En 1964, en plena mutación de la violencia de liberales y conservadores, los partidos políticos tradicionales en Colombia, se dio la primera conferencia guerrillera del grupo conocido como Bloque Sur, conformado por al menos 200 hombres armados, que se reunieron para hablar de los avances en medio de un conflicto entre varios bandos, como el militar, algunos liberales que no se identificaban con su carácter de “comunistas” y los conservadores, que habían acribillado a sus amigos y compañeros de lucha.
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Bajo el liderato de un hombre conocido como ‘Manuel Marulanda Vélez’, nombre que adoptó Pedro Antonio Marín, a quien más adelante en la historia conocimos con el alias de Tirofijo, unas 350 personas se reunieron para realizar lo que se conocería como la Conferencia Fundacional, en la que, aparentemente inspirados por otros grupos guerrilleros, se autodenominaron Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Desde allí, aunque los encabezados de los periódicos se han tambaleado entre los diferentes actores del conflicto colombiano, que no data simplemente de hace cinco décadas, sino que ha sido una constante desde que los españoles colonizaron nuestro suelo, han sido para las Farc.
Las letras grandes, pintadas de rojo en los periódicos, para remarcar el peligro que el grupo representaba para la estabilidad política y económica del país, en los años sesenta, fueron migrando a la mirada temeraria de su conformación como grupo narcotraficante y como una de las fuerzas sanguinarias más peligrosas de la guerra que vivió en los años más oscuros esa Colombia de Pablo Escobar y los carteles de droga del norte del país.
Los intentos desmesurados por exterminarlos por vías militares nunca dejaron frutos como se esperaba y se llegó al punto de la negociación en varias ocasiones con Gobiernos de turno que no lograron que se diezmaran sus intenciones y su actuar enfocado en el secuestro de civiles para presionar al Estado a ceder ante sus pretensiones, o para la financiación de sus empresas armamentísticas. Las Farc no cedieron en sus intentos por tomarse las ciudades capitales y ocasionaron terror a su paso.
Hoy, de esas historias escabrosas que marcaron al país, como lo fueron la masacre de Bojayá, en la que indiscriminadamente lanzaron un cilindro bomba en contra de una iglesia, o ese ataque terrorista al club El Nogal, en el que ingresaron explosivos en el baúl de un carro, con los que mataron a 36 personas; así como el secuestro de 12 diputados del Valle del Cauca y el asesinato de 11 de ellos, quedan las palabras que el más alto mando guerrillero, Timoleón Jiménez brindó ante todo el país ayer, en lo que fue el acto de dejación de las armas.
Hacia las once de la mañana, las notas del himno nacional sonaron en la zona veredal de Mesetas, en el departamento del Meta, y también sonaron en los televisores de los colombianos expectantes, que miraban lo impensado. Luego de cinco años de conversaciones en La Habana, las Farc habían entregado sus armas.
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El jefe de la Misión de la ONU en Colombia, Jean Arnault, afirmó que las Farc cumplieron con su compromiso de dejar las armas como parte del acuerdo de paz firmado en noviembre pasado.
“En torno a la dejación de armas, consideramos que el compromiso con la dejación de armas individuales adquirido por las Farc-EP en el acuerdo de paz ha sido honrado”, aseguró Arnault.
El máximo jefe de las Farc, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, afirmó que no era el fin de la organización, “a lo que ponemos fin es a nuestro alzamiento armado de 53 años, pues seguiremos existiendo como un movimiento de carácter legal y democrático que desarrollará su accionar ideológico, político, organizativo y propagandístico por vías exclusivamente legales, sin armas y pacíficamente”, resaltó.
Por su parte, el presidente Juan Manuel Santos afirmó que “es un día que jamás olvidaremos, ¡el día en que las armas se cambiaron por las palabras!”, manifestó en el acto celebrado.
La realidad es que después de cinco décadas de guerra con el grupo armado, este entregó sus fusiles, sus pistolas y su dotación para cerrar esa trágica historia de miedo, de dolor y de lágrimas en contenedores y volverlos a abrir, para inspirar nuevas historias de cambio, de paz y de lejanía del conflicto.
Las armas ya fueron entregadas a la ONU. Hoy, por demás, el grupo guerrillero ya no existe como tal y comienza su transición hacia la legalidad participativa, en la que se espera que establezcan las reglas de juego y empiecen a hacer parte de la convergencia política.
Las armas se silenciaron. Se convertirán en arte, en esculturas que permanecerán en la historia para recordar que un día fueron disparadas contra civiles, contra militares, contra colombianos.
Aunque la paz no es certera porque son muchos los actores que se han vuelto a levantar, la única verdad es que la guerra con las Farc, la guerra de más de 50 años, finalizó y los guerrilleros empezarán a buscar nuevos rumbos alejados del camuflado y más cerca a la paz.