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Racismo, una pandemia letal

Hace un par de días, en un grupo de Whatsapp, llegó una petición para firmar por ‘Justicia para Anderson Arboleda, joven afro asesinado a golpes por un policía en el Cauca‘.

Mi reacción inmediata, que seguro se leyó agresiva, fue preguntar por qué no firmábamos por Joel Villamizar, dirigente del Resguardo Unido U’wa, en Chitagá, Norte de Santander, asesinado en una operación militar dos días atrás; o por los líderes y sabedores indígenas María Nelly Cuetia y Pedro Ángel Troches, del cabildo Páez en zona rural de Corinto, Cauca, secuestrados y asesinados el 30 de mayo de este año.

Escribí sin filtro y sin contexto (siempre necesario) por la impotencia que me produjo leer minutos atrás sobre estas vidas violentadas, estas voces calladas, estos vínculos rotos, estas luchas interrumpidas.

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Y esa misma impotencia me lleva a preguntarme diariamente por qué unas vidas importan más que otras, mientras cuestiono los privilegios que me habitan y desde los que escribo esto. Me lleva a abrir esta ventana dialógica para pensar la lucha antirracista.

Me indigna el asesinato de George Floyd en Minneapolis, el de Eric Garner en Nueva York, los de Cynthia Wesley, Carole Robertson y Addie Mae Collins y Denise McNair en Alabama o el de Edgar Evers en Mississippi.

Y me llenan de ira e impotencia las recientes muertes de Anderson Arboleda por brutalidad policial en Puerto Tejada, de Alejandra Monocuco por negligencia institucional en Bogotá, de Dylan Cruz por violencia del ESMAD en Bogotá y el centenar de líderes sociales y ambientales asesinados este año en Córdoba, Nariño, Valle y Putumayo, entre otros.

Tomando distancia crítica de los discursos multiculturalistas que insisten que en este país todos somos iguales y que desconocen las jerarquías raciales latentes y manifiestas, encuentro necesario abrir el abanico de los racismos más allá del colorismo.

«Hoy por hoy es increíble encontrar tantas marcaciones, señas y punzadas de racismo, discriminación y estigma que anidan y circulan a través del lenguaje y sus obvias relaciones con la acción, el pensamiento y las expresiones, de ese alguien que no se piensa/imagina jamás racista. Sumado al infortunio individualista y narcisista, propio del capitalismo, que refuerza el clasismo, las relaciones de poder y dominación.» Esto lo escribían en ese mismo chat en mención, unos meses atrás, a propósito de la apuesta antiracista y antifascista de Olivier Ntcham.

En Colombia, como lo señala un amigo, estamos en la necesidad de hacer mucho más plural y heterogéneas nuestras disputas y luchas por el reconocimiento, la justicia y el respeto a la vida, y en contra del estigma, la segregación y la opresión de sujetos históricamente criminalizados.

La red de indignación debe alcanzar y cobijar a cada grito de dolor en este mundo indolente, más allá del color y más en contra de la impunidad. Ese es el reto de pensar extensamente el racismo no como tema aislado o un ‘trending topic’, sino como realidad sistémica.

No debemos consentir atropellos, abusos, discriminaciones u opresiones. No debemos alentar el racismo en las conversaciones diarias, en las publicaciones de redes sociales, en stickers, en gifs o en memes. No debemos callar y asumir sin reparo los discursos hegemónicos de las élites.

Es necesario que cualquier injusticia nos duela en el momento justo y en la hora justa, que nos interpele en nuestra cotidianidad y movilice nuestra acción política.

No tengo la respuesta, pero tampoco continuaré en silencio.

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