Opinión

De metros e incapacidades

Por: Andrés Ospina. Escritor y realizador de radio/ @elblogotazo

Al margen de movilidades, proyecciones y demás minucias macroeconómicas, el asunto del tan aplazado metro bogotano deriva en una consideración que –no por romántica– resulta falsa… Hay obras cuya envergadura y repercusiones superan lo infraestructural.

Verse colgado el rótulo de ‘incapaz’ mina la salud de cualquier autoestima ciudadana. Las estadísticas nos sitúan, en ese sentido, detrás de Ciudad de Panamá, Lima y Quito. Con ello el argumento de “mal de muchos” queda –por simple y evidente comparación– desvirtuado. Tal angustia es de viejo cuño y no lleva 10 años en la agenda de ambiciones capitalinas postergadas, como deben imaginarse quienes tienen 20; ni tampoco 30, como supongo calcularán los que cuentan 40.

Son ya siete décadas desde la primera intentona por parte de Carlos Sanz de Santamaría hasta eras petristas, sin olvidar la propuesta mediante concesión de Fernando Mazuera, en 1949; los planes de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, en 1954; la iniciativa germano-nipona del monorriel, en fechas rojaspinillistas; el tren metropolitano de la Caracas, por Jorge Gaitán Cortés, en 1961; el estudio Fase II de los setenta; los diseños ibéricos de 1975, bajo administración de Luis Prieto Ocampo; los días del “casi se pudo” en tiempos de Durán Dussán; la posterior decepción propinada por Belisario Betancur al priorizar el de Medellín y ningunear al bogotano; más las muchas ideas sanchistas, pastranistas, caicedistas, mockusistas y demás prospectos fallidos de este siglo.

La memoria se me agota de tanto plano, ‘estudio insuficiente’ y render. Y el anterior resumen incurre en omisiones. Así, la expresión ‘metro’ ha terminado por amalgamar en una sola palabra todas las esperanzas, promesas de campaña y frustraciones ligadas a nuestra condición intrínseca. Las huellas de una dirigencia infame, los rastros de una burocracia agobiante y los pretextos propios de quien se declara inepto. Pero también esos sueños de quienes –contra lógicas, proyecciones y vaticinios– nos aferramos, aun cuando sea para delirar, a aquello a lo que otros consideran faraónico. De los que aún lo visualizamos, acaso ingenuamente, como una digna materialización de bienestar ciudadano. De ahí que las encuestas sigan confiriéndole preponderancia.

Ahora –tras el diagnóstico arrojado por estudios– medio país anda escandalizado por los 15 billones dictaminados como prerrequisito. Medito en dicho asunto y de nuevo me entristezco al ver que el presupuesto y la perspectiva de “empeñar la ciudad” aún son excusa. Porque eso llevamos diciendo desde que a alguien se le ocurriera hablar del tema por aquí. Duele contemplar al Estado en su papel de padre tacaño, a la capital en el de señora mendicante y a nosotros mismos solazándonos en el discurso de la insolvencia y regodeándonos, con nuestra incredulidad, en tamaña desdicha.

Falta alma para entenderlo. Los beneficios de una obra como aquella superarían, por mucho, cualquier consideración ingenieril sobre números de pasajeros y balances asociados. Hace mucho que Bogotá clama por un pretexto para creer… Por una excusa verosímil para armarse de fe, así como la que una vez tuviéramos al inicio de esta centuria, que –vaya ironía– llegó a llamarse TransMilenio, y cuya insuficiencia los años evidenciaron. ¡Ruego a Bachué, Bochica y al destino para que por una vez obremos como es debido y nos dejemos de incapacidades! ¿Será posible?

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

 

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