Después de salir de su colegio, Camila (nombre cambiado a petición de la entrevistada) iba al centro al puesto de ventas de su mamá en la calle. “Yo lo cuidaba cuando ella iba a hacer otras cosas y le ayudaba en las ventas. Recogía la plata”. Desde los siete años, la menor se dedicaba a este oficio.
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Hace un año, Camila ingresó a uno de los 13 centros Amar, dispuestos por la Secretaría de Integración Social, para los niños y jóvenes que se dedican al trabajo infantil. “Llegué allá porque una vez estaba trabajando con mi mamá y pasó un señor que nos dijo que había un lugar donde nos podían colaborar a mi y a mis otros hermanos que se encontraban en la casa”.
Actualmente, Camila está en noveno grado y siente que su vida ha mejorado en este lugar. Todas las tardes va al Centro Amar y le dan una cena. Allá le brindan apoyo psicosocial y realizan talleres en diferentes áreas.
Por su parte, Ana Milena Rozo, referente de trabajo infantil de la Secretaría de Integración social, afirmó que “no se puede tolerar el trabajo infantil ni en las calles ni en las casas”.
Pero ¿el trabajo infantil es igual para todos los niños?
Frente al caso de Camila y al de otros niños, muchos podrían pensar que el trabajo infantil es una práctica que afecta a los menores. Sin embargo, varios expertos consideran que es importante dar una nueva mirada a esta problemática.
El docente de trabajo social de la Universidad Externado, Alejandro Ramírez afirma que “las cifras de trabajo infantil nunca van a descender en la medida en que no se logren disminuir los índices de pobreza”.
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Para Martínez, el problema de las políticas públicas con respecto al trabajo infantil “es que no distinguen lo que no es delito y lo que sí lo es. Normalmente, los niños trabajan con sus familias y estos son simples ejercicios de sobrevivencia que se ejercen por los sectores en los que ellos viven”.
Como delito, Ramírez tipifica “la esclavitud, la servidumbre, la violencia sexual, la guerra, entre otros”.
Igualmente, para Alejandro es importante diferenciar entre las labores que realiza un niño campesino, indígena, los que trabajan en núcleos familiares. “Pero, el problemma de las políticas públicas es que a todos los evalúan con la misma medida”.
El docente señala que hay creencias errónas frente a este tema. “Muchos piensan que los niños no tienen estudios, pero varios trabajan para poder estudiar. Igualmente, no es cierto que los niños trabajadores tengan un peor desempeño académico”.
Una de las propuestas de Alejandro Ramírez se llama Niño trabajador y consiste “en crear espacios para los menores en donde puedan sentir familiaridad y afecto como niños pero también como trabajadores. Así, los tienen espacio para escolarizarse, para aprender sobre emprendimiento económico, el trabajo que realizan y a organizarse con otros compañeros”.
“Es muy fácil hacer propaganda contra el trabajo infantil. Por esto, creo que se debe hacer énfasis en resaltar lo positivo de este fenómeno. Hay niños que no quieren estar sentados en un computador o en un nintendo, sino que quieren colaborar a sus familias. Esto no es negativo. Yo creo que lo importante es hacer un balance. Esta es una forma de participación de la niñez que debe ser protegida de manera especial. También, hay que luchar contra el maltrato y la explotación”, asegura Ramírez.
“A los niños hay que protegerlos más contra la explotación, que contra el trabajo. Hay que evaluar cada caso”
Alejandro Ramírez, docente de trabajo social Universidad Externado.