Margarita es enfática al advertir que no es experta en salud mental ni que su libro, “Las muertes chiquitas”, sea de autoayuda, quiere que se entienda como un texto escrito por una persona que vive y que se tomó el tiempo, seis años, para escoger las palabras precisas para hablar de lo que nadie quiere hablar: la depresión.
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¿Cuándo fue que decidió que era el momento de escribir este libro?
Empecé a escribirlo después de haber pasado por dos depresiones duras. Quizás, fue después de la primera, que me dije: yo tengo que escribir de esto. Lo empecé a escribir como victoriosa, como pensando que ya estaba fuera del asunto y que era como una experiencia más de la vida. Cuando empecé era de ficción, una novela, en la que hablaba de qué era lo que nos salvaba, donde mi gran pregunta era: ¿Qué me ha salvado a mí que no ha salvado a otros más desafortunados que terminan suicidándose? Empecé a escribir algo bastante “cortavenas”, pero lo dejé, porque me di cuenta que yo no podía seguir escribiendo de los otros y no podía ponerle ningún tipo de ficción, me di cuenta que yo quería descubrir la verdad, ¡Mi verdad! Y tener los ovarios suficientes para hablar a calzón quitado y sin vergüenza, porque esto iba a ser parte de mi terapia y era reconocerme como una persona diferente, con una enfermedad de la cual nadie es culpable, pero que vivimos avergonzados. Pero, ¿Quién está avergonzado de una enfermedad? ¡Eso es muy loco! Es bastante particular que los seres humanos estemos empeñados en avergonzarnos de las enfermedades mentales mientras que las demás enfermedades se pueden vivir abiertamente.
Dentro del libro vemos que las personas no tienen nombre sino que están identificadas con una letra, ¿por qué?
Lo que quería era que la gente entendiera que este no es un cuaderno de chismes y que la que se está echando al agua soy yo. Entonces, de cierta manera quería proteger a las personas que me rodean, ponerle un velo con ese nombre y que las personas que leen el libro se puedan identificar con cualquiera de esos personajes, porque ni siquiera tienen nombre. Además, porque me parece importante mostrar que el problema de la depresión es uno, no los demás.
La frase con la que inicia el prólogo del libro dice: “la depresión es la nueva gripa”, ¿por qué?
Eso me lo dijo un amigo mío cuando empecé a escribir el libro. Es curioso porque está normalizada, pero todo el mundo la esconde. Para mí es como una nueva epidemia, como una nueva H1N1, una gripa que puede matar y que hay que ponerle mucha atención. El problema es que la gente crea que esto se parece a la tristeza, que es un asunto de voluntad, -que lo es-, porque la voluntad está enferma, porque la sinapsis entre una neurona y otra y las sustancias químicas que la regulan no está funcionando, pero la depresión es una reacción absolutamente fuera de proporciones con respecto al dolor o al detonante que la causa. Creo que son muchos dolores acumulados que no has querido encarar y es cuando la depresión se devuelve como un búmeran con la cuenta de cobro.
En los últimos años más personas han sido diagnosticadas con la enfermedad, pero todavía hay muchos que sienten que si van al psicólogo es que están locos o si van al psiquiatra que están de atar, ¿qué opina de eso y qué se debe hacer para cambiar esa mentalidad?
Hablar, así como hablo yo. Dejar de esconderse, de dar excusas y de avergonzarse de una enfermedad, porque nadie es culpable de una enfermedad. Es responsable de qué puede hacer con ella y cómo hacerla llevadera. Esta es una de las únicas enfermedades en las que ponerse a salvo yendo al médico es motivo de vergüenza, ¡Es ridículo! Lo que tiene que pasar es que uno tenga la entereza de decir que va a terapia con el psicólogo o con el psiquiatra, así como dice que va al odontólogo o al ginecólogo. Hay que entender que esta también es una medicina preventiva para la salud mental. Es importante que aquel que se sienta normal que tire la primera piedra porque creo que va a ser el único raro dentro de nuestra sociedad (risas).
¿Cree que la depresión es una enfermedad de esta época?
No creo que la depresión sea de hoy en día, creo que ha existido siempre y que el que es melancólico lo es desde sus inicios. Lo que pasa es que ahora es más visible y no es que los índices estén creciendo. Creo y en mi opinión, sí podría tener que ver con cómo nos tenemos que abocar a un mundo inmenso, que de pronto no abarcamos o no entendemos, con el tema de las redes sociales, porque para mí las redes han cambiado la manera de relacionarse de los seres humanos.
¿Cuáles son esos síntomas que las familias deben interpretar de una persona con depresión?
El primer síntoma de una persona que es depresiva, y lo miro desde mi propia historia, es que uno es demasiado terco y obstinado. Va más allá de la determinación, evidentemente es un arma de doble filo, porque para la vida es una herramienta increíble el ser determinada, pero cuando va hasta no querer aceptar los dolores, es un síntoma puntual de una persona que puede sufrir de depresión, porque no encara los duelos en el momento que tiene que hacerlo. Además, si no nos enseñan desde chiquitos a sentir, a relacionarnos con nuestras emociones, nos vamos a enfermar más. Creo que esta sociedad en la que se trata de resistir todo es una gran mentira, porque al final el gran valor es entregarse, soltar y dejar de resistir.
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¿Por su experiencia personal cree que las enfermedades mentales son desequilibrios químicos que requieren de medicamentos?
Creo que no hay nada más espiritual que la química. La vida en la tierra es un proceso químico y es porque hay agua. Somos producto de un proceso químico y lo que pasa al interior de nuestro cerebro hace parte de eso. Uno tiene que confiar en los psiquiatras, pero creo que es hora de sentar en la mesa a todos los médicos y decir hasta qué punto debemos tener a una sociedad completamente medicada, porque no creo que la verdadera solución sea medicarse. Creo que la medicación es como cuando le das una pastilla antiinflamatoria a una persona que se lastimó la rodilla para que se desinflame, para que luego haga terapia, pero la rodilla va a quedar eternamente lesionada si no se dedica a hacer la terapia día a día.
¿Por qué dice que el suicidio de una persona con depresión sucede no porque quiera acabar con su vida sino con el dolor o la tristeza profunda que la posee?
Cuando la depresión llega a su punto máximo uno no cree en nada ni en nadie y cree que no va a salir de ese estado. Cree que ese sentimiento es definitivo. Si se mira en perspectiva, tomar una decisión definitiva a una situación que es transitoria, -porque sí pasa, pero lo que toca es dejarla pasar y atravesarla-, y querer matarse es volver otra vez a la actitud de “yo no me voy a aguantar esto”. Es como hacer un pulso con la vida y la vida siempre va a ganar. Lo que hay que hacer es no resistir y entregarse. Hay que aprender a ser débiles, a pedir ayuda y a dolerse cuando toca. La depresión tiene mucho que ver con el ego, que es la construcción opuesta al amor propio, es la coraza que te pones para no mostrar todas las carencias. La idea de no querer vivir es lo que se siente cuando se está deprimido, pero no es igual a matarse.
Algunas familias consideran que la depresión es igual a manipulación, ¿usted qué opina?
Es evidente y es cierto que cuando nosotros estamos deprimidos estamos manipulando al mundo entero, lo que pasa es que no estamos lo suficientemente bien para darnos cuenta de que estamos haciéndolo. No estamos manipulando a voluntad propia. Nuestra voluntad está presa de una enfermedad. Es la enfermedad manipulando a la persona que la padece y a las personas que la rodean. Eso es clave entenderlo, porque cuando la gente habla de amenazas de suicidio, no son amenazas, son gritos de auxilio. Las personas que manifiestan que se quieren matar, están pidiendo ayuda.
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La frase
“Esta es una de las únicas enfermedades en las que ponerse a salvo yendo al médico es motivo de vergüenza, ¡Es ridículo!”, Margarita Posada, escritora y periodista
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La cifra
6 años fue el tiempo que tardó Margarita Posada en publicar su primer libro de no ficción y que es sobre la depresión.
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