Rebajas

Adriana Jaramillo, @seligmannad

Cuando uno reside en un país con estaciones, experimenta cosas que en una ciudad como Bogotá, con sus mil climas en un solo día todos los días, no vive.  El cambio de ropa es una de las más importantes. En diciembre hay que sacar los abrigos, los guantes, los sombreros, las botas, las bufandas, los cuellos altos, los sweaters y chaquetas que en España tienen nombres de lo más British: jersey, cazadora, rebeca, pulóver y cárdigan. Siempre se cogen unos kilos de más porque el frío despierta las ganas de dulce y ofrecen por todas partes chocolates, turrones, roscones, como si el cuerpo necesitara, aparte de toda la ropa que lo cubre, hacerse su propio chaquetón de piel para pasar los duros meses del invierno.

El clima de Madrid es seco y extremo. Hay días tan fríos que la sensación es como si al abrir la puerta hacia la calle estuviéramos entrando a pasar el día en el congelador. Las casas, las oficinas y los almacenes tienen tan alta la calefacción, que el único verdadero ejercicio que se hace, es quitarse y ponerse ropa. Ir deshaciéndose de capas como una cebolla.

De los europeos y sus estaciones vienen las famosas temporadas de la moda otoño-invierno y primavera-verano. En septiembre las pasarelas exhiben sus colecciones de verano del año siguiente, y en febrero las del siguiente invierno. Pero para los que nos importa menos la moda y más conseguir el mejor precio, este es el mejor momento del año: ‘las rebajas’. Después de un largo recorrido donde la prenda fue desfilada en febrero, vendida en las tiendas en septiembre y si no ha tenido la suerte de ser comprada por su valor original, después del 7 de enero, es decir ahora, pasa a formar parte de las super gangas que alcanzan caídas vertiginosas de hasta el 50% o 70%. Es para volverse locos.

Ese día cientos de mujeres, y alguno que otro hombre esperan desde más de una hora antes de que abran los grandes almacenes como El Corte Inglés, Zara, Mango, Adolfo Domínguez, Pedro del Hierro, etc. para ser los primeros en encontrar ese vestido maravilloso que le costará la mitad o menos. Pero conseguir ese objetivo no es tarea fácil. Debe irse armado de valor (no se imaginan cómo las rebajas pueden sacar lo peor de una persona) para encontrar lo que tanto desea. Por esta razón, se recomienda ir solo, no se puede llevar a la amiga y menos si es de la misma talla. Se corre el riesgo de que ambas se queden mirando la misma chaqueta desde una distancia similar y se produzca esa mirada desafiante y ese acelerón que le hace a uno decir cosas como: “No me encanta, no es tu estilo, y además te hace ver caderona. Deja, que me la pruebo yo”.

A las rebajas uno tiene que ir como cuando uno va soltero a una fiesta. Sin esperar nada, sin buscar algo concreto, sin expectativas, simplemente entrar mirar, probar, y esperar a ver si algo bueno se atraviesa en el camino. Es lo mejor. El promedio que se gasta un español en las rebajas en Madrid es de cien euros. Pero cunden y de verdad. Llega a tal punto la oferta que te das cuenta de que les haces un favor ayudándoles a deshacerse de tanta ropa que es ‘periódico de ayer’. En marzo, abril, sólo quedarán los restos, como las migajas en un plato de pastel después de un festín. Empiezan entonces a aparecer las incomparables ‘Nuevas colecciones’. Se va quitando el frío y cambian totalmente las vitrinas. Nadie quiere volver a ver un abrigo y una bufanda en mucho tiempo. Esa ropa produce incluso, desprecio.

Cuando uno vive en un lugar con estaciones entiende por qué la primavera es sinónimo de renacimiento, de esperanza, cambia el ánimo, se quitan las ganas de comer chocolate, los restaurantes sacan las mesas a las terrazas, los días son cada vez más largos. En la mente están las camisas de manga corta, las faldas de lino y algodón, las ‘rebecas’ de punto, unas bailarinas para usar sin medias. Quitarse las medias es uno de los mayores actos de libertad que se experimentan cada año en un país con estaciones.

Pero ya se me está yendo la imaginación demasiado lejos. Estamos apenas en enero, el cielo de Madrid es tan azul y luminoso que parece imposible que sólo tengamos tres grados. Me pondré mi abrigo y mis guantes y me iré de compras. Sospecho que hoy puede ser mi día.

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