El dolor de Brasil

Por Nicolás Samper C. @Udsnoexisten

No paramos de lamentarnos. Siempre que se viene el recuerdo de aquel partido de cuartos, de la ampulosidad de Velasco Carballo y sus sanciones que empujaban y empujaban a nuestro equipo contra las cuerdas, como si se tratara de un extraño enviado especial destinado a proporcionarnos desgracias infinitas, de las lágrimas de James Rodríguez con ese saltamontes espía del tamaño de un dron en el hombro, con el reconocimiento de David Luiz ante un estadio que temió a esa Selección colombiana, todas esas imágenes siempre estarán presentes a la hora de saber que Brasil hará parte de un fixture en cualquier competencia.

 Y desde que tengo memoria futbolística no he sido un beneficiado cuando tengo que sentarme a ver a nuestra Colombia ante el ‘Scratch’. Mi vida útil hasta ahora solamente me ha proporcionado dos victorias. Claro, aquellos que ya murieron o que se fueron de este mundo antes de 1985 podrán decir desde el cielo o el infierno que soy un desagradecido: apenas dos triunfos de ‘la tricolor’ en todo el historial nos pone en un lugar muy lejano en términos de aspiraciones. Pero no necesariamente eso nos invalida ni mucho menos.

 Es imposible olvidar la imagen de Carlos Gallo –aquel arquero brasileño, de seguridad mediana que se hiciera famoso por meter con la espalda un penal que le cobrara Francia en la definición de cuartos de final de la Copa del Mundo de 1986– viendo cómo el balón se le iba de su radar en medio de las tenues velas de las torres de iluminación del estadio El Campín. Un tal Víctor Lugo, famoso más por sus simulaciones tipo Neymar que por sus anotaciones, lanzó un balonazo de derecha que rompió la velocidad de la luz –claro, de esa débil y apagada luz de las torres– y se coló en el ángulo superior de la mano izquierda de Carlos, ubicado en el arco sur.

 Luego fue Chile 91 y ese extrañísimo conjunto brasileño que venía de arrastrar penurias en Italia 90 con fútbol defensivo y que, ante el fracaso en la Copa, le dio las riendas a Paulo Roberto Falcao, el digno representante del ‘jogo bonito’ de Brasil 82 y de esa saudade ante Italia. Fue contra esa Brasil, que de pronto solamente tenía a Taffarel como tradicional titular en medio de una laguna de suplentes devenidos en inicialistas –entre los que se encontraba Neto, el crack de Corinthians que deambuló entre la Taberna Bávara y Millonarios en 1993– que ganamos 2-0 en Viña del Mar. Primero fue De Ávila a manera de fusilamiento y después el gigante Iguarán con un balazo al ángulo.

 Este miércoles Colombia querrá editar de pronto un capítulo más. Y quién quita, olvidar aquella humillación de Eduardo Emilio Vilarete sentado encima de un balón en medio del Maracaná aguantando mil goles en contra o Higuita, con manos de teflón, comiéndose una vergüenza en un córner que terminó transformado en gol olímpico. Y si perdemos, aún está Perú y la sed de venganza por la eliminación en 2011.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

Tags

Lo Último


Te recomendamos