Columnas

Recuerdos mundiales

Mi primer recuerdo de un mundial se ubica en el estadio Monumental de Buenos Aires. Mundial Argentina 1978. Es la final entre los locales y la Holanda subcampeona del mundo en el 74, ahora sin la magia de Cruyff. El recuerdo es muy tenue porque debo aclarar que estaba muy pequeño. Pero hay varias imágenes que tengo: la primera es la de Menotti y sus dirigidos, sus largas cabelleras y la imponencia de Mario Alberto Kempes. La segunda es la de los millones de pedazos de papel picado que acompañaron los cánticos de los hinchas argentinos y, la tercera, el bello contraste que se daba en el gramado entre el fuerte color naranja tulipán y el albiceleste de Gardel. Por último, recuerdo que mi mamá y los que ya no recuerdo que estaban frente al televisor viendo esa final, les hicieron fuerza a los locales. Yo también y desde eso Argentina es mi segundo equipo a nivel de selecciones, obviamente después de Colombia.

Para España 1982 ya tenía un balón bajo el pie izquierdo gran parte de mi vida de niño preadolescente. Fue el primer álbum Panini que hice y Naranjito era una figura que agradaba. Ese mundial lo recuerdo por la Francia de Platini y su corte, por el partido épico en semifinal contra Alemania y la patada tipo tortura de la SS que le metió el arquero Harald ‘Toni’ Schumacher a Battiston.

Y hubo un jeque que bajó de la tribuna y fue juez, parte y ridículo; aún no se entera, si está vivo, del oso que hizo en ese Francia-Kuwait porque no le gustó un fallo arbitral. También fue el mundial de un arquero camerunés que jamás olvidaré porque lo sacaba todo y lo que no podía era por ser humano: el gran Thomas N’Kono. No fue el mundial de Maradona, que vio la roja ante Brasil. Y no fue el de un Brasil mágico con Zico, Cerezo, Júnior y Falcao, entre otros, que cayó en la final anticipada ante la Italia de Rossi. Ese partido, uno de los mejores que ha visto la Vía Láctea.

México 1986 fue mi mundial. Llegó el balón Azteca (el más bello jamás construido junto al Etrusco), llegó la ola y fue uno de los más hermosos en la historia del fútbol. Llegó Maradona y yo quedé absolutamente lelo y seducido. Fue también el mundial de la Dinamarca del cervecero Elkjaer Larsen, de la España de Butragueño, de la Alemania de Völler y Rummenigge, de un partidazo Francia vs. Brasil, de otro Francia vs. Alemania y de la Bélgica de Gerets, Vercauteren y Ceulemans. Bello mundial ese, está eternamente en mi corazón.

Italia 1990 tuvo el que, para mí, es el mejor diseño de una mascota: Ciao, un ícono de la creatividad. Es el mundial en el que en mi colegio las aulas pasaron a ser tribunas con televisores con antenas improvisadas para ver los partidos. Estaba Colombia, estuvo el gol del Pibe a Emiratos, el penal atajado por Higuita a Yugoslavia, estuvo el error ante Milla y luego, con gallardía, la presencia del ‘Loco’ en la rueda de prensa para darle la cara al mundo. Pero, ante todo, estuvo el mejor partido que ha jugado una selección Colombia en su historia: el 1 a 1 ante Alemania que tuvo que ser un 3 a 1 a favor de los cafeteros. Y estuvo ese gol de Rincón que aún mueve cada hilo de mi ser. Fue también el mundial del Toto Schillaci, del inglés Lineker, de Irlanda, de Camerún y de una Argentina que tuvo a ‘San’ Goycochea, Caniggia y a Maradona con un solo tobillo. Al final ganó Alemania con un equipazo que comandaba el 10, Matthäus.

Estados Unidos 1994 no tiene buenos recuerdos para mí. Una final sosa que se definió por primera vez en la historia del fútbol por penales. El codazo infame de Leonardo a Tab Ramos, el codazo que le dieron a Luis Enrique, el doping de Maradona o la expulsión tras pocos minutos en la cancha del boliviano Etcheverry. Pero el peor recuerdo fue Colombia con sus crisis, sus chismes, su incoherencia e inmadurez y al final, la peor tragedia de todas, con la muerte del gran Andrés Escobar. ¿Para rescatar? Romario, Suecia, Bulgaria y Baggio.

Francia 1998 deja en la retina a una buena Paraguay, el tercer puesto de Croacia, el gol de Léider Preciado a Túnez, la ‘novela’ del Tino con el Bolillo, el partido Argentina-Inglaterra, la novela de Ronaldo en la final, el mundialazo de Michael Owen y Holanda. Pero todo se lo lleva Francia y esa marea azul que lideraron Zidane, Petit, Blanc, Lizarazu, Barthez y toda esa corte. Equipazo.

Corea y Japón 2002 fue el primer mundial que cubrí como periodista. Fue a la distancia, desde Colombia y en Futbolred. Invertimos el horario por los mismos horarios de Asia. Ver el mundial en la noche, dormir de día. Más allá de la migraña que me gané por esto, fue el mundial del enorme Ronaldo. Hizo lo que quiso y ganó. Fue también el del gigante Oliver Kahn. La debacle fue para Francia y Argentina, que se fueron en fase de grupos, y para el arbitraje que llevó a Corea del Sur a semifinales. Eso sí, recuerdo al goleador Jung-hwan y el colorido de la hinchada coreana.

Alemania 2006. Nadie creía en Francia, Zidane fue todo Francia y la llevó a la final. Pero su cabezazo a Materazzi y posterior expulsión dejan ese recuerdo. Pero el 10 francés polinizó ese mundial con su calidad. Tampoco nadie creía en Italia y fue el campeón. Pero, para mí, fue otro mundial para Zidane…

Sudáfrica 2010. Maradona más a punta de su historia que de su sapiencia cayó humillado ante Alemania. Recuerdo que Messi ya tenía en sus hombros ser Maradona, pero en una legión solitaria (cosa que se mantuvo en 2014). Fue maluco ese mundial por un factor: las asquerosas vuvuzelas, el peor invento, junto al VAR, que ha tenido este deporte. Y ya era la hora de España. Exquisito equipo, no contundente, pero quirúrgico a punta de posesión y toque.

Brasil 2014 es el otro mundial que llena mi corazón. Muchos goles, bellos por demás. Partidazos con selecciones no top que dejaron la piel como Chile, Estados Unidos, Costa Rica o Argelia y fracasos como los de España, Italia, Inglaterra y Portugal que se fueron en fase de grupos. La goleada de Alemania a Brasil es otra exquisitez. Pero fue el mundial de Colombia y de James. Enorme actuación, la mejor de la historia, inolvidable por donde usted lo mire.

Y ahora llega Rusia 2018. Cada cuatro años al finalizar un mundial miro al cielo y le pido a Dios que me dé vida para el próximo. Es sagrado, es sublime, no hay nada mejor en la galaxia, nada lo supera. El mundial de fútbol es lo mejor que tiene la humanidad.

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