La idea es que a uno le dé risa, una sensación de placer mezclada con un “pare que ya no aguanto más”. Pero no, es lo contrario, esto, bajo el manto del no sentir nada, te lleva, un rato después –pueden ser incluso unos pocos segundos– a notar que te robaron el celular y ni cuenta te diste. Es el cosquilleo, ese método de robo del que fui víctima y me dejó sin celular.
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Hay que reconocerlo: los que se dedican a esta actividad del crimen son unos auténticos profesionales del método. No sé cómo hacen para ser tan perfectos. Me los imagino en sus barrios, con sus compinches e incluso sus familiares, entrenando, perfeccionando la forma, el arte de la sutileza, de entrar y salir en los bolsillos, el bolso o el morral de sus víctimas sin ser detectados. Son sigilosos, unos “ninjas” que operan bajo el manto del tumulto. Pocas veces actúan solos, esto es trabajo de equipo que funciona perfectamente aceitado. El uno, sea hombre o mujer, te habla, el otro te saca el celular con unas manos que ni la más curtida de las geishas tiene a la hora de un baile japonés.
Otra vertiente es cuando operan en manada. Ya sea en un bus (como me pasó a mí esta vez), en el metro o en un evento masivo, ellos se encargan de armar el despelote. Tienen el método “jauría de hienas”, empujan, estrujan, se ríen, le hablan al futuro atracado y tome para que lleve: le sacaron todo al son de tocarlo con unas diez manos.
Si optaran por dedicarse al mundo de ganarse la vida a través del trabajo honesto, seguramente muchos de ellos podrían ser unos magos impresionantes. Con esa rapidez de manos sus trucos serían geniales y nos les faltarían fiestas de niños e incluso grandes ligas de la magia. Pero no, los pillos estos prefieren quitar con facilidad lo que uno trabajó tanto para conseguir.
Por ejemplo, a mí me bajaron el celular y quedé fregado. Vaya usted con el precio actual del dólar a averiguar por el mismo aparato que le robaron. No soy de plata y la situación está jodida. Me tocó quedarme varios días sin ese dichoso aparato que, hay que decirlo: es parte esencial de la vida. Es la oficina, la comunicación familiar, la fuente de transferencias, es mucho y hay que tratar de que no sea el todo. Tuve momentos de paz al sentirme “desconectado”, pero también me llegué a sentir en la década de los noventa u ochenta, pero sin tener beeper.
Es un lío este cuento. También uno da papaya y se descuida a la hora de un cosquilleo, pero por más que usted esté en la jugada ellos ganan, y ganan también si se logra que los capturen, mal que bien los sueltan, es un delito menor…
A seguir la vida en nuestras ciudades que están al son de pandillas muy organizadas para este tema. Cosquilleo, la modalidad más “fina” para que lo roben a uno. Y no da risa.
Por: Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios