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Sin derecho a existir: La historia del infierno de una mujer apátrida que lucha para ser reconocida como persona

Al igual que otras diez millones de personas, ningún país la reconoce como ciudadana, y para el mundo, es un fantasma

Imagínate no poder ir a la escuela, ni al médico, ni buscar un trabajo legal. Tampoco abrir una cuenta bancaria, comprar una casa, viajar, salir del país o casarte. En definitiva, imagínate no poder vivir tu vida.

Esta es la realidad para personas como Maha Mamo, una mujer que lleva años luchando por tener nacionalidad.
Pero ella no es la única, como Maha, hay más de 10 millones de personas en el que mundo que viven en esta terrible encrucijada: ser prisioneros dentro de una burbuja invisible, y es además una situación de la que Chile no es ajena, ya que en la actualidad, aproximadamente 2.000 niños y niñas se encuentran en riesgo de apatridia.

A quienes viven en esta condición se les denomina «apátridas», son personas  a las que se les niega una nacionalidad y al carecer de ella, se les despoja de sus derechos básicos, ningún país los reconoce como ciudadanos y son tratados como si no pertenecieran a “ningún lugar”.

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 Maha Mamo: en tierra de nadie

 

Maha vivió hasta los 26 años en Líbano. Sus padres son sirios, pero como su madre es musulmana y su padre cristiano, el matrimonio no está reconocido legalmente por las autoridades. Según la ley en Siria, los hijos de una unión no reconocida no tienen derecho a la nacionalidad. Los padres de Maha se mudaron con ella y sus hermanos a Líbano, donde también les negaron la nacionalidad, viviendo en un limbo burocrático.

Cuando le preguntamos qué significa ser apátrida su respuesta es contundente, a la par que  devastadora «Ser apátrida significa ser la última prioridad para todo el mundo, ser una sombra, no importarle a nadie».

Los primeros recuerdos que Maha señala como el momento en  que se dio cuenta de los problemas que conllevaba ser apátrida radican desde su infancia, obstáculos insalvables que le impidieron poder desarrollarse en su propia escuela.

«Cuando quise competir en deportes a los seis años no pude. Cuando tenía 15 años y mis compañeros salieron de viaje fuera del Líbano yo no pude,  y cuando me seleccionaron para jugar en un equipo de basket mejor, tampoco pude.», señala Maha con resignación.

 

 

 

 

 

La comunidad más ignorada del  mundo 

Para el mundo, ella no nació. Esta vejación supone que cada 10 minutos nace un niño sin nacionalidad, según datos de la Oficina de la ONU para los Refugiados (ACNUR), una cifra que va en alza, teniendo en cuenta que nos encontramos en la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial, salvo que estos tiempos que corren parece que se ha olvidado las lecciones de solidaridad que hubo en ese momento.

A nivel mundial, la problemática no es tan visible como la de los refugiados, porque el apátrida es como un fantasma. Es por ello que Maha quiere contar su historia al mundo: «La mejor manera de describir un problema es a través de una historia real, la historia de mi vida como apátrida», explica.

«Una vez enfermé y mis padres me llevaron al primer hospital que pudieron, pero allí no me atendieron porque no tenía ningún documento«, explica Mamo para ilustrar los problemas del apátrida. Esta condición le ha negado desde algo tan básico como la sanidad hasta un futuro, ya que tampoco tenía derecho a ir a la escuela o a la Universidad: «No pude estudiar medicina, que siempre fue mi sueño. Sin identidad, no podía entrar en la facultad». 

 

Más allá de estas adversidades, y protagonista de una lucha incansable, Maha tocó la puerta de 132  embajadas en el mundo y recibió solo respuestas negativas, pero la luz de esperanza llegó cuando desde Brasil decidieron tratar su caso, y es así como desde hace tres años y medio  Maha vive y trabaja en este país, eso sí como refugiada, pero sueña con conseguir la nacionalidad algún día.

“Ser apátrida duele mucho más cuando sabes que eres capaz de hacer mucho”, dijo Maha. Pero “no puedes saber cuál es tu potencial, si no te dan el derecho a existir”.

Aunque es muy trágico todo lo que cuenta no le falta una gran sonrisa en la cara, demostrando una resiliencia digna de admiración, y que reflejan el rostro  de  una mujer que no está dispuesta a aceptar las injusticias y  va a seguir luchando hasta el final, lo que le ha hecho  convertirse en un icono de la lucha por erradicar la apatridia en el mundo. Por eso estará presente en la Reunión Regional sobre Apatrididia  a celebrarse en Chile los días 13 y 14 de junio. Se trata de un evento regional organizado por ACNUR y apoyado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile que reunirá a diversos países de Latinoamérica y el Caribe para compartir los desafíos y avances en la implementación del Programa Mundial para Acabar con la Apatridia.

«Necesitamos que la gente entienda que ésta no es una cuestión política, ni religiosa. Es una cuestión humana. Es la lucha por un derecho fundamental, por el derecho básico de ser un ser humano«.

 

La apatridia en Chile

Hasta 2014, miles de personas nacidas en Chile fueron inscritas como «hijos de extranjeros transeúntes» en vez de ser reconocidos como chilenos, debido a la situación migratoria irregular en la que se encontraban sus padres al momento de su nacimiento.

Fue entonces cuando Chile se sumó a los esfuerzos de las Naciones Unidas para eliminar la apatridia. Para ello, se modificó la ley de requisitos para obtener la nacionalización y se lanzó en 2016 el programa #ChileReconoce, el cual confirmó la nacionalidad chilena a cientos de personas que se encontraban en riesgo de ser apátridas. Hasta la fecha, ya se ha conseguido confirmar la nacionalidad chilena de 258 niños, niñas y adultos,  gracias a esta iniciativa colaborativa del Estado, ACNUR, UNICEF y la sociedad civil.

Además, Chile se convirtió en abril de este año,  en el país número 90 en adherir a la Convención de 1954 y el número 71 en adherir a la Convención de 1961. La primera busca asegurar el acceso de la población apátrida a un conjunto mínimo de derechos hasta que puedan acceder a una nacionalidad. La segunda define formas de prevenir que las personas se conviertan en apátridas y de reducir la prevalencia de la apatridia a través del tiempo.

 

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