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El barrio

Los que vivimos en Chapinero le decimos con cariño el ‘Barrio’. Yo lo siento como un pequeño club, no exclusivo, porque cualquiera se puede venir a vivir acá, pero sí como el de un grupo de gente que se vive encontrando, y si no es así, que igual hace las mismas cosas en los mismos lugares así sea en diferentes horarios.

Llevo diez años viviendo en la zona y estoy casado con ella. Antes pasé por El Polo, Unicentro, Cedritos, El Virrey y Teusaquillo, y la verdad no entiendo por qué me demoré tanto en llegar acá. En una ciudad donde la movilidad es clave, vivir en Chapinero es tener fácil salida (dentro de las limitaciones de la ciudad) a cualquier sector. Se llega igual al centro que al aeropuerto o a la 100. Ya después de la 100 no respondo, porque más allá de esa calle todo se vuelve caótico. Además, desde Chapinero muchas distancias son caminables, si lo que le gusta a uno es caminar. Si usted no tiene vocación de andar a pie, cualquier cosa más allá de diez cuadras amerita taxi. Quizá lo que más me gusta del barrio es que rara vez cojo un vehículo movido por gasolina. No tengo carro porque no lo necesito (no tener hijos ayuda, claro) y espero seguir así.

Lo otro que me gusta de vivir por acá es que se tiene lo mejor de dos mundos. Clase media con ínfulas como soy, vivo en toda la frontera. Dos cuadras al norte y estoy en Rosales: estrato seis, la G, Starbucks, el Carulla más caro de la ciudad; y dos cuadras al sur y estoy en el corazón de Chapinero: estrato cuatro, el asadero de pollo, la ferretería, la tienda de barrio donde al entrar saludan con el clásico: “Buenos días, vecino”.

Lo que no me gusta es que el estrato seis le está ganando al cuatro y cada vez se están viendo en la zona más lugares finos y menos de combate. Para mi gusto es como una ‘hipsterización’ de la zona. Cada vez abren más restaurantes de cocina de autor donde sirven comida elaborada y escasa y prestan servicio de valet parking (como el de la foto), mercados de comida orgánica, bares cools y todas esas cosas que los hípsters y similares consideran que es vivir bien.

Eso no solo le quita la identidad al barrio, sino que lo pone caro. Lo embellece, lo valoriza y hasta lo vuelve más seguro, pero lo convierte en una zona rosa más. El otro día estaba de afán y cuando fui a almorzar a un lugar de corrientazos donde sirven al instante y se puede pedir con confianza que le cambien la ensalada por más papa, vi que lo habían cerrado para abrir un sitio de sushi.

No conozco las políticas de urbanización de esta ciudad e ignoro las dinámicas que hacen que una zona se vuelva apetecida, lo que sí sé es que andar por Chapinero cada vez se siente más cosmopolita y menos local. Por mí, que haya un balance para que los dos universos puedan coexistir, pero creo que el barrio como lo he conocido durante la última década va a terminar devorado por la globalización y la sofisticación, tal cual como le pasó a Usaquén. Lástima, va a tocar volver a Cedritos, sitio al que prometí no volver. En otra columna explico por qué.

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