Yo soy Cuéllar

Por: Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

En la niñez no hay problema en torno a suplantar identidades, si es que de fútbol se trata. Entonces uno se empecinaba en dejar en el camerino al Nicolás Samper torpe, de piernas como fideo, que le daba miedo meterse a una barrera para no recibir un balonazo para imaginarse ser Zico o Maradona. A veces Vanemerak, Iguarán o Pumpido. Pero nunca Nicolás Samper. ¿Para qué si ese man era muy malo jugando? Y a la hora del “metegol” a medida que pasaba el tiempo y uno naufragaba en su propósito de detener pelotas de gol o desperdiciaba ocasiones increíbles, el atuendo imaginario de Trobbiani, Dasaev o de Van Basten se diluía con las gotas de sudor y de nuevo quedaba expuesta la verdadera identidad: la de Nicolás Samper, el tronco de siempre.

Pero ese comienzo de aventura en cada recreo suponía una nueva esperanza en medio del panorama desalentador de no ser hábil en el juego. Pensar en que se podía emular a un grande era ese motor interno que prendía la chispa y acababa de tajo con las realidades de la impericia manifiesta. Por eso todos los que hemos jugado fútbol alguna vez contamos con ídolos: porque siempre quisimos ser como
ellos, al menos un segundo.

Yo, que era muy malo, siempre quería pedirme a Maradona. O a Vivalda. O a Pumpido. Mis compañeros de clase, y que jugaban muy bien, al arrancar el “metegol” empezaban a pedirse jugadores, los mismos que yo tenía en la mente. Y yo no era capaz de refutarles su deseo porque ellos merecían ser más Maradonas que yo. Casi que en algún momento pensé que era insultante que ante mi incapacidad, yo fuera tan atrevido de pedir la identidad de un crack. Entonces optaba por pedirme jugadores de menos cartel: diga usted un Eusebio Vera Lima, o un Guillermo ‘Efectividad’ Serrano, un Obdulio Trasante o un John Freddy van Strahlen. Si el ánimo era el mejor, Jorge Amado Nunes podía ser una dignísima elección. Sabía que nadie iba a pedirse a esos tipos. Y que yo no iba a vender falsas promesas sobre mi rendimiento.

Y viendo algunos capítulos del Chavo por YouTube me encontré con que el Chavo alguna vez hizo lo mismo: se peleó hasta la saciedad con Quico porque ambos querían ser ese día Leonardo Cuéllar, aquel volante-delantero que tuvo el afro más vistoso en la historia de los mundiales. Quico gana la pelea –era el dueño de la pelota con la que se iba a jugar– y el Chavo, humilde, dice que mejor se pide el arquero de Perú. O el de Alemania. O el de Holanda. O el de Unión Soviética, hasta que Quico decide callarlo a gritos porque lo desespera.

El domingo el estadio Azteca estuvo rebosado de gente. Ese lugar, que consagró a Pelé y Maradona, también se reunió para consagrar a Roberto Gómez Bolaños, el que se inventó el Chavo y que alguna vez quiso ser Leonardo Cuéllar.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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