Buena parte de la culpa de la situación del Barcelona la tiene Lionel Messi, él y la dirigencia que dejó crecer ese monstruo. Nadie sospechó que el niño que llegó a Catalunya a comienzos de siglo buscando unas inyecciones de crecimiento que Newell´s no pudo darle y River no quiso se iba a convertir en el mayor referente histórico del club y al mismo tiempo en responsable de su crisis económica y deportiva actual. Ídolo y verdugo al mismo tiempo, así de grande es el argentino.
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Tampoco es que Messi sea el culpable de todos los males del equipo, al menos no el único, mucho tiene que ver también la directiva, cuyo único proyecto parece ser tenerlo contento a cualquier precio. Y por muy absurda que parezca dicha política, tiene su lógica. Antes de Messi, más que un club grande Barcelona era un club con ínfulas de grandeza. Tenía títulos, historia, ídolos, pero su ego era mayor que su palmarés y buena parte de su recorrido lo había hecho mirando con complejo y envidia hacia arriba, al Real Madrid. El equipo de la capital tenía al catalán como su máximo rival no porque estuviera a su nivel sino porque algún enemigo tenía que tener para alimentar el morbo y motivarse. Con Messi esa brecha se mantuvo, pero se cerró bastante a punta de goleadas, fútbol vistoso y campeonatos, lo que no cambió fue la vocación de víctima de los blaugrana.
Porque el Barcelona ha sido un equipo de tragedias deportivas, de perder cuando nadie lo esperaba y de hacerlo con estruendo. Frescas en la memoria están París y Turín, Roma y Anfield, pero basta con revisar la historia para encontrarse con la final de Berna en el 61, cuando mandó cuatro tiros al palo, la de Sevilla en el 86, cuando no fue capaz de hacerle gol al Steua de Bucarest ni en la tanda de penales, y el 0-4 del 94 contra el Milan de Capello en Atenas. Mientras el Madrid ganaba y ganaba, Barcelona contrataba a las grandes estrellas del fútbol mundial con más expectativas que éxitos. Kubala y Kocsis, Cruyff y Neeskens, Maradona, Romario, Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho; a punta de chequera y de nombres pudo conseguir algunos títulos, pero sin acercarse a su némesis como hubiera querido.
Llegó Messi y sumó una liga tras otras, Copas del Rey como si fueran dulces y cuatro Champions. No lo hizo solo, pero sí como la estrella más brillante, la joya, el mejor jugador del mundo y de la historia para muchos, de ahí que sea el rey de Catalunya, una figura indiscutible que trasciende el deporte y que representa, seguramente sin habérselo propuesto, a toda una región.
Pero se les creció el fenómeno y de ser el mejor en la cancha empezó a adquirir un poder para el que no estaba capacitado. Messi es un extraordinario jugador, pero no es capitán ni líder, y aunque se ve callado, tranquilo y humilde, quienes lo conocen dicen que tiene su temperamento y que amparado en su infinito talento ha obtenido lo que ha querido. Y lo que quiere, además de su amor natural por el juego, es un jugoso sueldo y que no se le discuta; rodearse de amigos y armar el equipo a su medida, un conjunto de estrellas envejecidas que cobran mucho, corren poco y que quedaron en evidencia la semana pasada en Lisboa. Ante un Bayern aplastante y la realidad del fútbol moderno, entrenar menos de una hora al día y basarse en el talento sin necesidad de correr no alcanza.
Los directivos no supieron gestionar la plantilla, el éxito y el dinero, gastaron fortunas en futbolistas inflados y entregaron el club a los jugadores, que amparados por su líder quisieron cobrar lo mismo que él, o parecido, hicieron del Barcelona el equipo que paga los mejores sueldos del mundo y trituraron a un entrenador tras otro. Guardiola se fue porque ya no daba más, a Martino se lo comieron vivo, Luis Enrique aguantó tres temporadas no solo porque ganó un triplete sino porque es guapo y un tremendo ex jugador culé, mientras que Valverde, un buen técnico que triunfaría en cualquier equipo, no pudo imponerse y fue de más a menos, lo mismo que Guardiola y Luis Enrique. Setién llegó a apagar el fuego, pero era imposible, no tenía los pergaminos para ganarse el respeto y los jugadores hacían lo que querían. Suya no es ni de cerca la culpa del 2-8 en particular y de la desastrosa temporada en general, la primera sin títulos en doce años.
Messi es un genio, pero los genios son frágiles así inspiren respeto, miedo a veces. El Barcelona de hoy es producto de sus deseos y así le va. Está cansado y se le nota, año tras año ve que se le acaba el tiempo y que los jugadores en los que confía, y otros más a los que no quisiera ver en el equipo, no están a su nivel y lo limitan, le dañan la hoja de vida. También podría aparecer en partidos importantes, que es algo que se le critica; es mentira que sea un pecho frío y que se pierda siempre, muchos han sido los partidos calientes en los que ha aparecido para salvar todo, pero lo que se ve últimamente es que desaparece, lo que hace que un equipo que depende de él en su totalidad no sepa qué hacer. Quizá sea momento de decir adiós, Messi le ha dado mucho a Barcelona y viceversa, no es descabellado pensar que los pocos años que le quedan serían más felices en un equipo fuerte, ya armado, donde bien rodeado pueda empezar de cero, no tenga tanto poder y se limite a hacer lo que hace mejor que el resto de los futbolistas de nuestro tiempo.