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Los políticos estadounidenses explotan cada vez más el desdén por la capital

Washington, 28 oct (EFE).- Los políticos estadounidenses luchan año tras año para ganar un puesto de influencia en Washington DC aunque para ello explotan y alimentan el cada vez mayor desdén por la capital administrativa.

Las declaraciones de Joni Ernst, aspirante a un escaño en el Senado por Iowa, son un ejemplo de la retórica «antiwashingtoniana» en un país donde la mayoría de los políticos representan a electores que viven a miles de kilómetros de la colina del Capitolio.

«Como hija de un granjero que creció en el suroeste de Iowa castrando cerdos con su padre, puedo ir a Washington y ponerme a recortar», dejó caer el pasado jueves Ernst, sin mucha floritura, en el primer debate de las primarias republicanas para optar a un escaño en el Senado que va a quedar vacante en 2014.

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«Estados Unidos ha sido hasta el siglo XX un país mayoritariamente rural y de ahí viene ese recelo tradicional hacia las zonas urbanas y la gente de ciudad. Por su distancia geográfica, en muchas partes del país Washington es igual a una ciudad extranjera», explicó a Efe el analista político Sean Trende.

Este sentimiento de recelo respecto a Washington, que siempre ha existido en Estados Unidos y que tan bien reprodujo en 1939 Frank Capra en «Caballero sin espada», ahora se ha exacerbado con la parálisis institucional que sufre el país desde 2010 y el cierre de la Administración durante los primeros 16 días de octubre.

Según una reciente encuesta de ABC News, la popularidad del Congreso está en mínimos históricos, con un 78 % de los estadounidenses insatisfecho con sus representantes en el Capitolio, convertido en el centro de todas las críticas.

El columnista y premio Pulitzer George F. Will alertó la pasada semana en el diario The Washington Post del peligro que en esta época convulsa representa ese desprecio por la tradición política estadounidense desde los labios de los propios políticos.

«Obama y sus adversarios del Tea Party tienen en común su desdén por la práctica política dentro de los límites de la arquitectura institucional de los fundadores», indicó Will, quien atacó a los republicanos por su insistencia en la «pureza ideológica» y al presidente por pensar que es «el único actor».

El presidente Obama ha reiterado desde su llegada al poder en 2008 su intención de acabar con los males de la política en Washington tras pasar tres años como senador, mientras que el movimiento ultraconservador del Tea Party, que tomó relevancia en 2009, ha conseguido con sus gritos contra el sistema asentarse en el Capitolio.

Para Trende, analista de RealClearPolitics, las críticas al modo de hacer política en Washington son una «tradición común a todos», pero con la mayor influencia del Tea Party en el partido republicano se ha manifestado un cambio que llevaba décadas fraguándose: la entrada de más ideología en los partidos.

«Hemos llegado a un punto en el que los republicanos quieren hacer sopa de verduras y los republicanos chile con carne y el resultado es un mejunje desagradable», explica Trende.

Padres fundadores del sistema estadounidense como el presidente James Madison (1809-1817) crearon una estructura política en la que el Congreso y la Casa Blanca están en continua competencia para obligar al consenso, y los representantes del Legislativo responden ante su distrito electoral antes que a su partido.

Eso explica declaraciones como las del senador por Texas y figura del Tea Party, Ted Cruz, quien, pese a que su postura inmovilista durante el cierre de la Administración le granjeó enemigos hasta dentro de su partido, fue recibido el pasado fin de semana en Texas como un héroe.

«Tras pasar el último mes en Washington es un placer volver a Estados Unidos», dijo entre los vítores, para añadir: «mi puesto no es para trabajar para los jefes del partido en Washington, sino para los 26 millones de tejanos».

«Nadie dijo que enfrentarse al ‘establishment’ de Washington fuera fácil», lamentó Cruz, que en opinión de Trende, al igual que otros políticos menos moderados en Washington, sabe las reglas del juego político y critica un sistema del que es parte y que «no tiene intención de dejar al país saltar por el precipicio».

«Todos ellos entienden las necesidades del consenso aunque sea en el límite. Saben jugar sus cartas y que votando en contra del acuerdo para reabrir la Administración Pública no cambian nada, pero se convierten en héroes», explica Trende. Jairo Mejía

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