Sutil

Pablo Francisco Arrieta / @Xpectro/ Profesor y lector de cine

Domingo en la tarde, poco después de las 3, fuimos los últimos en conseguir sillas. Sala llena. Y según me dijo el acomodador «así ha estado todo el tiempo». Qué bueno

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Luego de los cortos, arranca la cinta. La cámara muestra un cuerpo, rodeado de naturaleza y silencio. Quienes estamos en la sala vemos la imagen y alcanzamos a entender lo que la protagonista está pasando. No hay textos ni diálogos, solo imágenes y sonidos que son suficientes.

 

Lo que vemos es La Sirga, una película colombiana rodada en la Laguna de La Cocha hace ya algunos años pero que luego de un camino largo ha llegado a nuestras salas. De manufactura impecable, el equipo que la produce ha tenido enorme atención por los detalles: fotografía, sonido, color, ambientación, vestuario, actores… Todo hace que como espectadores entremos en la cotidianidad que plasma la historia.

 

Con diálogos cortos y precisos, como son los de los habitantes de la zona, el silencio es protagonista. No hay canciones de fondo ni sonidos innecesarios; todo es justo y suficiente. Un minimalismo que recuerda la cultura oriental, pero que está hecho para nosotros, colombianos, de cualquier extracción. No es obvia, nos deja ver detalles en donde se entiende todo lo hay detrás de ellos. Digna representante de esta sociedad en la que no toca estar en la Cocha para sentir la mirada de un agente de seguridad en un banco, alguna plaza comercial, edificios, aeropuertos y sentir, invisible para los foráneos pero claro para los locales, cómo la sombra de la violencia nos cubre.

 

La música campesina que alegra una noche de la historia, y algunos minutos de la cinta, se entrelaza con los demás elementos; cada pieza forma la imagen que vemos. A la mitad, un señor sale de la sala a oscuras por la puerta de emergencia. Se le ve ofuscado, y al regresar le dice a la señora a su lado «que es el sonido de una cinta sobre el Chocó, que hay en la otra sala». El silencio pastuso, el bullicio chocoano… Dos formas de afrontar nuestra realidad, que reflejan hoy en salas lo que pasa en nuestra geografía (incluida la intolerancia de algunos).

 

Si bien lo que muestra la cámara es una Colombia que bien puede ocurrir en el siglo XXI o en el XIX, pues las personas que habitan La Sirga ni luz eléctrica tienen, es claro que quienes cuentan la historia han bebido de las fuentes más contemporáneas. La alta tecnología nos sirve acá para plasmar este paisaje atemporal. Las dos caras de nuestra patria se reflejan en proyectos como este, que viajan por el mundo marcados por nuestra realidad bipolar.

 

Además, esta obra llena de sutileza se dio el lujo de ser la primera cinta que tiene premiere digital en Colombia. Con la tranquilidad que da el saber que se tiene un buen proyecto entre manos, el 23 de Agosto en la noche (un día antes que se estrenara en cines), 54000 computadores, con un promedio de 3 personas observando en cada uno, fueron testigos del evento. Así, 150000 personas ubicadas en Colombia (no se dejó ver en otros territorios), pudieron juzgar la cinta. Y el voz a voz local arrancó…

 

Es frecuente escuchar gente que se queja de la poca asistencia y apoyo a las cintas nacionales. Si en la noche del estreno todos estos ojos ven una película, ¿qué efecto posterior tiene esto en la taquilla? Un experimento cuyos resultados iremos entendiendo en el tiempo; sospecho que puede ser bueno. Para los que quieren ampliar la experiencia de ver la cinta, les recomiendo ver el detrás de cámaras y ver el contenido del canal en YouTube con el que cuentan. Lecciones a aprender para todos los interesados en la narración audiovisual de nuestras cosas.

 

Vayan a La Sirga y la ven en la pantalla grande; vale la pena pues sus imágenes hacen uso de cada centímetro de esa tela. Para entenderla no toca ser un experto en cine, tan sólo vivir en estas tierras en las que a diario tanto decimos sin hablar.

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