Decir que la violencia en Colombia es cosa del pasado puede no ser del todo cierto, pues en caseríos como El Salado, en norte del país, el recuerdo del conflicto armado no permite a sus habitantes volver a la prosperidad que tenían antes de que la barbarie tocara sus puertas.
PUBLICIDAD
Entre el 16 y el 19 de febrero de 2000, los habitantes de El Salado fueron víctimas de una masacre perpetrada por el Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en la que fueron asesinadas unas 66 personas, según las cifras más aceptadas, lo que la convierte en la matanza más grande de los paramilitares en el país.
«Ellos llegaron a matar gente sin listado ni nada, pues iban contando a las personas y al que le tocara el número le disparaban sin importar que los niños estuvieran viendo», dijo a Efe la encargada de la biblioteca de El Salado, Mile Carmenza Medina.
Sin ninguna motivación en particular, los miembros de las AUC se apoderaron del pueblo y de sus habitantes, creando un reinado de terror que obligó a varios de los sobrevivientes de la masacre a huir hacia las grandes ciudades o recluirse en las montañas circundantes para no correr la misma suerte que sus amigos y familiares.
«Cada vez que mataban a alguien, los paramilitares tocaban unas tamboretas que estaban en la casa del pueblo, y ahí detrás tiraron los cuerpos un día entero hasta que cavaron una fosa común donde los metieron a todos», agregó Medina, a quien se le quiebra la voz al recordar la crueldad que padeció su pueblo 17 años atrás.
Tras el desplazamiento de la mayoría de sus habitantes, El Salado, en el departamento caribeño de Bolívar, quedó prácticamente vacío en un momento en que vivía prosperidad por la productividad agrícola.
La economía del pueblo, que hace parte del municipio de El Carmen de Bolívar, uno de los que conforman la región de Montes de María, entre los departamentos de Bolívar y Sucre, se sustentaba en la producción de cultivos de maíz, yuca, ñame y tabaco, producto por el cual fueron reconocidos en la región durante largo tiempo.
PUBLICIDAD
Para ese entonces, el pueblo contaba con casi 7.000 habitantes, y su progreso era tan ascendente que incluso «se pensó en que fuera municipio», según cuentan sus pobladores, pero justo en el mejor momento la desgracia se asomó en su territorio y se llevó todo lo que habían logrado en un abrir y cerrar de ojos.
Los tiempos de bonanza quedaron en el olvido, pues la gente de El Salado ve cómo se erosiona su tierra mientras las lluvias son cada vez más escasas y su economía se debilita día tras día.
«Estamos pasando por una situación muy dura, pues las cosechas no dan como antes y si no es por una finca que hay por ahí o porque vienen macheteros a sacar piedras y arena para vender, la pobreza tan tremenda que vivimos sería aún mayor», afirmó la bibliotecaria.
En 2002, dos años después de que la masacre, la gente empezó a regresar para recuperar su vida en el pueblo tras haber fallado en sus intentos de asentarse en las ciudades.
A pesar de su intención de sacar el caserío a flote, la esencia de El Salado se ha impregnado poco a poco de la tristeza que aún sienten sus habitantes.
«El pueblo es muy triste, pero se nota más en los ancianos y los niños, pues uno los ve y sabe que tienen problemas por todos los sentimientos que les genera el pasado del pueblo y la masacre que aquí se vivió», dijo Medina.
Ese dolor que aún sienten los jóvenes ha llevado a Medina a tomar la decisión de no hablarles del tema cada vez que visitan la biblioteca, a pesar de que en las escuelas la masacre del 2000 es un tema recurrente en las clases de historia.
«Los profesores lo hacen, pero yo prefiero no hacerlo porque aun no lo asimilo, además de que hay algunos niños muy agresivos y rebeldes, y de pronto es por eso», agregó.
Actualmente, El Salado tiene unos 1.800 habitantes que luchan por sacar adelante al pueblo intentando recuperar su tierra mediante la siembra de maíz y yuca, que ha dado sus frutos en los últimos dos años.
Medina también reconoció que la ayuda del Gobierno y las iniciativas que se han creado a la par con el proceso de paz con las Farc han contribuido a mejorar la vida en el pueblo y a dar un poco de alegría y tranquilidad a su gente.
Sin embargo, admitió que falta perdonar a quienes perpetraron la masacre a pesar del dolor que aún persiste en la gente para que El Salado aleje definitivamente los recuerdos de la crueldad que dejó una violencia que se está apagando luego de someter a Colombia por varias décadas.