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El renacer de Ciudad Perdida

El pueblo indígena más grande y más antiguo de Colombia, comparado hoy con Machu Picchu, es ejemplo de resiliencia.

En varios momentos de la historia Ciudad Perdida ha tenido que soportar los golpes que el hombre, por su malicia, le ha dado a este paraíso espiritual. Pero ha sido precisamente la fuerza de su pueblo y sus creencias las que le han permitido levantarse una y otra vez.

Primero fueron los huaqueros, que en 1974 encontraron abandonado el pueblo Teyuna, como realmente se llama Ciudad Perdida. En ese momento aprovecharon para tumbar las más de 300 casas construidas en el lugar y llevarse todo el oro que hallaron. Un año después llegaron los arqueólogos y poco a poco reconstruyeron el lugar, hasta que los pueblos indígenas volvieron a tener control de ese recinto sagrado para ellos.

Luego, en los años 80, llegó la coca y con esta la violencia. Fue la guerrilla la que empezó a darle un uso muy diferente al que le daban los indígenas, quienes consideran esta planta como sagrada y esencial en sus tradiciones. Dos décadas atrás, en la parte baja de la Sierra Nevada de Santa Marta, se había vivido la época de la bonanza marimbera.

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Por la exportación ilícita de la coca y la marihuana los pequeños pobladores y comunidades campesinas dejaron sus trabajos mal remunerados para realizar labores relacionadas con el narcotráfico. Algunos de ellos alcanzaron a convertirse en reconocidos narcotraficantes.

Para combatir la criminalidad en la región, en el año 2000 el Gobierno fumigó la Sierra. Así mismo lo expresan algunos de los habitantes del pueblo El Mamey o Machete. Con la erradicación de la coca y la desmovilización, en 2006 la Sierra Nevada de Santa Marta empezaría a vivir un renacer.

El turismo fue su salvavidas

“Nosotros somos felices recibiendo a los hermanos menores en la Sierra. Para que aprendan cómo se trata a la Madre Tierra y cómo se debe mantener el equilibrio”, nos contó una autoridad de la comunidad kogui, una especie de gobernador o policía para los indígenas.

En la Sierra Nevada habitan cuatro comunidades. Ellos son los arhuacos, koguis, wiwas y kankuamos. Las cuatro poblaciones tienen dos dioses: el Sol (Serankua) y la Madre Tierra (Séneca). También tienen en común la creencia de la creación del mundo, en la que la madre universal creó primero a los indígenas del mundo y luego a los humanos de otras comunidades. Por eso ellos se denominan como “hermanos mayores” y nosotros los “hermanos menores”.

Fue gracias a una conversación entre los indígenas de la Sierra y los habitantes de El Mamey que llegaron a un acuerdo para abrir las puertas de Ciudad Perdida a los hermanos menores de todo el mundo. Así fue como quedaron en el olvido trabajos como matachines, transportadores de cal para la cocaína o cultivadores de coca y marihuana.

En 2006 subieron un poco más de 1000 personas a la Sierra Nevada. Actualmente reciben más de 2500 personas al año.

Una aventura extrema

Subir hasta Ciudad Perdida no es fácil. No existen las comodidades para llegar a este paraíso que se reserva solo para los que resisten un largo camino. Expotur es una de las agencias que ofrecen vivir esta experiencia de la manera más natural posible.

Empieza en El Mamey, un pueblo ubicado a dos horas de Santa Marta. Ahí comienza la aventura que puede extenderse por cuatro, cinco o seis días. Desde ese punto se da inicio a un viaje ancestral, recorriendo los pasos de los tayronas. Es una aventura a través de la espesa selva húmeda tropical que permite ponerse en contacto con la naturaleza.

En mi viaje conté con la compañía del guía Sigilfredo Camacho, el traductor Hugo López y el cocinero José Bohórquez. Ellos nos acompañaron, a mí y ocho turistas más, a lo largo de casi 60 kilómetros de ida y vuelta.

El primer día la caminata fue de cinco horas por caminos empinados y algunas veces enlodados. Alcanzar los primeros 600 metros sobre el nivel del mar nos dio una satisfacción profunda, una sensación que solo se produce después del deber cumplido. En el segundo día, que arrancó a las 5:00 a.m., nos preparamos para una caminata de ocho horas, entre subidas y bajadas, para llegar al último campamento, llamado el Paraíso Teyuna. Ahí estaríamos a un poco más de un kilómetro de distancia de Ciudad Perdida.

Pero en el camino, pese a las dificultades del terreno, los paisajes y el sonido de la naturaleza fueron un gran alivio. Conocer de cerca la manera como las comunidades viven ahí, en armonía con la Madre Tierra, se convierte en un gran ejemplo de vida.

Para los “hermanos mayores”, dicho por Fermín, “son los hermanos menores los que destruyen la naturaleza y explotarla es como sacarle los órganos al cuerpo”.

La razón por la que cierran el paso a Ciudad Perdida en septiembre, así como en febrero lo hacen en las playas del Tayrona, es para evaluar las malas energías que quedan en el lugar y hacer una ofrenda a la Madre Tierra para que haya equilibrio en el planeta.

Y efectivamente, al llegar a Ciudad Perdida en el tercer día de recorrido, después de subir 1200 escalones y llegar a 1300 metros sobre el nivel del mar, se puede sentir una paz diferente a la de cualquier otro lugar. Cada terraza cuenta una historia, como el lugar que dedicaban al trabajo, en el que forjaban figuras en oro que contaban su cotidianidad, o la casa del mamo, el único que vive actualmente en Ciudad Perdida y a donde acuden indígenas de todas las comunidades en busca de un consejo o sanación.

Fue impensable que en el cuarto día todo el esfuerzo que se hizo de ida se vería reducido a siete horas de caminata con dos subidas de una hora cada una y luego una bajada pronunciada.

Se sintió como si hubiera sido el día de menos esfuerzo, pero todos mis compañeros de viaje coincidieron conmigo: Ciudad Perdida nos había renovado. Gracias por la compañía a Elze, Benigna, Emilie, Alex, Jaclyn, Lior, Yuvel y Fernando.

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