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México: Así es la vida en la escuela donde desaparecieron 43 estudiantes

En el estacionamiento de la escuela hay 25 autobuses robados junto a sus choferes que dicen estar secuestrados

Beto chatea con su padre sentado frente a su pequeño cuarto compartido. Las noticias que llegan hasta su comunidad en Ayutla, a varios cerros de distancia, son preocupantes y se esfuerza por enviarle tranquilidad: “Apa’ estoy bien. No se preocupe que cuando pase todo esto voy para allá”, escribe. 

“Mi padre quiere que regrese, tiene mucho miedo a lo que pasa estos días, pero yo no puedo abandonar a mis compañeros”, aclara. “Al principio sí pensé en  dejar la escuela, pero ahora ya no hay marcha atrás. Estoy orgulloso”, sentencia en un precario español. 

Mientras teclea en su teléfono celular, recuerda aquella fatídica madrugada del 26 de octubre, cuando acudió en ayuda de sus compañeros que eran masacrados en las calles de Iguala por la policía  municipal. 

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Su narración es un recuento de horrores que todos conocen, pero rescata un momento bonito. Sólo uno: fue cuando una mujer, de la que ignora todo, le abrió la puerta de su casa para que pudiera resguardarse de la matanza.

El modelo mexicano de las escuelas rurales nació en los años 20 y se consolidó en los 30. Son gratuitas, estatales… y de izquierda. 

El Gronda, de 19 años, uno de los supervivientes de los ataques del 26 de septiembre en Iguala, muestra la que ahora es su casa. Los murales del Che o Marx, dibujados sobre paredes desconchadas: “Ser joven y no ser revolucionario es una gran contradicción genética”, dice en un dedicado al líder guerrillero de los 60, Lucio Cabañas, quien estudió aquí.

“El Estado nos odia porque estamos detrás de las luchas populares: la educación y su juventud”, defiende José Ortega, secretario de la sección 18 de maestros de Michoacán, recién llegado a Ayotzinapa.

Para apoyar la causa desembarca en la escuela un grupo de maestros de Michoacán, pero antes fue un colectivo de la Ciudad de México, la semana anterior decenas  de “normalistas” de Chiapas, y poco antes un grupo de apoyo de la Costa Grande de Guerrero.

Las habitaciones para los alumnos de primero son cuartos de 15 metros cuadrados completamente vacíos, sólo ocupados por los cartones sobre los que duermen los estudiantes. El estado apenas envía 45 pesos para las tres comidas, por lo que para garantizar la supervivencia piden dinero a la gente, pero también cultivan plantas, hortalizas y verduras que venden en Tixtla.

El campo de futbol es también un inmenso estacionamiento con 25 autobuses robados a la empresa Estrella Blanca, que hacen la línea México-Acapulco. Junto a ellos aguardan los choferes. Unos desde hace una semana, otros desde hace un mes, y otros más desde hace tres. “Estamos secuestrados y no sabemos aún cuando nos soltarán”, protesta desesperado uno de ellos.

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