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Ser Lgbti y adulto mayor: la lucha eterna por mantener los derechos

Los últimos 30 años han traído grandes cambios para la comunidad Lgbti, como lo recuerda un activista que ha vivido toda la transformación.

Tres hombres viajaban en un bus hacia Bogotá, luego de un paseo. Los tres fueron muy cariñosos y, en un momento, dos de ellos se besaron. Cuando se fueron a bajar del bus, el ayudante les recriminó un presunto robo de los forros de los buses. Uno de los hombres interpelados, Juan Daniel Castro, le reviró sin importarle su tamaño, ni el del bate de béisbol que empuñaba.

“Me paré y le dije que  qué le pasaba con nosotros. Cuando me di cuenta, se me abalanzó y me dio dos garrotazos por ser homosexual. Por suerte no fueron tan fuertes, porque lo recuerdo todo”, dice Castro varias décadas después, cuando está cerca de cumplir 60 años, en septiembre. Juan Daniel recuerda cómo vivió las transformaciones de la sociedad colombiana alrededor de la comunidad Lgbti.

Aunque estamos muy lejos de una aceptación real de las poblaciones sexualmente diversas, los colombianos hemos logrado algo importante: la tolerancia y el acceso de la población Lgbti a derechos como la unión de parejas del mismo sexo y las prestaciones sociales compartidas. Personas como Juan Daniel adelantaron buena parte de esta transformación, en una lucha que no se detiene.

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Tolerancia no es aceptación

La golpiza del ayudante fue solo una de las dificultades que vivió Castro durante su vida como hombre gay. Durante muchos años debió aguantar en soledad, saliendo del clóset solo con un grupo de amigos, para reconocerse a sí mismo como gay. Cuando reveló su orientación sexual a su familia, la reacción de sus padres y sus seis hermanos fue muy dura.

“Durante más de un año tuve que prepararme mentalmente para hacerlo. Durante años me habían metido en la cabeza que ser homosexual estaba mal, y al final, transmití eso mismo a mi familia. Les dije: ‘Soy un marica’, y hubo un silencio profundo que me hizo pensar que era aún peor de lo que pensaba. Mi hermana resultó llorando. Un hermano me dijo que lo que necesitaba era una mujer, y me presentó amigas. Es la misma historia de las lesbianas que son violadas ‘para que sepan lo que es tener macho’. Otro me llevó al psicólogo, quien realmente me ayudó porque necesitaba alguien para hablar de esos temas”, recuerda.

Esta situación ha cambiado en los últimos años. Sus familiares lo toleran, pero “parece que no aceptan lo que es realmente ser un hombre gay. Ese es un tema del que no se habla, y si hay una reunión familiar y llego con mi pareja, está esa incomodidad. Ellos reconocen y toleran mi orientación, la aguantan, pero me hacen sentir fuera de lugar, como si no fuera bienvenido en mi casa”, asegura.

Esta es una situación que se vive constantemente en una sociedad donde, hace 25 años, ni siquiera se usaba la palabra ‘gay’. “Esa expresión llegó en 1995 a Colombia. Antes éramos maricas o locas. Hoy ya la palabra ‘gay’ entró al lenguaje, pero no lo ha hecho de la misma forma la aceptación de lo que esta expresión implica”, reconoce.

Una lucha interminable

Los derechos consagrados en la Constitución de 1991 han sido un impulso muy fuerte para el reconocimiento de la comunidad Lgbti como una minoría. Estos reconocimientos se han convertido en un elemento crítico para el desarrollo de esta comunidad. Juan Daniel Castro reflexiona sobre los avances desde su juventud, en los años ochenta, hasta la actualidad.

“Hoy podemos reunirnos sin que nos cierren los espacios o nos agredan únicamente por nuestra orientación sexual. Hace unos años, la Policía pasaba todas las noches cinco, seis veces, exigiendo dinero a los dueños de bares gays. Hoy estos bares son sitios abiertos, no un espacio para unas camarillas cerradas en donde teníamos que entrar invitados por alguien que ya fuera conocido”, dice Castro.

Pero los derechos deben lucharse. No solo por el deseo de contar con derechos como la adopción por parejas homoparentales, sino por el riesgo permanente de que los derechos adquiridos les sean arrebatados. El auge de la extrema derecha en países como Brasil y Hungría es una grave preocupación para la comunidad sexualmente diversa.

Este riesgo, para Castro, se suma al auge de las iglesias cristianas y su entrada en la política, que impulsó a líderes como Jair Bolsonaro a la presidencia brasileña. “La combinación de estas iglesias con  grupos socialmente reaccionarios y de extrema derecha es el mayor riesgo que tenemos. Hemos tenido amenazas de iglesias cristianas y de grupos paramilitares a líderes Lgbti. Nos han tratado de cerrar nuestros espacios, de expulsarnos, de devolvernos al clóset”, afirma.

Otro elemento es el activismo de la comunidad. Los miembros que lucharon durante los años noventa y 2000 han sido reemplazados por “jóvenes que han vivido toda su vida con estos derechos y los dan por sentados. Ojalá ellos entiendan que esta es una lucha que no puede terminar, porque, en cualquier momento, un giro político nos devolvería al ostracismo”, asegura.

Una dificultad personal que plantea Castro está en la soledad. El cambio generacional ha alejado a Juan Daniel de los nuevos activistas, y la comunidad de adultos mayores Lgbti es muy reducida. “Cálculos conservadores nos indican que hay 80.000 adultos mayores Lgbti en Bogotá. En las localidades y las redes de apoyo estamos los mismos 25. ¿Qué pasó con el resto? Sabemos que hay muchos que sucumbieron tristemente a la epidemia del VIH-sida. Pero creemos que hay muchos más que sufren en soledad en su casa”, reflexiona.

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