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Las playas tailandesas de Khao Lak, abarrotadas diez años después del tsunami

Khao Lak (Tailandia), 25 dic (EFE).- Las playas de Khao Lak se encuentran hoy abarrotadas de sonrientes visitantes, un día antes de que se cumpla el décimo aniversario del tsunami que en 2004 causó más de 3.000 muertes sólo en este turístico rincón del oeste de Tailandia.

Los turistas se tumban en las hamacas y posan sus toallas sobre la reluciente arena blanca con la felicidad de quien disfruta de unas vacaciones en este paraíso tropical del Sudeste Asiático.

Una jornada similar a la que disfrutaban miles de viajeros el 26 de diciembre de 2004 en ese mismo lugar, antes de la llegada de gigantescas olas originadas por un seísmo en Indonesia que arrasaron, hasta convertir en un paisaje lunar, la costa oeste de seis provincias tailandesas, entre ellas Phang Nga, donde está Khao Lak.

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El tsunami causó 5.400 muertos y 2.800 desaparecidos en Tailandia, un número relativamente pequeño si se compara con el total de 230.000 víctimas mortales por el cataclismo en los quince países bañados por el océano Índico que golpeó, de los que 170.000 corresponden a la zona norte de la isla indonesia de Sumatra.

A diferencia de otros lugares, los extranjeros representaron una parte importante de los fallecidos en Tailandia.

«Casi el 70 por ciento de los muertos en Khao Lak fueron personas de origen caucásico (…) por ello hubo tanta exposición mediática», rememora Apichat Wonroen, gerente de un complejo hotelero en primera línea de playa.

Diez años después, los lujosos complejos turísticos y las pintorescas cabañas de bambú han vuelto a Khao Lak.

Restaurantes de comida occidental, locales para darse un relajante masaje tailandés con vistas al mar, pequeños supermercados, casas de cambio y otros establecimientos se mezclan en las calles adyacentes a la playa principal.

«Por entonces, muy poca gente sabía qué era un tsunami y los sistemas de alerta que hay hoy no existían. Si algo parecido volviera a suceder, el resultado sería distinto», declara a Efe Marco Nesta, un turista italiano de 43 años que disfruta junto a su familia del periodo invernal en Tailandia.

Los expertos mantienen que la prevención es la más fiable defensa contra el poder destructor de un tsunami.

El Centro Nacional de Alertas de Desastre y Divulgación tailandés tiene instaladas 138 torres y dispone de tres sofisticadas boyas con sensores para detectar la formación de olas gigantes, una cerca de la costa y las demás en el golfo de Marhahan, que comparte con Birmania (Myanmar).

Según las autoridades locales, ante un eventual tsunami, las boyas enviarán una señal a las torres de alerta montadas a lo largo del litoral y en las islas y, en 15 minutos, los canales de televisión, emisoras de radio y agencias de noticias estarán en disposición de informar a la población del país.

El sistema de alerta está montado, pero los fondos para su mantenimiento empiezan a escasear, según el subdirector del departamento de Organizaciones Internacionales del Ministerio de Asuntos Exteriores de Tailandia, Kanchana Patarachoke.

«Espero que los países donantes hagan contribuciones adicionales con motivo del décimo aniversario del tsunami», dijo Kanchana en un acto en Bangkok frente a corresponsales internacionales.

En la ciudad de Khao Lak, algunas de las señales que muestran la ruta de evacuación ante una posible nueva catástrofe se encuentran descoloridas por el tórrido calor o en lugares poco visibles en instantes de pánico colectivo.

Las autoridades tailandesas rendirán mañana tributo a las víctimas del tsunami de 2004 en una ceremonia en el Monumento para el Recuerdo, donde se leerá poesía, se encenderán velas y se pronunciarán oraciones en varios credos en honor de los fallecidos.

Los servicios de limpieza se han afanado por retirar las malas hierbas y acicalar los nichos numerados donde se encuentran los restos de 369 víctimas mortales sin identificar que descansan en el pequeño cementerio de Ban Bang Maruan, a unos 20 kilómetros de Khao Lak.

«Es posible que nunca encontremos a sus familiares», dijo Kachana.

Indonesia, India y Sri Lanka son otras naciones que sufrieron el tsunami de 2014 y que también celebrarán actos conmemorativos.

Nueva Delhi, 25 dic (EFE).- La India y Sri Lanka han logrado borrar muchas de las graves heridas que dejó el tsunami en sus costas hace diez años, incluso en el continente sirvió para rescatar a las zonas afectadas de su atraso, pero los supervivientes viven aún con el miedo a otra gran ola.

«La devastación de hace una década se convirtió, por decirlo de alguna forma, en una oportunidad para desarrollar servicios como la educación y la sanidad de los que carecía la gente», aseguró a Efe el coordinador de la organización Hope Worldwide India, Samuel Thomas.

Esta organización no gubernamental acudió a la zona nada más producirse el desastre el 26 de diciembre de 2004, «porque la presencia institucional era nula y no había servicios, nadie les ayudaba», recuerda el cooperante.

Hope Worldwide construyó escuelas en las localidades de Tharangambadi y Chinnankudi, en el estado sureño de Tamil Nadu, el más golpeado por una tragedia, que sólo en India causó 10.273 muertos y 5.823 desaparecidos, según los datos oficiales.

Mucho peor le fue a Sri Lanka, donde la ola que un terremoto de 9,1 grados trajo desde la isla indonesia de Sumatra a sus costas se cebó con todo dejando una cifra aún hoy no confirmada de fallecidos pero que, según distintas fuentes, ronda los 30.000.

«Las cosas se han hecho bien y ahora todo el mundo tiene educación y sanidad, casas de cemento y no de madera, y se ha recuperado el principal medio de vida, la pesca; otra realidad muy distinta a la que nos encontramos al llegar, con cientos de cadáveres sin que nadie los recogiera», aseguró Thomas.

La recuperación de la pesca, «porque ahora todos los pescadores tienen barcos y mejores que los de antes, ha generado otros negocios paralelos e incluso se han instalado algunas fábricas, frente a la pobreza que había», indicó.

Las infraestructuras son ahora más y mejores, «empezando por las propias casas, que se reconstruyeron de una forma sencilla pero mucho más resistentes y a medio kilómetro de la costa», comenta a Efe Moncho Ferrer, de la Fundación Vicente Ferrer, una las primeras organizaciones en acudir a la costa devastada.

Una de las supervivientes, Vidya Lakshmi, que vio como la ola gigante arrasaba su localidad, Nagapattinam, en Tamil Nadu, considera que «por lo menos un 60 % de los pueblos devastados están ahora mejor, con buenas casas, educación y barcos adecuados, algo que entonces no había en estas zonas rurales».

«Incluso se ha desarrollado una industria pesquera», añade, frente a las aguas de estas playas del Índico que hace una década trajeron las destrucción.

Lakshmi se pregunta, sin embargo, si hoy están más seguros.

«Han hecho estudios para prevenir los tsunamis y los terremotos, pero no sabemos si todos esos cientos de detectores que han puesto funcionan de verdad», dijo.

El terremoto y el tsunami fueron los más fuertes en 40 años y llegaron a desplazar físicamente tanto a la India como a Sri Lanka, obligando a dibujar de nuevo los mapas tras dejar escenas dantescas no solo en aldeas pesqueras sino en grandes ciudades como la ceilandesa Colombo, que tuvo que ser evacuada.

El problema es que en las costas asiáticas del Océano Indico «solo hay un margen de 30 minutos para dar la alerta, mientras que en las africanas pueden contar con hasta siete horas mientras les llega una gran ola», explicó a Efe Srinivasa Kumar, jefe del Centro Nacional de Alerta de Tsunami, creado tras el 2004.

La ONU desarrolló tras la catástrofe un sistema de alerta que en 2004 no existía y desde 2011 se emiten boletines en coordinación con países como Indonesia y Australia.

«Nosotros damos los avisos, pero la evacuación corresponde a las autoridades locales. Ahora tenemos la información, podemos avisar, aunque siempre vamos a estar con esos 30 minutos solo de margen en nuestra línea costera para escapar», advierte Kumar.

Las condiciones de vida y los sistemas de alerta han mejorado, pero el drama sigue para muchos de los que vieron la enorme pantalla de agua que venía del mar y pudieron contarlo, como Ravi Shankar.

Este habitante del archipiélago de las Andaman y Nicobar, el territorio indio más cercano al epicentro del terremoto que precedió al tsunami, lleva una década buscando a su hija, que también salió viva del desastre pero luego desapareció de un campo de acogida.

«Ahora estamos en la costa de Tamil Nadu (sur), repartiendo cientos de carteles con su foto, aunque su rostro tiene que haber cambiado desde entonces», declaró a Efe el padre.

Shankar recorre cualquier sitio de la India en donde se entera de que alguien ha visto a una chica que pueda ser su hija.

«Desgraciadamente, no la hemos encontrado desde entonces y no sabemos dónde está, si es feliz o no, pero lo que es seguro es que vamos a seguir buscándola», afirmó el padre.

Madrid, 25 dic (EFE).- Diez años después del tsunami que arrasó el sur de Tailandia, el potencial natural de la región ha permitido reimpulsar el ecoturismo en lugares como Baan Tub Pla, que recuperan poco a poco su condición de paraíso ecológico gracias a recursos como la biodiversidad de sus grandes bosques de manglares.

El denso arbolado que crece a lo largo de su costa, conocido por ofrecer refugio ante grandes tormentas y condiciones climáticas adversas, actuó también el 26 de diciembre de 2004 en un primer momento como barrera protectora cuando el océano Índico golpeó la región, pero la marejada terminó por devastarlo.

La ONG Plan Internacional es una de las organizaciones que han trabajado en la recuperación de la zona desde que se produjo el desastre, desarrollando un programa de colaboración con los lugares más afectados a fin de fomentar el desarrollo de 36 comunidades en tres provincias costeras del este de Tailandia: Phang Nga, Phuket y Ranong.

Esta organización, dedicada a la protección de los derechos de la infancia y con presencia en 50 países de África, Asia y América, concentra sus esfuerzos en la comunidad Moken, un pueblo indígena nómada con una cultura ancestral basada en el mar que vive en las regiones costeras de Tailandia y Myanmar (antigua Birmania).

Los Moken son considerados una minoría étnica formada por unos 10.000 residentes, agrupados en comunidades de entre 200 y 300 miembros, que habían encontrado en los manglares un hogar y un medio de vida sostenible basado en la pesca y en la recogida de moluscos.

Tras los efectos del tsunami, las familias de la comunidad que sobrevivieron al desastre han tenido que trasladarse al interior del país, aislados de su cultura y tradiciones, donde se han adaptado a una nueva forma de vida más sedentaria y estable.

Hoy, las provincias costeras del sur de Tailandia ven resurgir el ecoturismo como oportunidad para mantener una nueva forma de vida coherente con su tradición y cultura.

El programa de capacitación y fomento de empleo del Plan Tailandia, que incluyó la formación de la comunidad nativa en nociones básicas de negocios y relaciones públicas, ha permitido que muchos de los miembros de esta comunidad puedan dedicarse a esta actividad cerca del complejo de Khao Lak, prácticamente borrado del mapa tras el tsunami.

Además, el ecoturismo permite trabajar también en la conservación de los manglares para mitigar posibles impactos futuros de tormentas y marejadas y ayuda a la comunidad a preservar sus recursos naturales además de a conseguir ingresos estables y seguros.

Kaew es un miembro de la comunidad Moken que tuvo que cambiar su vida en Baan Tub Pla tras perder a su familia en la catástrofe y que ahora se ha unido a este proyecto natural y sostenible como guía turístico, del que está «muy orgulloso» porque «tardamos casi un año en planificarlo pero ahora todo el mundo se implica y cada uno trabaja en lo que más le gusta: los jóvenes pintan camisetas, los que saben de finanzas hacen de contables…», ha explicado.

En este programa de ecoturismo, cuya preparación se encuentra en fase final antes de ser lanzado públicamente a comienzos de 2015, los visitantes recorrerán los manglares en un viaje de una hora en canoa y conocerán la vida de los Moken en una casa tradicional acompañados por un guía y otro miembro de la comunidad.

Para Kaew, la mejor parte del «tour» es que los visitantes se involucren en la naturaleza pues «las actividades incluyen plantar sus propios árboles en el manglar», lo que «esperamos ayude a incrementar la concienciación sobre desastres naturales y cambio climático».

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