Como el cangrejo

Por: Andrés Ospina, escritor y realizador de radio/ @elblogotazo.

“El día que usted haga algo malo, hágalo bien hecho. No sea tan pendejo de dejarse pillar”.

Dicha lección, puesta por libretistas en labios de Enelia, progenitora de ‘El patrón del mal’, cuyo desacato llevó al protagonista a terminar como terminó, parece no importarles a algunos representantes del empresariado nacional, tan ingenuamente orgullosos de su idoneidad para burlar leyes.

El plagio, copia o ‘fusilamiento’ es costumbre insertada en nuestro repertorio de bajezas. La cita, el parafraseo y la réplica son formas lícitas de imitar. La suplantación, la falsificación y la usurpación —en contraste— suelen ser calificadas como ruines.

Hemos creado (dicho en jerga San Andresito) ‘zapatillas deportivas’ Redbrook, Reebook y Abidas, rasuradoras Getette y sedes apócrifas de Friday’s, para no hablar del City Rock Café.

Uno supondría que las nuevas vías de comunicación y los mecanismos legales contemporáneos han alertado a los copiones (deliberados o involuntarios). Pero casos aún abundan.

¿Recuerdan a Crab’s —el Centro de Rock, Arte y Blues, localizado en la carrera 13 con 73, fundado por Óscar Zuluaga en 1999, cerrado en 2007, y reubicado en Santa Marta—?

Desde 2010 se erigió en la calle 64 con Décima un establecimiento denominado Crab’s Café DC, Hamburguesas y Rock, con características demasiado semejantes a las de su homónimo.

Hablo del logotipo, las paredes rojas, la carta —alusiva a la cultura del rock—,  su propuesta musical y su nombre propio (la más obvia).

Dice Diego Cortés, su propietario, que al bautizarlo no sabía de su antecesor. “Yo tenía un bar llamado Mojito. Hubo quejas por ruido, y decidimos convertirlo en restaurante rockero. Para aprovechar las letras del aviso lo llamamos Crab’s”.

Cortés asegura haber realizado indagaciones en Cámara de Comercio y Superintendencia de Industria y Comercio. Según estas —sostiene— la marca estaba disponible. “No hice nada ilegal. Más bien le ayudé al señor Zuluaga con su bar, publicitándolo en Bogotá por dos años”.

Zuluaga lo contradice: “Me enteré del Crab’s ‘pirata’ poco después de que abrieran. Ellos llamaron a nuestros antiguos músicos, insinuándoles que eran franquicia. Lo mismo les daban a entender a nuestros exclientes. Registramos la marca y buscamos a nuestros abogados. Nos ampara el haber sido Crab’s desde hace 13 años”.

En concordancia, Camilo Gómez, jurisconsulto que lo representa, envió un requerimiento prejurídico hace meses. Según él la respuesta fue tardía. En esta el representante legal de Crab’s DC se comprometía a suspender el uso de la marca, pero solicitaba plazo hasta diciembre para las adecuaciones necesarias.

De acuerdo con Gómez, lo anterior constituye un ejemplo claro de usurpación marcaria, en donde se violó la propiedad de marca, de nombre comercial y de ‘trade dress’ (que es el lenguaje simbólico empleado por un establecimiento en su decoración y estructura, como parte de su identidad y prestigio).

“Es lo mismo que haber usado sin autorización el automóvil de alguien por varios años para lucrarse y decir que no hubo mala intención”, concluye.

A la fecha el aviso de Crab’s DC fue reducido a un impronunciable ‘b’s DC’. Zuluaga insiste en que eso no basta. Ante el déficit de espacio, dejo el veredicto en las manos de los honorables lectores. Ustedes juzgarán.

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