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Pendón / perdón

En el colegio nunca me enseñaron el himno de Bogotá. En la niñez bastaba con saberse bien el de Colombia. Era cuestión de estar atento a la clase de Cívica o mirar por detrás algún cuaderno marca ‘Ibérica’ donde salían las 11 estrofas. Digamos, tampoco es que la exigencia fuera muy alta: con la primera estrofa uno ya pasaba inadvertido en la izada de bandera. Años después Shakira demostró que jamás compró un cuaderno ‘Ibérica’. Lo suyo son los cuadernos con las tablas de multiplicar al respaldo…

Pero volviendo al comienzo, insisto en que en mi niñez y tampoco en mi casa, nadie se puso en la tarea de hacerme entender que el lugar donde había nacido también tenía un himno. Vine a darme cuenta de eso cuando empecé a ir a fútbol domingo-miércoles-domingo. Me enteré de que lo que sonaba por el antiquísimo sistema de audio del Campín
 –con esas cornetas que, vigilantes, se asomaban por el techo de oriental numerada– era la composición hecha por Pedro Medina Avendaño y que homenajeaba a nuestra capital.

A fuerza de ir me lo terminé aprendiendo. Me sentía orgulloso de eso: solo los futboleros de mi curso lo cantábamos sin errores. El único salón de clases donde se enseñaba el himno bogotano era en el estadio de la 57. En ningún otro lado uno podía enterarse de ese secreto de estado, no importaba de qué colegio se hubiera graduado uno a comienzos de los noventa. Cuando comenzaban a sonar sus acordes se cantaba con voz firme y gruesa, mientras que al mismo tiempo uno rezaba para que Holguer Quiñónez, Juan Carlos ‘Chapulín’ Maciel, Juan José Bogado, José María Pazo o Carlos Prono tuvieran una tarde llena de errores en Bogotá, cosa que nunca pasaba. Pero siempre, tras el estribillo final de “Bogotá, Bogotá, Bogotá”, a uno se le hinchaba el pecho porque era como sentirse miembro exclusivo de una logia envidiable; de una cofradía muy bogotana y muy, muy futbolera, por supuesto.

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Y hago énfasis en lo de futbolero porque estoy seguro de que la persona que autorizó que se pusiera a la venta la camiseta amarilla de Santa Fe tiene todo, menos horas de cancha en su espalda. La indumentaria trae escrito en el pecho el himno de Bogotá –lindo homenaje–, pero cometieron un garrafal error: en lugar de escribir “A una espada, a una cruz y a un pendón”, pusieron “a una espada a una cruz y a un PERDÓN”.

Me contaron que con el daño hecho, alguien con sentido común se dio cuenta de semejante dislate y que taparon la palabra “perdón” con el sello de un sponsor, Aguardiente Néctar, y con el logo de Umbro. Pero ya era tarde. La indignación de la cofradía futbolera –entre las que hubo muchas voces santafereñas– se hizo sentir. Hay que rescatar la única enseñanza que quedó: es la primera vez que el trago tapa errores y no los propicia. ¡Salud!

Ya Ublime pasó a la historia. Ahora hay que pedirles a los responsables un pendón pidiendo perdón.

Por: Nicolás Samper/@udsnoexisten

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