Columnas

Antes de la final

Setenta de los 161 goles que se han anotado en el Mundial han partido de una jugada con pelota parada, 24 de estos de penalti. Con fuerzas cada vez más equilibradas, las jugadas de tiro libre o de esquina son las que desequilibran el partido. Hoy pocos driblan o elaboran jugadas tocando el balón hasta llegar al área contraria, entre estos, Francia y Croacia, por eso están en la final.

No sé a ustedes, pero este me ha parecido un Mundial discreto, o raro más bien, para no sonar tan radical. Y no me refiero a cuestiones organizativas, que además de ser un país tremendo, Rusia ha puesto de su parte para que hinchas, periodistas y equipos participantes tengan la mejor experiencia; hablo meramente de fútbol. 

Para empezar, los equipos que llegaron a fases decisivas le restaron espectacularidad al asunto. Es bueno ver equipos emergentes peleando con los grandes: Bélgica en el 86, Bulgaria en el 94, Croacia ahora y en el 98, Turquía en el 2002. Pero una cosa es eso y otra que los primeros puestos se llenen con equipos de segundo orden. Y en eso tienen culpa los países fuertes llamados a ganar el Mundial, ninguna duda. Italia y Holanda ni siquiera clasificaron, Alemania se fue en primera fase por primera vez en su historia, Argentina hizo el ridículo, Brasil se quedó en cuartos cuando tenía todo a favor para pasar y España tuvo el balón todo el tiempo en su partido de octavos de final, pero nunca supo qué hacer con él. Gracias a todo eso, Croacia, Rusia, Suecia y Bélgica ocuparon los puestos reservados en teoría para los grandes. Y no se trata de irse a extremos y cortarles los sueños a selecciones menos ilustres, porque es refrescante ver caras nuevas peleando por la copa, pero si quitas a todos los históricos te queda un cuadro sin brillo. Algo más balanceado habría sido ideal.

Ahí está Francia, por ejemplo, que aunque sea quizás el que más sólido luce para ganar, es un equipo que no inspira frío ni calor ni despierta pasiones; haga usted de cuenta, igual de aburrido que ver jugar a Juventus. Hace dos años cayó de local en la final de la Eurocopa contra un Portugal sin Cristiano Ronaldo, calculen ese nivel de tibieza. Y aun así se las arregló para hacer ver limitado a un buen equipo como Bélgica, más frío que el mismo Francia. No sé cómo se habrá visto por televisión, pero desde el estadio esa semifinal de San Petersburgo se sintió como un juego entretenido a ratos, pero sin alma, más parecido a un partido de jubilados que a la definición de uno de los finalistas del Mundial. Hubo momentos en los que se me cerraron los ojos, y eso que yo soy de los que me despierto un sábado a las seis de la mañana para ver Alavés-Getafe. En esa semifinal, los belgas estuvieron 40 minutos por debajo en el marcador y jugaron como si el 0-1 en contra les sirviera para remontarlo en un hipotético encuentro de vuelta. Poca sangre en las venas de los dos equipos. Mientras tanto, Croacia se ganó el mote de equipazo cuando goleó a Argentina, pero es que esa selección de Messi era tan mala que no sirve de medida para nada. Pese a su juego sólido y por momentos virtuoso, en octavos de final los croatas aburrieron contra Dinamarca y sufrieron contra un limitado Rusia en cuartos.

Y por el lado de los jugadores, estamos en la época de las figuras terrenales, de futbolistas a los que toca llamar cracks porque no hay más. Esos dos marcianos que son Messi y Cristiano se han empezado a marchar y lo que nos queda es un grupo de buenos jugadores. Siempre supimos que el vacío cuando ellos dos no estuvieran iba a ser grande, pero nunca se está preparado para algo sí por mucho que nos lo adviertan. Se destaca Mbappé, que no es Pelé, ni siquiera es el brasileño Ronaldo, pero es un tremendo futbolista. 19 años apenas, con el tiempo sabremos si se gradúa de fuera de serie o se estanca. Están Griezmann, Hazard, Modrić, De Bruyne, Keane, buenos todos, pero no llegan ni a Kaká. El mejor Kaká estaba cerca de Messi y de Cristiano, y a leguas de los que hemos visto en este Mundial. Capítulo aparte para Neymar, que con 26 años parece desgastado, víctima del producto que él y su entorno han creado. Explotó muy joven, pintaba para mejor del mundo, pero se ha ido desinflando. Sus años al lado de Messi, irse al PSG y no ser capaz de llevar a Brasil a la final han jugado en su contra.

Siempre me ha gustado más el fútbol de clubes que de selecciones. De arranque, porque el tema de las nacionales está mandado a recoger. Luego, porque esperas cuatro años a que llegue el Mundial, y cuando arranca te sientas en el sillón esperando el Real Madrid 2 – Barcelona 3 de hace un par de temporadas, y te encuentras con el 0-0 entre Francia y Dinamarca. El Mundial son 64 juegos, la mitad de relleno, otros más interesantes y apenas un puñado de juegos memorables. En esta ocasión me quedo en España- Portugal, Alemania-México, Francia-Argentina, Bélgica contra Japón primero y Brasil después de la semifinal entre Inglaterra y Croacia, por lo heroico. Y no hablo de cuestiones tácticas, que eso solo lo disfruta Carlos Antonio Vélez, me refiero a emociones y goles, a situaciones que rebasen el espíritu inquebrantable de un deportista de alto rendimiento.

Sería bello ver a Croacia campeón pese a todo. Algo así pagaría el tiquete de avión hasta Rusia y sería de proporciones históricas, como cuando Hungría y Checoslovaquia llegaban a finales del mundo; gestas de otra época. Si gana Francia, en cambio, saldré un poco aburrido así me guste mucho el fútbol, porque no se puede ganar un Mundial jugando con Giroud de centrodelantero.

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