Columnas

¡Celebra, Bogotá!

Ya son 480 viajes de ida y regreso alrededor de Xue, el dios sol muisca que regenta barrios y localidades, hoteles y rutas de bus urbano e intermunicipal: Teusaquillo, Usaquén, Bosa, Usme, Tequendama, Bacatá, Soacha, Chía, Zipaquirá, Tocancipá.

Crecí en alguno de tus barrios tranquilos junto al parque Nacional. Padecí tus eternos trancones de la Caracas, la 13 y la Décima que ya casi nadie recuerda. Hice paseos de olla al Segundo y al Tercer Puente. Viajé en buses sin subsidio, en buses ejecutivos, en las busetas Copenal y Cootransniza que rompieron los antiguos paradigmas de Sidauto, Republicana de Transporte, Flota Usaquén y los Amarillos y Rojo. Jugué de niño en el campus de la Universidad Nacional, el más hermoso de tus parques temáticos.

Te vi crecer, caer, renacer… ciudad-gatopardo, donde “todo cambia para que todo siga igual”. Puentes sin orejas, deprimidos maniaco-depresivos, estudios sin metro, metro sin estudios. Ciudad color cemento, ciudad color cristal, ciudad color ladrillo. Y los colores que han llegado de otras latitudes, de otras altitudes. Y los colores del grafiti que intentan volver arte las culatas de los muros descuidados. Por tus andenes han transitado alpargatas, botas Grulla, tenis Croydon, Reebok, Converse y ahora también los Ferragamo. Olores, hedores, vapores, sabores y megáfonos, mercados persas en andenes, ríos de cemento, ríos entubados, humedales acorralados, delirio de verdes infinitos en tus cerros que se resisten a sucumbir ante las constantes cachetadas del diésel, el cemento y el pasto sintético. Antiguos potreros ahora yacen sepultados bajo el pavimento cercenados por los cimientos de altos edificios que brotan cada vez más al norte, cada vez más al sur, cada vez más al occidente.

Ancestral y moderna. Parroquial y cosmopolita. Candelaria y Torres del Parque. Museo del Oro y aeropuerto El Dorado. Cementerio Central y centro comercial Plaza Central. Estación de la Sabana y centro comercial Gran Estación. Quinta de Bolívar y parque Simón Bolívar. Palacio de Nariño y Centro Antonio Nariño. Colinas campestres que ni son colinas ni son campestres. Prados veraniegos que ni son prados ni son veraniegos. Si a la altura de Modelia atravieso la 26, desembarco en Normandía. Ciudad de mil ciudades con su Berna y su Ginebra, su Roma y su Palermo, su Marsella y su Niza (varias Nizas), su Lisboa y su Londres, su París y su San Luis. Ocho millones de versiones distintas del centro y Chapinero, del Restrepo y Toberín, de Usme y El Codito. Cada quien –usted, yo– tiene la propia.

Lágrimas frías que caen de tus cielos grises, encierro depresivo, paraguas que se enredan y tropiezan en los puentes peatonales. Euforia y calor de tus cielos abiertos azules que parecen fabricados en tierras muy lejanas.

Bogotá. Amor y odio, amor y odio, amor y odio, amor y odio.

Bogotá. Cuántas ganas de salir corriendo para nunca regresar, cuántas ganas de quedarme aquí por siempre.

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