El sonido de las olas consta de tres historias que ocurren a la orilla del mar. Allí, frente a ese horizonte sin final, los personajes se enfrentan a sus propias cotidianidades donde la naturaleza humana es más cruda que nunca. En esta obra, la escritora se pregunta por el carácter de lo caribeño y lo que pasa desapercibido tras los paisajes. Esto nos contó.
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Las reseñas de su libro están firmadas por grandes nombres de la literatura actual, como Alejandro Zambra y Leila Guerrero, ¿siente alguna presión por las buenas críticas a su obra para mantener la vara alta en las siguientes?
No, ninguna presión, al contrario, es grato saber que te leen escritores que transitan tu misma época porque sin duda hay afinidad entre nuestras miradas sobre el mundo: no quiero decir que nos parezcamos entre nosotros, pero sí que estamos interesados en mirar lo mismo, nuestro tiempo. Leer contemporáneos es también un modo de retroalimentarse y enriquecerse con sus visiones. Creo que es una época muy generosa en ese sentido.
¿Cuál cree que es la técnica narrativa que le permite llevar al lector por la intimidad de sus personajes sin que el relato se sienta ajeno o con una sensación de voyeurismo?
Me interesa mucho la observación detallada de situaciones que en sí mismas no parecen encerrar grandes temas ni grandes misterios. Detectar en lo pequeño ese orificio por el que podemos ver lo que hay detrás de la aparente banalidad es algo que admiro en otros escritores y algo que intento hacer cuando encaro un texto. Siempre hay algo que no estamos viendo bien, salvo que afilemos la mirada y nos detengamos en descubrirlo.
Algunas de las historias de este libro tienen un aire de denuncia, de catarsis, ¿es así? ¿Fue intencional?
Es extraño, o más que extraño redundante, atribuirle intención en un texto literario porque es obvio que la literatura no existe en abstracto, existe en la medida que un autor la produce. Y un autor es una persona plagada de intenciones, decisiones, opiniones e ideas muy concretas sobre el mundo. Me parece esencial poder detectar cuáles son las preocupaciones de un autor (de qué está hecha su subjetividad), por qué elige mirar lo que mira, por qué narrar como narra, en que tipo de espacio hace que se muevan sus personajes… Todo eso (que tendrá, por supuesto, miles de interpretaciones según quién) te dará una idea de la intencionalidad y de la ideología de un autor. No hay personas sin ideología, y los autores son personas que, más allá de las elecciones estéticas, se expresan a través de su obra.
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Sabemos que le gusta indagar por los motivos de las personas y sus conductas, ¿de qué manera lo quiso abordar en El sonido de las olas?
El sonido de las olas es la compilación de tres de mis novelas, y diría que parte de lo que las une es esta necesidad de entender cierto carácter de la sociedad caribeña (las tres novelas suceden en ciudades costeras, de ahí el nombre de la compilación) a través de la mirada extrañada de sus protagonistas. La extrañeza es lo que permite detectar lo sórdido en lo cotidiano, la maleza en la pradera, el lado ‘B’ de la postal. La extrañeza, en general, nace de la incomodidad, de no poder hallarse en el lugar propio y tener que autogenerar un filtro que te distancie para poder mirar con perspectiva e intentar acercarse al entendimiento. No creo que las protagonistas de las tres novelas terminen entendiendo más o mejor a sus respectivos entornos, sería esperar demasiado de ellos, pero en la medida que se hacen conscientes de su propia incomodidad, consiguen darle nitidez al mismo paisaje que para los demás (por ceguera, por incapacidad o por desidia) va a seguir estando atravesado por el blur.
La extrañeza es lo que permite detectar lo sórdido en lo cotidiano, la maleza en la pradera, el lado ‘B’ de la postal.
En este ejercicio por comprender lo que forma la identidad de las personas, ¿a qué conclusiones ha podido llegar? ¿Cuáles son las cosas que determinan la identidad de una persona?
Pocas conclusiones, pocas certezas y cada vez más preguntas. Pero suelo decir que es mi forma preferida de evolucionar en la comprensión de las cosas o de acercarme al conocimiento. La identidad es una pregunta abierta, me gusta mucho entrar y salir de ella, y generarle subpreguntas. Hay algo bastante cierto, sin embargo, que con los años me sigue sorprendiendo y es que hay cuestiones esenciales de la “identidad” que no se van, que no se desaprenden aunque uno se esfuerce en construirse en oposición a ellas. Me refiero a cuestiones ligadas al origen, el origen es lo único cierto. No se puede arrasar con el origen. Para bien y para mal, te va a acompañar siempre y te vas a ver reproduciendo cuestiones que creías sepultadas. La fuerza que tienen los primeros años de vida en la formación de una persona es implacable (lo dice la neurociencia, pero cualquiera podría constatarlo con un ejemplo doméstico). Negar el origen es como mutilarse un órgano vital.
Usted ha hablado sobre cómo en Argentina encontró un nicho donde había mucha colaboración entre escritores, ¿falta esto en Colombia, donde hay poco reconocimiento especialmente para las escritoras?
Yo me fui muy joven de Colombia y llegué a la Argentina en una edad fértil para empezar cualquier oficio de cero, con lo cual, cuando digo esto no solo hablo de Buenos Aires (que, cierto, es una ciudad complejísima, llena de matices y llena de opciones de interlocución valiosas) sino de mi juventud (ja). Creo que estuvo bien llegar en ese momento, estar sola y decidir lanzarme al ruedo sin tener la más mínima idea de cómo resultaría: 1) si me saldría una frase, 2) si la leería alguien, 3) si me moriría de hambre. Ahora, cuando vuelvo a Colombia, me encuentro con un montón de colegas (mujeres y hombres) con los que tengo relación y entre los que encuentro un lugar de pertenencia. Me maravilla leer sus obras y me gustan sus lecturas de las mías. Es cierto que mi presencia es más bien satelital, pero lo que percibo desde afuera es una riqueza increíble en la literatura colombiana contemporánea.
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