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Los refugiados en Turquía apoyan la lucha armada rebelde en Siria

Antioquía (Turquía), 26 jul (EFE).- Tiene 54 años, es oriunda de la ciudad siria rebelde Yisr al Shughur y se llama Zahia Bustani, pero en el campamento de refugiados turco donde vive desde hace casi un año le pusieron otro nombre: ‘Revolución’.

«Les pedí a los chicos que me dieran un fusil: yo también quería salir al monte y combatir», recuerda Zahia en declaraciones a Efe, mientras da una calada a un cigarro. No la dejaron.

«Durante meses, yo iba y venía del campamento fronterizo a mi casa en la ciudad rebelde para llevarles comida a los jóvenes que combatían en el monte contra el ejército», recuerda.

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«Tenemos que luchar todos, hombres y mujeres, porque el régimen tampoco respeta a nadie y mata hasta a los bebés en la cuna», insiste en tono combativo.

Zahia Bustani es una de las muchas refugiadas que no se arrepienten de haberlo perdido todo a cambio de una revolución cuyo fin es aún incierto.

Otra es N. W. – prefiere no dar su nombre completo -, una joven de Salqin, en la provincia de Idlib, que llegó a Turquía hace apenas dos semanas.

«Quemaron nuestra casa, hemos perdido todos nuestros recuerdos, no queda ni el vestido de novia de mi hermana… pero es mejor perder todo antes que dejar de soñar con la libertad», asegura esta estudiante de Farmacéutica de 20 años.

N.W. relata los abusos de los ‘shabbiha’, las milicias aliadas al régimen de Bachar al Asad. «Un día dispararon a la muchedumbre en la calle, mataron a una decena de personas. Finalmente, los miembros del Ejército Sirio Libre (ESL) entraron en la ciudad para poner fin a los abusos. Pero la paz duró solo cuatro días. Al quinto llegaron las tropas del régimen».

La batalla duró dos días y miles de vecinos huyeron a la vecina Turquía, a pocos kilómetros de distancia. «Había tanques disparando por todas partes y los helicópteros nos sobrevolaron, fue muy duro», recuerda.

Una vez en Turquía fueron acogidos en el campamento de Boyunogun, pero apenas se quedaron unas horas. Ante la perspectiva de ser trasladados a otra provincia, como todos los recién llegados, prefirieron huir de nuevo y buscar refugio en casas de amigos en la ciudad de Antioquia.

«Somos ilegales», admite N.W. «Si la policía nos descubre, nos mandan a la fuerza al campamento de Sanliurfa», un lugar que ha adquirido mala fama entre los refugiados por sus ínfimas condiciones de vida. «Cuando vemos a un policía, intentamos alejarnos, pero hasta ahora no nos han parado.»

El de Boynuyogun es el único campamento para civiles de la provincia de Hatay que no está en proceso de desmantelamiento, y sus residentes disfrutan de libertad para salir y entrar.

Uno de ellos es Abu Hamza, un desertor que prefiere identificarse sólo con este nombre supuesto, dado que tiene familiares en Siria y teme que el régimen tome represalias contra ellos.

La represión contra las familias de los desertores es uno de los motivos principales por los que muchos soldados se mantienen todavía en sus puestos, asegura este hombre de 28 años, que estuvo destinado en la unidad de radares de la Fuerza Aérea, donde no participó en los combates.

«En el ejército estamos casi todos a favor de la oposición, el 90 % estamos en contra del régimen, pero tenemos miedo: huir no es fácil. Yo pedí un permiso de tres días, soborné a un oficial, viajé al norte y me pasé a los territorios bajo dominio del ESL, desde donde es fácil cruzar a Turquía», relata.

Braa Albushi, un lugarteniente del ESL, relata por teléfono desde Damasco que gran parte de la periferia de la ciudad vive su sexto día de luchas callejeras y bombardeos.

«El 90 % de los residentes del barrio El Tell ha huido, pero el régimen no les permite entrar en Damasco», denuncia el oficial en declaraciones a Efe.

«El ejército no distingue entre combatientes y civiles. Por esto, el ESL ahora intenta hacerse fuerte en zonas deshabitadas alrededor de Damasco. Además, no intentamos mantener el control de un barrio porque sabemos que sería arrasado: preferimos entrar, luchar y retirarnos».

Una situación similar se vive ahora en Alepo, la segunda ciudad siria, donde los rebeldes se han atrincherado en dos barrios al suroeste y dos al noreste, relata otro activista por teléfono.

En un punto coinciden todos: La caída de Asad es inminente. «Regresaremos a Siria, y será muy pronto», concluye N.W.

Ilya U. Topper

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