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Escucho libros

Esperando tomar un vuelo en el aeropuerto de Cali, entré a la librería a curiosear los tomos y las revistas. Una de las dependientes ordenaba los libros de la sección de literatura colombiana y me dijo: “este es uno de los mejores escritores colombianos y este es su último libro” señalando El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Mientras pensaba por qué creería que soy extranjero 😉 y sospechaba de alguien que me mostraba “el último libro” cuando éste había sido publicado en el 2006, me dí cuenta que en realidad, la edición era diferente. Lo que me mostraba era el audiolibro, que curiosamente Planeta, la editorial, ha disfrazado de libro convencional, impidiendo que sea claro para los compradores la diferencia de formato (y ni siquiera es posible, en el sitio oficial de la empresa, encontrar un link al producto). Cuando me dí cuenta que era leído por su propio autor le agradecí a la vendedora, y me lo llevé.

 

Tocó llegar a casa y convertir el CD en archivos que reconoce mi iTunes como un audiolibro. La editorial debería incluir esto para facilitar la vida de la gente y permitir que la experiencia de la escucha sea mejor, pero afortunadamente hay tutoriales en YouTube que explican cómo hacerlo. Una vez puse los archivos en mi teléfono, arranqué a leer el libro en un paseo con mi perro.

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Qué grata experiencia esta de caminar concentrado en las palabras de un gran escritor, quien nos cuenta esta historia tan personal como si estuviéramos sentados frente a él y fuéramos sus confidentes. La voz del autor añade a la narración cosas imposibles para el papel: por ejemplo, al mencionar las canciones religiosas oídas en su infancia, Hector Abad no sólo lee las palabras sino que nos canta las melodías. El autor mismo nos muestra la ironía que algunas palabras podrían ocultarnos cuando las leemos (no todo lector es experto, así que posiblemente muchos se pierdan y se aburran al no detectar esto), reproduce «discursos veintejulieros» de un político al que le gusta el cupo del colegio su jugada, le da un ritmo pausado a su historia (muy diferente a la lectura veloz y «por encima» que muchos hacen hoy). Escucharlo me ha generado risas, reflexiones y, claro, hasta lágrimas.

 

Cada capítulo aparece en la pantalla de mi dispositivo con el tiempo de duración, lo que permite que calcule la posibilidad de “leer” en un momento determinado, sin dejar a medias uno de los capítulos. Así que junto a Héctor Abad he viajado en taxi, esperado (y realizado) un par de vuelos y, lo más interesante, tuve la oportunidad de escucharlo en una visita a Medellín. Así, sentado en una plaza de la ciudad, miraba los rostros de los coterráneos que tan cerca viven del sitio donde transcurre la historia que me narraba la voz en mis oídos, esa voz de un autor que me acompaña sin necesidad de haberse encontrado conmigo, y que llenó cada palabra con la tinta de su voz. Y al entrar en mi por los oídos, llegarón a la misma profundidad (y algunas más) de la que hubieran logrado a través de mis ojos.

 

Son días en los que el tiempo se nos desvanece mientras nos movemos por nuestras ciudades trancadas haciendo nuestras cosas mientras casi todos cargamos un teléfono que puede reproducir audio. Desde que pude, gracias a Audible.com, he venido adquiriendo audiolibros y les cuento que cada uno ha sido una experiencia interesantes: Lolita leída por Jeremy Irons, el mismo actor que interpretara a el protagonista de la novela en la película de Stanley Kubrick, extiende la duración y recorre las páginas con una lectura libidinosa, llena de carácter, que da vida a cada palabra e idea que Nabokov puso en ese texto; los escritos completos de Woody Allen leídos por él mismo, que convierten los textos en una divertida narración delirante… y una versión de El poder y la Gloria, de Graham Greene, leída por Fabio Camero y que marcó un viaje en flota hacia Sogamoso que hice el año pasado, mientras el resto de los pasajeros veía en la pantallita del bus Rápido y Furioso 5.

 

¿Al oir deja uno de leer? Claro que no. De hecho, muchos de estos libros estaban en mi biblioteca y no habían sido abiertos por falta de tiempo para sentarme con ellos y dedicarme al acto único de su lectura. Al poder combinar actividades, leerlos se hizo más sencillo y, al tener el libro en las manos, procedí a hacer las notas de rigor (bien fuera en el papel o en su versión digital). Así, lo que Irons me narraba sobre Lolita y yo consideraba interesante luego fue marcado en el texto digital del mismo libro. Y como el inglés no es mi lengua nativa, tuve también a veces que consultar los libros para comprender palabras, lo que me permitió aprender más sobre el idioma. 

 

Tan vital es este cruce papel/pantalla que el mismo Amazon tiene ahora un servicio con el cual puedo pasar del texto al audio y continuar mi lectura, y los dispositivos se actualizan de acuerdo a mi avance. Simplemente maravilloso: letras o sonidos, uno elige, dependiendo de las condiciones o del gusto. Llevo algunos años haciendo esto «a la brava», así que imaginen las ganas que le tengo a poder hacer esto.

 

Mucha gente se queja de no poder leer porque no encuentran el momento o el tiempo, y uno ve con dolor la cantidad de gente que se mueve por nuestras ciudades en buses y otros medios con el tiempo (y de seguro el deseo) de escapar hacia otras tierras, de manos de una gran pluma leída por una voz educada, que ilumine el texto. Otros justifican no usar audiolibros porque «no se concentran» o «no es lo mismo». Pues los invito a que exploren estas posibilidades. No sólo descubrirán historias e ideas interesantes sino que, de paso, ejercitarán un arte cada vez más escaso y necesario en nuestras tierras: la capacidad de escuchar, y comprender, al que habla.

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