Gratis hasta un puño

Por: Chilango Páez @Chilangonorrea

No sé si sea motivo de orgullo, pero hago parte de los que estuvimos en el primer Rock al Parque, por allá en 1995, cuando apenas tenía 14 años. Para muchos, fue la primera oportunidad de ir a un concierto grande, de liberar la furia adolescente en el “pogo” y de conocer a las bandas iberoamericanas que estaban construyendo algo así como una “escena alternativa”. A riesgo de sonar como ‘Los años maravillosos’, solo tengo buenos recuerdos de esas ediciones a pesar del clima, de las requisas y de tener que esperar hasta las dos de la mañana para conseguir un bus hacia mi casa –sin contar con que al día siguiente tocaba ir al colegio–. En 2001 salí del país y he regresado pocas veces al festival. La culpa la tienen el trabajo, la salud o la coincidencia con las vacaciones.

Aunque la esencia es la misma de hace 18 años, hace un tiempo algunas personas agarraron la costumbre de hablar mal de Rock al Parque. Que ya no es rock, que la convocatoria es pura rosca, que “se caspió”. Pero la programación sigue abarcando diferentes movimientos del rock y siempre viene al menos un artista verdaderamente grande. La selección distrital se hace con un proceso transparente y lo único que demuestra es que el nivel del rock nacional no es el más alto: ahí va, con cosas buenas y malas, y el evento es la oportunidad de saber cómo está sonando el país.

Si a alguien no le gusta el cartel, nadie lo está obligando a asistir. Ahora, eso no justifica que los organizadores le den el cierre a las bandas nacionales de moda poniéndolas por encima de grupos internacionales con muchísima más trayectoria, como para llenar el Parque Simón Bolívar y decir que todo fue un éxito. Con tanto discurso incluyente, queda bastante excluyente una programación que discrimina por géneros para que los unos no se junten con los otros, con la excusa de que así se evita la violencia. Tampoco tiene razón de ser que delimiten áreas inmensas junto a la tarima para periodistas –muchos de los cuales no están cubriendo el festival– y para invitados especiales, poniendo en entredicho la carreta alrededor de la convivencia. Un pequeño foso de prensa es suficiente en cualquier evento de esta magnitud y los demás se acomodan como pueden.

Una de las cosas que sí son tristes de Rock al Parque es que, sin proponérselo, arraigó esa idea del “gratis hasta un puño”. Por ejemplo, cuando cerró La Pestilencia en 2011, decenas de miles de asistentes corearon sus canciones; un año después, la banda vino de gira a escenarios pequeños y ni siquiera 300 personas pagaron las boletas –que eran bastante baratas, por cierto– en uno de los conciertos que hizo en Bogotá.

Muchos creen que apoyar la cultura es ir a un evento gratuito una vez al año y eso solo hace daño. De todas formas, este sigue siendo el festival más grande del país y siempre vale la pena estar ahí.

Por: Chilango Páez @Chilangonorrea

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