La pasión

Por Katherine Ríos, @rioskat

Me revienta tanto mercachifle por ahí lanzando bobadas en la feria del libro, textos a los que les faltó reposo y edición, hablando en conferencias sobre temas de los que no tienen ni idea.

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Siempre me ha gustado la gente apasionada, esa que se enamora de algo y se entrega con obsesión a ello. Me fascina encontrar personas que no están resignadas a su trabajo de oficina, que seguirán con vida después de jubilarse. Respeto a los que tienen un mundo interior, los que se hacen preguntas y alimentan su curiosidad.

He conocido escritores entregados a lograr la perfección del lenguaje, que prefieren pasar horas hilvanando y puliendo frases a aparecer en el Teléfono Rosa, y que, cuando tienen que ir a la presentación de un libro, parecen arrastrados a la fuerza por los editores: uno siente que piensan que están perdiendo el tiempo y que creen que no tienen mucho que decir. Se les nota que preferirían estar lejos del bullicio. Pero cada vez son más escasos esos autores que no se presentan enumerando la lista de premios que han ganado, que no se meten en debates inocuos ni opinan de cualquier cosa. Esos poquitos respetan su trabajo por encima de todo y por eso no lo ferian en público. Tienen clarísimo que si escriben, es para no tener que hablar.

La mensa mayoría quiere ser famosa, rica, bonita y exitosa. Alimentados por revistas y diarios, por programas de chismes y telenovelas, asistimos a competencias de las cosas más absurdas: eligen sin pudores al mejor policía o al mejor novelista del mundo, al mejor director de menos de 30 años, al mejor cocinero de sopas de tomate, al mejor editor alternativo; arman una jerarquía del éxito, le ponen calificaciones y el que quiera entrar, pues que le mueva la butaca a otro.

Pasa también en las familias. Como ya los padres no pueden escoger la profesión de sus hijos, les venden esa odiosa frase de “no importa que seas panadero, desde que seas el mejor”. Como si el mundo no estuviera ya lleno de mejores chefs, mejores violinistas, mejores cirujanos y mejores lo que sea. Y no, me parece que la vida no es eso, que sería mejor una invitación a descubrir y enamorarse de algo; a hacerlo bien, con paciencia, disciplina y, sobre todo, respeto. Ser un buen maestro, uno que de verdad esté atento a sus alumnos, a lo que necesitan, o un buen carpintero que disfrute la perfección de su trabajo sin importar lo modesto que pueda ser. Finalmente las cosas que quedan en el tiempo, la gente que uno recuerda, la música que no se olvida, las obras de arte que perduran, los libros que no mueren, fueron hechas por gente apasionada y seria, no por mamarrachos de feria.

De vez en cuando uno se encuentra con personas que de verdad están haciendo lo que quieren, que un día descubrieron su pasión y se han aferrado a ella. No importa si la elección es modesta o ambiciosa, se nota que lo hacen con gusto y decoro. Y uno ve que disfrutan el proceso, que tienen un mundo en la cabeza y por eso no conocen el aburrimiento. Saben que no se trata sólo de talento, tienen claro que se necesita disciplina y respeto por el oficio que hayan escogido.

Por eso me gustan los obsesivos, esos que están dibujando todo el día o los que son capaces de esperar horas a que la luz esté perfecta para disparar la cámara. Esos que decidieron no hacer fila en los cócteles ni cazar peleas en los medios para figurar. Que saben qué críticas oír y no se les desbarata el ego cuando les dan palo.

Con esto no estoy diciendo que no toque salir, que vea mal que la gente muestre su trabajo y que se lo elogien. Lo que me fastidia es que parece que antes de escribir la primera página de la novela, ya están pensando en qué vestido se van a poner para lanzamiento. Se les nota que están descrestando incautos y nosotros nos dejamos embaucar.

Katherine Rios

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