando los subversivos, en un acto de barbarie sin precedentes, expusieron como trofeo las piernas de un soldado estalladas por una mina. La segunda, a raíz del reciente atentado en el Putumayo, cuyo saldo fue un derrame de petroleo que acabó con la vida de miles de animales.

Pero más allá de cuestionar la torpeza del ministro para referirse a una violencia de la que jamás sería capaz ningún animal distinto al humano, lo que estas alusiones expresan es que, hasta en el lenguaje, hemos hecho de los animales nuestros enemigos.

Historiadores como Patterson, Thomas y Kuper han escrito acerca de cómo los animales son llamados por el lenguaje del odio –de las guerras, de los holocaustos, del apartheid, de los feminicidios– para designar al que consideramos nuestro enemigo. Judíos-cerdos, chinos-ratas, negros-micos, mujeres-víboras y campesinos-gallinas en el conflicto armado colombiano, según referencias de paramilitares, son algunas de las metáforas que recorren nuestra historia criminal.

¿Cuántas veces nos hemos referido a otros como cerdos, ratas, vacas, hienas, chulos, conejos, lagartos, sapos y una letanía faunística que representa lo que, a nuestro juicio, es poca cosa, peligroso, vergonzoso o indigno, como si los animales que invocamos fueran en sí mismos todo ello? ¿Cuántas veces a diario matamos dos pájaros de un solo tiro, cogemos al toro por los cachos o le pegamos al perro al acertar? ¿Cuántas mujeres calificamos de zorras, perras, lobas o gatas de manera odiosa y despectiva? Nuestro lenguaje cotidiano, a menudo irreflexivo, está colmado de referencias denigrantes a los animales que, lejos de ser inocuas, refuerzan una idea de superioridad humana y de envilecimiento animal.

Estos usos, a su vez, se han cimentado en construcciones ideológicas según las cuales los animales son la ascendencia vergonzosa del hombre, lo opuesto a lo humano, o lo que es preciso aniquilar simbolicamente y en su materialidad. Así lo expresamos en conceptos despreciativos que, más allá de los lenguajes de la guerra, se escuchan en referencias, aparentemente inofensivas, de nuestra cotidianeidad.

¿Qué idea de las ratas tendría el ministro en su mente cuando las invocó para referirse a los delincuentes de las Farc? Seguramente no a esos animales inteligentes, astutos y madres excepcionales que han sobrevivido a nuestro desprecio y persecución. ¿Burros terroristas? Lo único que he visto en el animal que, según la Biblia, llevó a Cristo a Jerusalén, es nobleza y bondad. Y si han hecho parte de la guerra, ha sido explotados, literalmente, como bombas.

Ambas referencias de ratas y burros fueron acuñadas por Pinzón en tal demostración de pobreza comunicacional, que si el ministro quisiera equipararse a algún animal en su curiosa escala zoológica, lejos estaría de ser un delfín.

Ministro: dicen que el lenguaje construye realidad. Sacar a los animales del conflicto armado y de nuestras guerras cotidianas sería otro aporte a la paz.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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