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Los candidatos presidenciales se enfrascan en acusaciones y reformas en Chile

Santiago de Chile, 25 oct (EFE).- El cruce de acusaciones políticas y personales y las reformas que el país necesita en materia de educación, impuestos y protección social marcaron hoy el primer debate electoral en el que participan los nueve candidatos a gobernar Chile en los próximos cuatro años.

A poco más de tres semanas de las elecciones, la Asociación de Radiodifusores de Chile logró reunir a los cuatro candidatos mejor situados en la encuestas: Michelle Bachelet (Nueva Mayoría), Evelyn Matthei (Alianza), Franco Parisi (independiente) Marco Enríquez-Ominami (Partido Pogresista).

Y también a los cinco aspirantes con menor respaldo: Ricardo Israel (Partido Regionalista Independiente), Marcel Claude (Partido Humanista), Alfredo Sfeir (Partido Ecologista Verde), Tomás Jocelyn-Holt (independiente) y Roxana Miranda (Partido Igualdad).

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En víspera de este foro había una gran espectación por la presencia de la exmandataria Bachelet (2006-2010), clara favorita en lo sondeos, quien la semana pasada rehusó asistir al debate organizado por la Asociación Nacional de la Prensa.

Pero también por una agria polémica protagonizada por la oficialista Evelyn Matthei y el independiente Franco Parisi, a quien la candidata de la derecha acusa de no haber pagado las cotizaciones a la seguridad social de sus empleados, un caso que hoy está en los tribunales.

Este enfrentamiento, que algunos analistas atribuyen al hecho de que el populismo de Parisi está minando la base electoral de Matthei, quedó de manifiesto antes incluso de que comenzara el debate, cuando ambos candidatos, frente a frente, ni siquiera se saludaron.

Al margen de esta polémica, Matthei, Parisi y Enríquez-Ominami apuntaron sus flechas hacia Bachelet, a quien acusaron de defender ahora propuestas en educación, energía e impuestos que rechazó en su mandato.

«Estamos ante un nuevo ciclo social y político, por eso hemos dicho educación gratuita y de calidad, reforma tributaria y una nueva Constitución», explicó la candidata de la Nueva Mayoría, la alianza electoral formada por la Concertación y el Partido Comunista.

Bachelet reconoció haber cometido errores durante su administración, justificó algunas decisiones impopulares y se defendió de sus oponentes, a quienes acusó de tergiversar sus palabras.

«Creo en la buena política, fui a (elecciones) primarias, donde un millón y medio de chilenos me apoyó. Nunca caeré en la pelea chica, robar cámara ni descalificar a mis adversarios. No hago promesas, sino compromisos», enfatizó.

Matthei, por su parte, repartió su tiempo entre las acusaciones a Parisi, los reproches a las propuestas de Bachelet y la explicación de su programa en educación, seguridad ciudadana y políticas sociales.

«Bachelet cumplió tres de cada diez promesas como presidenta; es muy difícil hacer lo mismo con las mismas caras de siempre», comentó en alusión a una eventual reelección de la exmandataria.

Además, Matthei fustigó a «algunos jueces que francamente no están haciendo su trabajo», censuró que Bachelet proponga «que la gente con sus impuestos pague los estudios a los hijos de los ricos» y respaldó la decisión presidencial de cerrar un lujoso penal para militares condenados por violaciones a los derechos humanos.

«Yo digo lo que pienso, y si pierdo votos, ésa es la consecuencia de decir lo que uno piensa», repuso la aspirante oficialista cuando le preguntaron si sus declaraciones la estaban alejando del electorado más conservador.

«Yo sabía que iban a emprender ataques feroces contra mí», reconoció Matthei, quien rechazó de manera tajante que la polémica con Franco Parisi fuese una estrategia para repuntar en las encuestas.

Por su parte, el candidato independiente intentó desviar la atención de las acusaciones que le señalan como responsable de haber cometido un fraude a la seguridad social.

«Hay que dejar que los tribunales actúen (…) las responsabilidades no las asigna la señora Matthei, hay instituciones que se encargan de ello, como la Contraloría General de la República», argumentó Parisi.

«Chile tiene que cambiar (…), yo soy un profesor que quiere ser presidente; no soy político», recalcó Franco Parisi, quien se enfrascó en una discusión con uno de los periodistas del debate, a quien reprochó sus incisivas preguntas y acusó de estar al servicio de sus oponentes.

Por parte, Marco Enríquez-Ominami, que hace cuatro años consiguió un 20 % de los votos pero a quien hoy las encuestas sitúan en cuarto lugar, resumió su programa en cinco puntos: «educación publica gratuita, salud digna, jubilación justa, derecho a la vivienda y una nueva Constitución».

Se mostró en desacuerdo con el tono de la discusión electoral, en alusión al rifirrafe entre Matthei y Parisi, y abogó por recomponer la deteriorada confianza de los ciudadanos en la política.

«Cualquier candidato que diga que va a cambiar el país en cuestión de minutos está mintiendo», aseguró Enríquez-Ominami.

La intervención más controvertida fue la de Roxana Miranda, una popular dirigente del movimiento vecinal.

«Yo no estoy ensuciando la política, son ellos los que la han prostituido. Yo soy el pueblo y tengo derecho a decir lo que se me plazca», espetó Miranda a los presentes en el centro cultural Gabriela Mistral, escenario del debate.

Santiago de Chile, 25 oct (EFE).- A cuatro años de llegar al poder y poner fin a dos décadas consecutivas de gobiernos de la Concertación, la derecha chilena afronta la peor crisis de su historia reciente y puede salir muy malparada de las elecciones del noviembre próximo.

Obsesionado por pasar a la historia como el presidente de la buena gestión, Sebastián Piñera formó su primer gobierno mayoritariamente con técnicos independientes procedentes del sector privado y colocó en segunda fila a quienes le habían ayudado a ganar las elecciones.

La decisión contrarió profundamente a sus aliados, los partidos derechistas Renovación Nacional (RN) y Unión Demócrata Independiente (UDI), que se sintieron marginados.

Y aunque en 2011 introdujo algunos cambios para dar más participación al sector político, la confianza ya estaba deteriorada definitivamente.

Fue entonces cuando muchos se acordaron de que Piñera no es un político de derechas al uso. De hecho, en su juventud estuvo a punto de ingresar en la Democracia Cristiana y además en el plebiscito de 1988 votó en contra de la continuidad de Augusto Pinochet.

La conducción del Gobierno a lo largo de estos casi cuatro años, más parecida a la toma de decisiones empresariales que al diálogo político, ha causado muchos disgustos a los partidos de la Alianza.

Una reforma tributaria que grava los impuestos de las empresas, el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo y el fin de un sistema electoral que históricamente ha beneficiado a la derecha no son, desde luego, iniciativas que entusiasmen a los conservadores.

Pese a todo, Piñera anhelaba entregarle la banda presidencial a uno de los suyos para darle continuidad a su proyecto político y hacer realidad así su gran sueño, que antes de que termine esta década Chile sea el primer país latinoamericano que alcanza el desarrollo.

Dejando a un lado las rencillas nunca resueltas entre los dos partidos de la coalición oficialista y el hecho de que el apoyo ciudadano a Piñera se mantiene por debajo del 40 %, el proceso para elegir al candidato presidencial se convirtió en una auténtica pesadilla.

Mientras la ex mandataria Michelle Bachelet, baza electoral de la oposición y clara favorita en todas las encuestas, lleva en campaña desde marzo, la derecha ha visto desfilar a cuatro candidatos en cinco meses.

Primero fue Laurence Golborne, el ministro a cargo del rescate de los 33 mineros de Atacama, quien se vio salpicado por escándalos financieros.

Después Andrés Allamand, un histórico de la derecha renovadora, perdió las elecciones primarias frente a Pablo Longueira, la apuesta electoral del movimiento gremialista.

Pero a los pocos días de su triunfo, Longueira, aquejado de una severa depresión, tiró la toalla, y en medio del desconcierto generalizado surgió la figura de la ministra de Trabajo, Evelyn Matthei, una veterana política con una zigzagueante trayectoria a sus espaldas.

Piñera y Matthei fueron integrantes de lo que en la transición se conoció como «la patrulla juvenil», un grupo de jóvenes políticos desvinculados de la dictadura y partidarios de reformar el sistema para hacerlo más moderno y participativo.

Su pasado no ha estado exento de enfrentamientos y aunque hoy ambos los dan por superados, lo cierto es que Piñera inicialmente mostró escaso entusiasmo por la candidata de la derecha.

Al malestar en las filas conservadoras por el tibio respaldo a Matthei se sumaron las declaraciones de Piñera con motivo del 40º aniversario del golpe de Estado en las que denunció la actitud de los «cómplices pasivos» del régimen de Augusto Pinochet.

La polémica, acrecentada por la decisión presidencial de cerrar un lujoso penal para militares condenados por violaciones a los derechos humanos, desató un debate acerca de si la derecha chilena es capaz de construir un nuevo proyecto político sin romper con la dictadura.

Una discusión impostergable para los partidarios de la renovación pero inoportuna para quienes ven peligrar las posibilidades, no ya de ganar la elección presidencial, sino de obtener unos resultados aceptables en los comicios legislativos.

Y por si fuera poco, en los últimos días, Evelyn Matthei se ha enzarzado en una agria polémica con Franco Parisi, un joven economista que con un discurso populista y neoliberal le está arrebatando parte del electorado.

De seguir así las cosas, el primer gobierno conservador de los últimos 50 años y el primero en un siglo que es elegido con mayoría absoluta probablemente pase a la historia política de Chile como un episodio aislado.

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