Opinión

Hoja en blanco

Columna Nicolás Samper C. / @udsnoexisten

Usted siente que la angustia empieza a tener ganas de hacerle visita y se afana aún más que siempre. Da vueltas y vueltas en medio de la noche suponiendo que Dios proveerá, pero nada. Y cuando amanece la sensación de que uno anda contracorriente es ya evidente: mas allá de los esfuerzos, a usted nada que se le ha ocurrido un tema para la columna.

Pasa mucho, aunque parezca imposible, que la cantidad de información que hay regada por todos lados incluso puede colaborar en ese temporal reino de la confusión que invade la cabeza cuando no hay tema. Porque justamente hay tanto para agarrarse que uno termina soltándose ante la abundancia temática. Los tres goles de Dayro Moreno frente a Patriotas, el gran momento del Atlético Madrid o el descalabro del Real. Y acá, en este instante de selección y depuración, también emerge otra duda: no escribir más de lo mismo. O al menos encontrarle una vuelta al texto que justifique meterse en un tema ya manido. De qué sirve tener un espacio de opinión si se va a desaprovechar simplemente ubicando letras y lugares comunes con temas más que traqueados… Es mejor en ese caso no escribir nada. Por eso una columna de opinión requiere esfuerzos extras indispensables.

Y es entonces cuando usted decide darle rienda suelta a la desconcentración. Aclaremos: la desconcentración hacia los demás por andar concentrado en ver cómo saca adelante la idea de la columna. Es probable que usted olvide todas y cada una de las palabras que alguien le dijo por estar pensando en el bendito texto. Porque mientras el interlocutor charla y charla, uno está lidiando con el afán propio de no encontrar un oasis en semejante desierto ideológico y con el afán del editor que está trabajando con el horario más implacable de la prensa escrita: el de cierre de edición.

Finalmente uno logra encontrar una idea más o menos sólida que pueda ser bien defendida en el papel. Ahora llega la otra parte: escribirla. Y mientras uno determina la vía para poder plasmar el pensamiento en palabras, el cursor que titila no para de ser una especie de juez silencioso.

Ojo que no siempre ocurre eso de romperse la cabeza: hay ocasiones en las que, con toda la anticipación del mundo usted encontró tema y estilo de escritura. De hecho, al sentarse en frente al computador todo fluye. No hay cursor titilando porque sencillamente usted no deja que eso pase pues el concepto de su columna está clarísimo y nadie puede detenerlo. Esos son días hermosos.

Este lunes quise dedicarle este espacio a esa extraña sensación de desasosiego que significa carecer de un tema para columna y el esfuerzo que implica buscarlo hasta que aparezca. Es que además TIENE que aparecer. Bien decía Roberto Fontanarrosa sobre las musas inspiradoras que ellas no existían. Que sencillamente si no escribía, no le pagaban.

Y mientras escribía esta columna –desde el teléfono porque en el hotel donde estuve por cuestiones de trabajo no había centro de cómputo–, pensaba que al arrancar no tenía tema. Curioso que eso me haya salvado.

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