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Montero

La vida del futbolista cuenta con un puesto en el que el destino suele ensañarse rabiosamente y es el de arquero. Con los guantes deberían vender una gran caneca para que allí, en ese contenedor, quepan por igual goles en contra y decepciones profundas, porque es más que una posición en la cancha, una vocación la de meterse ahí, a ver cuándo es que su foto sale en el periódico en medio de la derrota, siempre con la mano estirada y con la cara desdibujada por un esfuerzo extra que igual no pudo contener un balón.

Pero si hay un lugar que puede ser todavía más duro es el de guardameta suplente: el que lleva el número 12 casi siempre en la espalda, porque de a poco y a partir de la solidez del que siempre es titular, el que está en el banco parece no cansarse nunca de esperar, así la espera sea inmamable. Es como ese personaje que siempre hemos visto alguna vez esperando horas en una parada de metro o de tren en algún lugar. Está ahí, sentado, manos juntas a manera de plegaria y mirando el suelo. A veces levanta la cara para observar el tablero que indica la proximidad de su tren a la estación, pero poco más. Entonces es común verlos sentados en las poltronas, mirando el juego sin los guantes puestos cada domingo, en el que la imagen los muestra apenas un instante cuando hacen el paneo sobre los banquillos.

Es durísimo pensar en eso porque cuando un gran portero se adueña del arco no hay manera de sacarlo. Es difícil recordar los nombres de los suplentes que tuvo Peter Schmeichel en Manchester United, por poner un ejemplo reciente –yo apenas pude pensar en Taibi, el italiano y el holandés van Der Gouw, pero sé que debió haber más… ¿Bosnich de pronto?– o el suplente de Félix en el Mundial del 70. Para ellos casi siempre la vida se pasa entre pequeñas reseñas en planillas oficiales y alguna aparición de sorpresa ante la lesión o la roja del que, tras pagar suspensión, volverá a su sitio.

Álvaro Montero tuvo que transitar semejante camino y ojo que desde siempre, desde el mismo instante en que debió irse al fútbol del exterior, se hablaba permanentemente de sus condiciones: entonces, para poderlo observar, era cuestión de estar pendiente de alguna formación juvenil de Colombia para cumplir con esa cita. Y el día que arribó a San Lorenzo siempre se le mencionaba aunque no fuera ni de cerca titular. Parecía que su caso iba a ser semejante al de Alejandro Botero, otro de esos porteros que terminó perdiéndose en la manigua.

Montero se arriesgó a regresar y encontró a Joel Silva consolidado por las muy buenas temporadas del paraguayo. Debió hacer fila hasta que un día entró por ausencia del titular y nunca más se fue. Por él –más allá de algún compromiso en el gol de Dayro Moreno en la ida–, el Tolima encontró el campeonato porque fue más titular que nunca en los momentos límite, en aquellos donde se conoce un arquero de gran calado.

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