Opinión

El Día de la Madre

Por: Mar Candela, ideóloga Feminismo Artesanal.

Soy mamá por elección y lo más importante en mi vida es mi hija. No sabría imaginar qué sería de mí sin el privilegio de tener esa niña. Disfruto cada detalle que recibo por esta época, sonrió cuando mi pequeña me celebra con amor y no me canso de repetirle que brindo todos los días por haberla parido.

Aún así, quiero admitir que no siempre quise ser mamá, que considero que la sociedad ha manipulado el valor de la maternidad y que siento que el Día de la Madre es solo una excusa para vender más corotos y para perpetuar esa idea simplista de que el parto es la ‘máxima realización de la mujer’.

De cualquier manera hay que decirlo: las madres modernas somos unas ‘heroínas entre las heroínas’.

La tenemos mucho más difícil que las mujeres que no optaron por la maternidad. En realidad, nuestra sociedad dice querer que seamos mamás pero a la vez nos pone todas las condiciones posibles y nos permite serlo siempre y cuando eso no interfiera con nuestra productivad. Hoy las empresas y las industrias quieren que seamos madres, sí… pero después de los cuarenta.

Hay un ejemplo terriblemente elocuente: en el mundo empresarial internacional es cada vez más generalizada la condición contractual para aceptar un cargo de alto nivel. Según una cláusula, si queremos tener nuestros propios hijos, aceptamos congelar nuestros óvulos para fertilizarlos únicamente luego de que hayamos servido satisfactoriamente a la empresa. Nuestra juventud y energía debe estar dedicada solamente a la Compañía.

La condición, por supuesto, no funciona para los hombres: ellos sí pueden ser padres; al fin y a la cabo si el hombre quiere ser responsable o no de sus hijos, es problema de otros y la empresa no se afecta. Así me digan que nos hacen un favor congelando los óvulos, para mí es obvio que se trata de una de las manipulaciones más antiéticas e inhumanas que conozco, y que nuestro derecho a decidir sigue siendo el derecho a renunciar.

Escribí, al principio, que consideraba que la sociedad manipulaba el valor de la maternidad. Creo firmemente que la capacidad femenina de cuidar una vida en las entrañas, y luego parirla, ha sido manipulada por la sociedad patriarcal para reducir nuestra integridad a ese solo aspecto. Según esta manera de pensar, la mujer únicamente se realiza a sí misma cuando da a luz; las dimensiones intelectuales, profesionales, físicas o espirituales, por ejemplo, serían solamente complementarias para la mujer-madre.

Por todo eso la celebración del día de las Madres me perturba, me produce una cantidad de sentimientos encontrados; por un lado, aplaudo el que se reconozca políticamente la gran labor de las mujeres que decidimos ser madres; por otro lado, no puedo evitar sentir que se trata de un reforzamiento político de esa idea equivocada de que la gran realización de las mujeres consiste en parir. De algún modo, esta fecha condena a la mujer que decide no ser madre y ni hablar del señalamiento para aquella que por una u otra razón recurrió al aborto.

Tampoco hay que olvidar la dimensión comercial del día de las Madres. No podemos ser ingenuas y caer en la trampa. No soporto que encima de que nos reduzcan a ser mujeres paridoras, la maternidad sea también utilizada para que pongan a nuestros hijos, o a nosotras mismas, a gastar dinero. No soporto que se laven las manos reconociéndonos sólo un día y despreciándonos los otros trescientos sesenta y cuatro.

Ha sido tan manipulado el día de las Madres que, revisando la historia, me encontré con Anna Javis, quien tuvo la ocurrencia en 1908, en una iglesia metodista de West Virginia, Estados Unidos, de organizar el primer día de las Madres. Su convocatoria fue un éxito y Jarvis se animó a impulsar una campaña nacional de celebración a través de gestos simples pero emotivos: proponía regalar un clavel blanco a las madres, visitarlas, o ir con ellas a la iglesia.

Su iniciativa se convirtió, sin embargo, en algo que nunca quiso. El sistema se apropió de la celebración y la convirtió en una más de sus mercancías.

El Día de la Madres pasó entonces a ser un carnaval de consumismo, una inyección sentimental al mercado, la demostración del afecto por medio de las compras desenfrenadas: flores, chocolates, comidas costosas en restaurantes o, en tiempos más recientes, muebles, electrodomésticos, joyería, autos y muchos productos más.

La señora Jarvis, al detectar el rumbo que había tomado su idea, intentó revertir lo provocado y en 1914, en los meses previos a que el Congreso de Estados Unidos otorgara al día de las Madres carácter de fiesta nacional, realizó una segunda campaña, pero ahora para impedirlo: criticó con encono a todo aquel que se lucraba con el afecto materno. Pero el daño estaba hecho y con el tiempo, incluso, las madres aprendieron a medir el afecto de sus hijos a partir del precio del regalo que recibían.

Este día sería grandioso si habláramos de maternidades gozosas y voluntarias, si no nos vendieran la imagen de que ser madre no significara ser sufrida y abnegada en nombre del amor, si no nos pidieran renunciar a nuestra realización personal en diferentes aspectos para ejercer la maternidad.

Si quieren celebrar el día de las Madres como se debe, empecemos por reconocer que las mamás estamos cansadas de parir para la guerra, para la inequidad, o la infelicidad; festejemos esa singularidad femenina de parir vida sin que nos pongan a escoger entre la reproducción o el éxito laboral. Para ser madre hay que ser, primero, una mujer empoderada puesto que si bien la maternidad no define ser mujer, la maternidad tampoco debe aniquilar a la mujer. Ser mujer es ser íntegra intelectual, física, espiritual y profesionalmente. Ese es el día de las Madres grandioso que quisiera celebrar con ustedes.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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