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El son de los tambores que cambia el destino de los jóvenes en la Comuna 13

Miles de niños son vulnerables de caer en las redes de las bandas criminales, pero el sonido de los tambores los encanta, como a las cobras, y los aleja del peligro.

La magia de la música, el sonido del viento a través de un clarinete y el golpe sobre los cueros de los tambores han logrado cambiar el destino de miles de jóvenes que nacieron en Medellín y que habitan en la Comuna 13.

John Fredy Asprilla, cofundador de la Asociación Afrocolombiana Son Batá, contó la historia de cómo la música le cambió la vida, lo llevó a cumplir sus sueños y se ha convertido en el motor para ayudar a cambiarle el futuro a miles de niños de su comunidad.

Los inicios

La historia se remonta al año de 1998 cuando en compañía de los otros dos fundadores de la Asociación, Jhon Jaime Sánchez y Carlos Alberto Sánchez, dos hermanos; se encontraron con el hip hop.

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Un amigo en común les regaló un casete, un dispositivo de grabación de sonido en cinta magnética, en el que descubrieron el rap. “Ahí empezó nuestra historia. Él nos contaba que la música rap, de la cultura hip hop, era practicado y difundido fuertemente por los afroamericanos de Nueva York, exactamente de Brooklyn. Empezamos a escucharlo y el ritmo nos atrapó inmediatamente”.

Esa fuerte conexión con el rap, dice John Fredy, se profundizó en gran medida porque esos cantantes eran afros. “Desde ese momento nos interesamos mucho por el rap. Ese fue el inicio de nuestro proceso con el arte y desde el arte”.

En esa época el contexto en el que se vivía en el Comuna 13 fue determinante para que estos tres jóvenes prefirieran dejarse cautivar por la música. “Nuestras familias llegaron desplazadas desde el pacífico, desde el Urabá antioqueño y allí empezamos a constituir la parte alta de la Comuna 13, específicamente Nuevos Conquistadores, El Salado y Las independencias, a donde llegamos en búsqueda de una oportunidad en esta ciudad”.

El abandono estatal que vivía la comuna permitió que surgiera y se fortaleciera la fuerza ilegal, que en un principio se denominó como los CAP, Comandos Armados del Pueblo, para luego crearse las milicias urbanas del Eln y de las Farc.

“Ese contexto, finalizando la década de los 90 y empezando la década del 2000, detonó la violencia en la Comuna 13. Lo que provocó esa situación fue por el alcalde de Medellín de ese entonces, Luis Pérez Gutiérrez, apoyado por Álvaro Uribe Vélez, presidente de la República; que quería inaugurar un control de buses en el barrio El Salado y fue recibido a bala”, comentó John Fredy.

Eso provocó que el conflicto se evidenciara ante los ojos del país y del mundo. “Lo más novedoso era que se trataba de un lugar en donde el Estado no tenía control y era dentro de una ciudad. El deseo de control del territorio provocó la ejecución de más de cinco operaciones, entre esas se resaltan la Mariscal y la Orión, que fueron en el 2002. Estas crearon un hito en la Comuna 13, no solo por las muertes sino porque de nuestra generación quedaron muy pocos jóvenes vivos. Muchos murieron y quedó una fosa común, que es la Escombrera”.

La salvación

La música fue la razón por la que estos tres jóvenes no murieron en las balaceras ni se dejaron tentar por las milicias. “Nuestro referente era ver a los milicianos de los CAP, del Eln y de las Farc cargando sus fusiles. Pertenecer a algún grupo de estos significaba que tenías poder, plata, mujeres y armas; lo que representaba un ideal de vida, por eso muchos de nuestros amigos y compañeros se fueron por ese camino, pero otros murieron inocentes en ese conflicto”.

En medio de esa cruda realidad, los tres jóvenes se enfocaron en la música, en el rap que habían conocido a través de ese casete. “Nos dimos a la tarea de narrar lo que pasaba en nuestra comunidad y empezamos a tomar mucha fuerza. Nos distinguían en el territorio porque teníamos una forma muy particular de vestirnos: ropa muy ancha, de colores, pasamontañas, sacos y camisas grandes. Eso nos permitió que todos los grupos armados y la fuerza pública nos identificaran positivamente”.

El rap no era muy popular en la Comuna, por eso llamaba tanto la atención y muchos jóvenes se les fueron adhiriendo al escucharlos tocar en las terrazas de sus viviendas. Con el tiempo se tuvieron que enfrentar a los señalamientos y a la discriminación por parte del resto de la ciudad. “Por ser de la Comuna, por ser negros y pobres; teníamos una marcación negativa frente al resto de la ciudad. Nosotros no nacimos con la condición de ser negros, de tener una cultura, porque nacimos aquí. Las actitudes racistas estaban y aún continúan muy naturalizadas. Eso nos generó conflicto, pero nos hizo cuestionarnos y si la gente no nos siente parte de esta ciudad, entonces ¿De dónde somos nosotros?”.

La chirimía

A partir de ahí se interesaron en conocer la cultura afro y lo hicieron a través de la chirimía. “Uno de nuestros papás nos dijo que por qué no hacíamos chirimía, nosotros no sabíamos qué era, entonces nos dijo: ¿Conocen la canción ‘La vamo a tumbar’? ¡Claro que sí!, ¡Eso es chirimía!”.

Desde ese momento los platillos de choque, el clarinete y los tambores se apoderaron de toda la atención de estos jóvenes, que se prepararon empíricamente. “El talento de tocar los instrumentos lo tenemos en la sangre, porque conozco gente que lleva tres o cuatro años tratando de tocar el clarinete y no han podido, mientras que nosotros en un mes ya teníamos una canción. Lo llevamos en los genes, es difícil de explicar, pero es fácil de demostrar”, comentó Fredy.

Así fue como inició la transición del hip hop a la chirimía y se unieron grupos de rap y más jóvenes de la Comuna 13 para conformar el colectivo. “Fue el primer colectivo que empezó a pensarse la juventud de la Comuna 13 a través del arte”, dijo Fredy.

Son Batá

En el 2008 nació el colectivo Son Batá, cuyo nombre surgió de la participación de varios jóvenes que buscaban expresar la conciencia étnica del colectivo. “Es un nombre africano, Batá son tres tambores sagrados que tocaban en una tribu que tuvo asentamiento en Centroamérica, pero le agregamos Son y quedó Son Batá, que significa el son de los tambores”.

Con Son Batá se consolidó la idea de que el arte era el camino y era una posibilidad de vida para los jóvenes. “Lo que permitió que no muriésemos en esa guerra fue ese casete, porque nos creó un sueño, unas expectativas y nos puso en otra dinámica, que nos encerró a ensayar todos los días, a escribir canciones, a rimar y a no estar en la calle”.

‘Estamos Melos’

Son Batá tiene a Bomby, Nerson Córdoba, como su primer caso de éxito, que luego de mucho trabajo y dedicación, ha podido posicionar en la esfera musical la canción Estamos Melos, que se volvió himno de Colombia durante el más reciente Mundial de Fútbol.

“Para mí Son Batá significa mi familia, mi palenque, el lugar donde están las personas con las que puedo ser libre, donde puedo expresarme con tranquilidad y que permite que pueda realizar mis sueños y metas”, dijo Bomby.

Bomby destaca que en Son Batá les han enseñado a “sacar el lápiz y escribir su propia historia, que no hay nada imposible porque para el sombateño cuando un sueño y una meta se cumple, nos trazamos una nueva”.

“Estamos Melos, sisas, sisas”, es una expresión que logra la mezcla de la cultura afro con la paisa. “Melo es una expresión muy negra, es de alegría, de satisfacción, de diversión y sisas es muy paisa, que es un ejemplo de lo que hace Son Batá, porque nosotros somos afroantioqueños, porque tenemos elementos muy paisas”, comentó Fredy.

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La frase

“Lo que permitió que no muriésemos en esa guerra fue ese casete, porque nos creó un sueño, unas expectativas y nos puso en otra dinámica, que nos encerró a ensayar todos los días, a escribir canciones, a rimar y a no estar en la calle”, John Fredy Asprilla, cofundador de Son Batá.

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La cifra

Hasta la fecha Son Batá ha logrado vincular a más de 4000 niños de la Comuna 13 con el arte y la música.

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