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Venezolanos en Cali: historias de lucha después de la crisis

Si importar la formación que tengan, se le están midiendo a distintos oficios para salir adelante.

Cansado de ver cómo en su natal Venezuela había que hacer filas de varias horas para comprar el papel higiénico y cómo las oportunidades laborales se hacían cada vez más escasas, Sebastián Méndez decidió mudarse a Colombia hace un año y medio. Por la facilidad de cruzar la frontera por el norte llegó primero a Barranquilla, y estuvo en cuatro ciudades antes de llegar a Cali, donde actualmente trabaja en un restaurante de comida típica de su país.

El cambio fue drástico. Con 21 años y una sola familiar, que lo dejó estar por una semana en su casa, el joven tuvo que dejar a un lado sus conocimientos como técnico de sistemas para dedicarse a atender a los comensales. Sin embargo, cuenta que Cali es la ciudad en la que mejor se ha sentido y donde tiene mayores ánimos de salir adelante. “Me ha gustado mucho estar con caleños, siempre me apoyan. En las otras ciudades no me sentía tan cálido. Ya me he podido estabilizar un poco, la mentalidad a uno le cambia porque de Venezuela llegué muy a la defensiva, quería comprar todo en grandes cantidades por el miedo a que se fuera a acabar”, dice.

Historia similar es la de Víctor Gaitán, quien desde pequeño empezó a desarrollar sus habilidades culinarias cuando debía hacerle de comer a su hermano menor mientras su mamá trabajaba. Víctor es ahora el chef del restaurante donde trabaja Sebastián y llegó hace siete meses a Cali. Acá se pasa los días haciendo arepas rellenas de carnes y aguacate, tradicionales en su país, y otras preparaciones como picadas familiares y arepas dulces con queso venezolano que no lo hacen sentir tan lejos de sus tradiciones.

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El motivo de su viaje fue el mismo que el de casi todos los venezolanos que llegan a Colombia: huir de la crisis política, económica, social y humanitaria que se vive con el actual gobierno y buscar nuevas oportunidades para su familia. “Muchos amigos chefs que están en Venezuela me han buscado para que les ayude a conseguir un trabajo acá, pero está un poco difícil. Mi esposa llegó hace tres meses y no se ha podido ubicar laboralmente. Vino con mis hijos, ellos ya están estudiando”, cuenta Víctor.

La colonia venezolana crece cada día más en Cali y sus integrantes se ganan la vida con diferentes ocupaciones: desde lavadores de carros hasta dueños de locales de comida típica, una opción que ya se puede encontrar en las calles casi tan fácilmente como los antojos vallunos. En Facebook existe la página ‘Venezolanos en Cali, Colombia’, que agrupa a 8500 personas que han tomado la decisión de atravesar la frontera.

En la página, dice Sebastián, se comparten experiencias y consejos sobre la vida en la ciudad. Se publican, además, noticias sobre Venezuela y su situación actual, así como citaciones a marchas que se hacen desde este país vecino para mostrar que el pueblo sigue unido en contra de la dictadura que lo ha sumergido en la crisis. Y es que con el mandato de Nicolás Maduro y todas sus condiciones, por ejemplo, un kilo de leche en polvo puede llegar a costar hasta la cuarta parte del salario mínimo mensual.

A Karen Montoya le pasó algo distinto. Con un empleo fijo en su país pero con la firme creencia de que la situación iba a empeorar cada vez más, aprovechó su doble nacionalidad para enviar la hoja de vida a una empresa de estudio de suelos en Cali. Ingeniera geóloga de profesión, con 32 años, tuvo que armar el viaje en tres días cuando le dieron el sí en el nuevo trabajo.

“Allá con el sueldo que ganaba no podía comprar nada. Aquí es complicado, pero si uno lo compara hay una diferencia enorme: en Colombia es más fácil. Fue muy difícil llegar a un país nuevo donde no conocía a nadie, pero me fui vinculando a diferentes actividades deportivas y ahora estoy muy contenta, disfruto muchísimo esta ciudad. Los caleños me han hecho sentir bienvenida”, dice la joven.

Por su parte, Carolina Micolta optó por migrar a Cali con su mamá y su pequeño hijo después de dos años de búsqueda de empleo fallida en Venezuela. Allá fue testiga de un robo masivo en el metro de Caracas y esto le sembró temor de salir a la calle. Apenas llegó a Colombia consiguió trabajo en una plazoleta de comidas, y un mes después logró vincularse al área de Mercadeo de una reconocida empresa textil.

“Toda mi vida había vivido en Venezuela, así que prácticamente empecé desde cero. En Colombia no existen los mismos beneficios laborales que allá, por ejemplo en diciembre no recibíamos la ‘prima’ sino algo que se llamaba ‘utilidades’ y que correspondía a tres meses de salario. Sin embargo, la búsqueda de trabajo estaba complicada. Ahora estamos esperando que se venga mi esposo para que la familia pueda estar unida de nuevo”, dice.

Soluciones problemáticas

Una de las barreras con la que quizá pueden toparse los venezolanos cuando dejan su país son los permisos necesarios para poder vivir y trabajar en Colombia. Es por esto que algunos han optado por los negocios informales como puestos de comidas en las vías públicas, pero otros, en especial las mujeres, se han dedicado a la prostitución.

Nada más el fin de semana pasado, la Subsecretaría de Inspección, Vigilancia y Control de Cali descubrió a cuatro venezolanas que trabajaban en una sala de masajes, quienes aseguraron que la necesidad las ha obligado a ofrecer trabajos sexuales. Tres de ellas ingresaron al país con visa de turismo y no tenían permiso de trabajo, lo que posiblemente propiciará su deportación.

Fidelia Suárez, presidenta del Sindicato Nacional de Mujeres Trabajadoras Sexuales, aseguró que tiene identificadas a cerca de 200 mujeres venezolanas que ejercen como trabajadoras sexuales en Cali, aunque otras tantas permanecen en la clandestinidad. Además, la cifra de transexuales venezolanas que se encuentran realizando las mismas labores en la capital vallecaucana ya alcanza las 30. La falta de documentos hace imposible vincularlas al servicio de salud.

Ante la creciente presencia de trabajadoras sexuales del vecino país en Cali y en toda Colombia, sobre todo en las zonas de la frontera, la Corte Constitucional ordenó que el Estado debe darles visa laboral y, en algunos casos, acogerlas como refugiadas. Natalia*, venezolana que presta servicios sexuales en Cali, asegura que acá puede cobrar hasta $200.000 por un servicio que en su país le pagaban con lo equivalente a 10.000 pesos colombianos.

“Las personas creen que es un trabajo divertido, pero no. Una vez me llamaron para un servicio y me robaron todo. Los clientes a veces lo maltratan a uno, muchos son drogadictos o viciosos. Yo he atendido hasta cuatro servicios al día. Tengo una amiga venezolana que vive en Cali y en ocho horas se ha ganado hasta dos millones de pesos”, narra la mujer.

A pesar de los posibles inconvenientes y algunos trabajos no tan deseados, Cali se ha convertido una ciudad elegida por los venezolanos para iniciar una nueva lucha después de la crisis.

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